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Salud mental: si Chile fuera una persona

Francisco Flores R.
Por : Francisco Flores R. Magister en psicología, mención Psicoanálisis y Diplomado en Filosofía y Psicoanálisis (Buenos Aires ). Director ONG Mente Sana.
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Según un último estudio de la OMS, conocido hace algunas semanas, un 17% de los chilenos padece de depresión. Esto coloca a nuestro país como uno con las mayores tasas de depresión a nivel mundial.

Este indicador viene a ratificar otras investigaciones que apuntan a lo mismo: la alta prevalencia de trastornos emocionales y mentales en nuestro país.

Para muestra un botón: una de cada tres personas de nuestro país, padece problemas de salud mental en algún momento de su vida.

La Superintendencia de Seguridad Social, ha establecido que, de las cifras de licencias médicas, los trastornos de salud mental corresponden a un 28% del total de ellas, casi una de cada tres.

Dentro de los países de la OCDE, Chile presenta la mayor tasa de aumento de los suicidios. El suicidio ha sido una de las diez primeras causas de muerte en hombres chilenos, concentrando 19,1 por ciento de la mortalidad masculina en 2010, superando anualmente a las muertes en hombres por enfermedades cardiovasculares.

El consumo de psicotrópicos, estrés laboral, consumo de alcohol, trastornos de ansiedad y ánimo, entre otros aspect0s, muestran a nuestro país liderando tristemente estadísticas a niveles de países OCDE.

Como contrapartida, Chile, dentro de los países de la OCDE, es uno de los que destinan menos recursos públicos para financiar el gasto en salud mental.

¿Si Chile fuera una persona, que sabríamos de ella y su entorno?

Que está extenuada, cansada. Sobreadaptada y maltratada frente a exigencias, en perjuicio de las propias necesidades y posibilidades. Y que sus síntomas constituyen una silenciosa, aún para sí mismo, expresión de su malestar o protesta, que al no poder simbolizar y elaborar, canaliza sus tensiones por vía somática, como descarga privilegiada de las emociones, pero que, aun así, sigue siendo un ahogado grito de protesta. De rebeldía ciega frente a exigencias desmedidas interiorizadas: el éxito, la codicia y el estatus, entre las principales.

Respecto al suicidio, ya Durkheim se encargó de explicar que la unidad de análisis es la sociedad, no el individuo; y que debe ser tratado como un hecho social que solamente puede ser entendido sociológicamente, y no solamente por las motivaciones individuales que lo producen

Por otra parte, si Chile fuera una persona con estos indicadores, expresaríamos la preocupación por la escasa autoconciencia del padecer.

[cita tipo=»destaque»]No resulta tampoco sorprendente este “mecanismo de negación”: así como las personas eluden y evitan, las más de las veces, enfrentarse a sus propias opacidades, los países también. Y al no poder reconocerlo como algo propio lo depositamos en lo ajeno. Lo preocupante es que las autoridades y líderes pertinentes de distintos espacios, también logren escuchar esta quejosa sintomatología nacional.[/cita]

Tendríamos al frente una personalidad con trastornos egosintónicos, es decir, una sintomatología que entra en sintonía con sus valores, sus principios y esquemas de vida. O sea, síntomas que no adquieren esa calidad. Al revés, serían rasgos de carácter. Más bien útiles para el diario vivir.

Esta escasa o nula conciencia, si Chile fuera una persona, se avala con datos como:

Chile, dentro de los países de la OCDE, es uno de los que destinan menos recursos públicos para financiar el gasto en salud mental.

En 2012 el gasto público llegó a 2,16 %, muy por debajo del 5,0% que propuso como meta el propio Plan Nacional de Salud Mental y Psiquiatría del Minsal para el año 2010.

Significativo de este silencio, es que incluso en el actual programa de gobierno no aparece ninguna mención siquiera al término ‘salud mental’.

De las 80 patologías que cubre el plan AUGE/GES, menos de un 5% corresponde al área de salud mental.

Un informe  del Observatorio de Derechos Humanos de las Personas con Discapacidad Mental, del año 2013, sentenció que Chile está en deuda con la salud mental. Esto significa que en nuestro país las personas con algún trastorno psiquiátrico, alrededor de 350 mil, sin contar a los no diagnosticados, deben enfrentarse a la discriminación, la estigmatización, la falta de oportunidades y al alto costo económico que tienen los tratamientos.

Por su parte, el año 2013, la industria farmacéutica vendió casi 3,7 millones de unidades (cajas) de antidepresivos y 3,2 millones de tranquilizantes.

No resulta tampoco sorprendente este “mecanismo de negación”: así como las personas eluden y evitan, las más de las veces, enfrentarse a sus propias opacidades, los países también. Y al no poder reconocerlo como algo propio lo depositamos en lo ajeno. Lo preocupante es que las autoridades y líderes pertinentes de distintos espacios, también logren escuchar esta quejosa sintomatología nacional.

¿Si Chile fuera una persona que podríamos decir?

Propiciar una mayor conciencia. Un momento de “insight» o posición depresiva, para poder abrir las preguntas por tales padeceres y apropiarse de ellos, y no verlos solo como externalidad. Los espejismos se rompen justo ahí, frente al espejo.

Ese puede ser uno de los efectos positivos no normativos, de tener una discusión en serio para que Chile cuente con una Ley de Salud Mental de una vez.

No solo para establecer la necesidad de  establecer claramente la defensa de los derechos de los pacientes y el acceso a tratamiento real, ya sea en el sistema privado y/o público, sino también para abrir conciencias y censuras, que muy probablemente pueden ser también políticas: el enfrentar los efectos de un modelo de desarrollo, anclado casi exclusivamente en indicadores de productividad y crecimiento económico. Aunque a veces no sea grato, como persona o como país, que las mentiras más dolorosas se las ha contado uno mismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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