«Frente al circo constitucional el único consuelo es que, si desemboca en algo, redundará en un proyecto de reforma que no será tramitado por este gobierno, sino por el próximo, que (de esto no hay ‘incerteza’) no será socialista ni revolucionario. En otras palabras, después de todo este circo, no habrá reforma constitucional».
Mientras la Presidenta leía su mensaje de una hora y media, las fuerzas más representativas de su pensamiento genuino asolaban las calles del puerto, agitando los inconfundibles pabellones del Partido Comunista con la hoz y el martillo, las banderas rojinegras del MIR y el lema representado por la gigantesca pancarta que portaban los marchantes de la primera fila violentista, proclamando con grandes letras “la Revolución Socialista”, que es, como todos sabemos, el menester fundamental a que está abocado, “sin renuncia”, este gobierno.
Como lo ha sido en el caso de tantos países, ésa es, actualmente, la perdición de Chile. Algunos dicen que nuestro problema es la incertidumbre, que suelen llamar “incerteza” (usando un vocablo académicamente permitido, aunque extraño) pero el real problema es el contrario: la certeza de que el proceso puesto en marcha por Michelle Bachelet es una revolución socialista. Y es natural que así sea, si nos atenemos a la biografía política más fiel de ella (Insunza y Ortega), que la muestra en su juventud colaborando con el MIR en los ’70; después conviviendo con el vocero del brazo armado comunista, el FPMR, en los ’80; y formando parte del conglomerado formado por el comunismo para competir electoralmente, en el ’89, contra la Concertación y el pacto de derecha, “Democracia y Progreso”. Entonces, los que incendiaron Valparaíso fueron, propiamente, “los suyos”.
Por supuesto, esta revolución socialista de Bachelet está fracasando, tal como ha fracasado la de otra ex guerrillera en Brasil; tal como similares políticas han llevado al despeñadero a Venezuela y están siendo justo a tiempo desterradas en Argentina. En fin, si es por eso, también tal como las que dieron al traste con todo el “Segundo Mundo” encabezado por la URSS durante setenta aciagos años y que hallaron su epílogo con la caída del Muro de Berlín, levantado por los gobernantes más admirados por Michelle Bachelet, Eric y Margot Hönecker, sintomáticamente fallecidos en nuestra tierra, tan ávida de proveer perdones a todos los crímenes de la izquierda como de imponer castigos a los que frustran sus propósitos totalitarios.
Lloro por este Chile sofrenado por la violencia comunista-socialista impune, que es parte de la actual revolución. Lloro por los caídos a manos de ella, desde el matrimonio Luchsinger McKay hasta Eduardo Lara, sabiendo que los autores de crímenes de la subversión, como los de todos los cometidos entre 1973-90 y posteriores, serán indultados, mientras los llamados a combatirlos serán finalmente perseguidos y traicionados por los Kerenskys, Aylwines y Piñeras que los convocaban y aplaudían cuando el miedo acosaba.
Lloro porque Chile no tiene alternativa fuera de la que representan la revolución en curso y el previsible triunfo del sujeto que le pavimentó el camino, criminalizando a la derecha que era alternativa electoral en 2013, condenándola así a una derrota irremisible, de la cual no ha podido recuperarse. Pues esa derecha ha muerto políticamente y ya carece hasta del más mínimo financiamiento para revivir. Como ha dicho un actual escudero de su enterrador, este último es su único posible candidato “y lo demás es música”. “El que tiene la plata pone la música”. Y tal personaje tiene hoy ventajas irremontables, como su dinero, que está disponible para su pre-campaña y sus aspiraciones. Sólo para éstas y las de nadie más. Si él decidiera marginarse, nadie tendría medios para tomar su lugar. Es sabido que cuando no es él el protagonista, desaparece junto con su billetera, como lo hiciera en 1999. Entonces no fue tan grave, porque había otras billeteras; pero ahora no queda ninguna. Y también él tiene otra ventaja: una “generalísima virtual”, Michelle Bachelet, que con sus políticas revolucionarias fracasadas lleva a la mayoría a decirse, “que venga cualquiera, pero que termine esto”. Y “esto” es lo que estamos viviendo hoy: semiparalización económica, pérdida de empleos, incertidumbre empresarial, violencia impune y una atmósfera circense de “encuentros locales” que a la gente tan poco interesan que ha debido reducirse el quórum para realizarlos, porque no llegaban los quince exigidos por el libreto oficial. Frente a eso, la verdad es que la masa la única alternativa que conoce es la del enterrador de la derecha. Ningún postulante a competirle tiene los medios de darse a conocer nacionalmente. Y ninguno supera siquiera el 50% de conocimiento entre la población.
Frente al circo constitucional el único consuelo es que, si desemboca en algo, redundará en un proyecto de reforma que no será tramitado por este gobierno, sino por el próximo, que (de esto no hay “incerteza”) no será socialista ni revolucionario. En otras palabras, después de todo este circo, no habrá reforma constitucional.
Y los otros grandes torpedos contra las libertades personales, la reforma laboral y la educacional, también quedarán para más adelante. Aunque la primera la redacten este año, ya han confesado que sólo la implementarán el próximo, lo que dudo hagan, pues en 2017 estaremos inmersos en plenas elecciones presidenciales y parlamentarias. Y los proyectos educacionales ni siquiera están redactados. Es decir, para cuando el gobierno socialista revolucionario haya terminado, todavía será posible remediar los peores males que ha pergeñado.
Pero de todos modos lloro por ti, Chile, por este año y medio revolucionario de la gran serpiente que todavía te queda por delante y por la alta probabilidad de que, tras él, vuelvas a caer del fuego a las brasas otra vez.