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El ciudada-no, entre el temor y la calculadora

Patricio Segura
Por : Patricio Segura Periodista. Presidente de la Corporación para el Desarrollo de Aysén.
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«Así también ocurrió durante el Movimiento Social de Aysén. Trabajadores y empresarios unidos en pos de demandas que consideraban fundamentales. A pesar de la posibilidad de perder empleo los primeros, clientes los segundos. La unidad no solo en la exigencia, también atreverse a perder la seguridad económica tan necesaria en días en que todo se compra. En que todo se vende».


Son variadas las conclusiones que se pueden sacar de la controversia de las últimas semanas asociada a la remoción de la rectora Roxana Pey por parte del gobierno de Michelle Bachelet. Muchas de ellas ya han sido esbozadas y aluden a los principios que se aboga porque sean fundantes de la Universidad de Aysén: gratuidad para todos quienes en ella estudien y admisión diferenciada que priorice el ingreso de los jóvenes de la región, no solo por su eventual deficitaria formación educativa de origen sino por el interés de que sean ellos, en primer lugar, quienes reciban la enseñanza de este especial centro de estudios.

Pero hay otra conclusión. Es la de la necesaria injerencia de la comunidad regional en la gobernanza de la naciente institución, bajo un Consejo Social u otra figura que sea parte del Consejo Superior universitario. Da lo mismo el nombre, lo relevante es que la Universidad de Aysén no sea una burbuja de académicos, directivos y estudiantes, sino que se relacione bidireccionalmente con el territorio y los habitantes que, a través del Movimiento Social de Aysén e históricos actores previamente, fueron puntal para su instauración.

Para lograr esta incidencia se requiere una ciudadanía con características concretas. Sin las cuales todo proceso de descentralización, desconcentración, autonomía, delegación o traspaso de atribuciones, en el fondo de redistribución del poder, no será más que la puesta en escena de una obra de teatro digitada con intereses distintos de los propios.

Una de las condiciones fundamentales es atreverse. Es actuar sobre la base de las convicciones más allá de las trabas reales y simbólicas que impone el centralismo, que no es más que una forma de autoritarismo que hace sentido tanto al que instruye como al que obedece. Algo muy chileno, país nuestro donde “ser atrevido” (“el que se atreve”) es visto en muchos casos como una característica negativa, necesaria de erradicar.

Está claro que el temor es una gran herramienta de control, la que ha sido utilizada históricamente para mantener a raya a los díscolos. Bien lo supieron millones de chilenos y chilenas durante los oscuros años de la dictadura. También sabemos que las amenazas no solo deben ser físicas, hoy por hoy también están las que ponen en riesgo el acceso a bienes y servicios de los cuales nos hemos hecho dependientes. Y en ello, la principal forma de regulación es el miedo a perder el trabajo entre empleados y funcionarios. Utilidades entre empresarios de todo nivel.

Sin embargo, en la historia reciente de la región hemos tenido múltiples casos de hombres y mujeres que, aún a riesgo propio, expusieron su seguridad económica en pos de sus convicciones. En pos de lo que pensaban correcto.

Durante la campaña Patagonia sin Represas los ejemplos de funcionarios públicos que entregaron información sobre irregularidades en el marco de la evaluación ambiental de HidroAysén fueron múltiples. Varios de ellos se atrevieron a testificar ante la Comisión Investigadora que en la Cámara de Diputados se conformó y que emitió un informe develando los ilícitos cometidos. Varios de ellos, incluso, fueron injustamente exonerados por sus acciones, lográndose en algunos casos su posterior reintegro.

Nunca será suficiente el reconocimiento a esos trabajadores que, en conocimiento de las irregularidades, fueron capaces de arriesgar su legítima comodidad laboral para denunciar lo que estaba ocurriendo. Acción en ese momento también necesaria.

Así también ocurrió durante el Movimiento Social de Aysén. Trabajadores y empresarios unidos en pos de demandas que consideraban fundamentales. A pesar de la posibilidad de perder empleo los primeros, clientes los segundos. La unidad no solo en la exigencia, también atreverse a perder la seguridad económica tan necesaria en días en que todo se compra. En que todo se vende.

Y en los últimos días hemos visto, una vez más, tal condición de ciudadanía. Del lado de los funcionarios de la Universidad de Aysén que, no siendo directivos ni cumpliendo cargos de confianza, se atrevieron a respaldar a la rectora Pey públicamente. En una apuesta incierta, con todo el poder del aparato político y el gobierno controlador en contra. De esos gobiernos que cuando se empeñan en cobrar facturas pendientes por cierto que saben hacerlo muy bien y para lo cual cuentan con un regimiento de funcionales –sí, funcionales- públicos, partiendo por autoridades que muchas veces actúan cuales autómatas recibiendo órdenes de un comando central.

Palabras duras, claro está. Pero no tanto como el hecho de recibir y aplicar instrucciones originadas de intereses externos a los de su región y su gente, solo por pertenecer a una coalición de determinado signo político y más allá de que se justifiquen argumentando que la institucionalidad así está conformada. Una opción siempre podrá ser y será renunciar. La obediencia debida bastantes errores y horrores ha hecho cometer a la sociedad.

Pero claro, esto debe ser parte de un hacer colectivo. Lo digo por los casos de quienes se han atrevido en pos de objetivos comunes, pero que al sentir en carne propia los efectos de su decisión son dejados a su suerte por sus aliados de convicción. La contención y el apoyo en red deben ser parte de la construcción de ese empoderamiento social del que tanto se habla y que tan necesario eso.

Porque la otra cara de esta moneda es quienes actúan con calculadora en mano. Poniendo sus fichas como en un juego de salón, con el fin de salir lo mejor parados posible. Actores políticos de tales comportamientos vemos en todo momento, arrimándose a los mejores árboles del rodal, esperando que su sombra les encumbre en su avance hacia mejores puestos que ocupar.

Tal actuar no construye ciudadanía. Lo que hace es proyectar que la sumisión es el mejor camino para avanzar, hermana del clientelismo que tanto daño ha hecho a nuestra democracia. Una democracia que, gracias al ciudadano que se arriesga sin cálculos acomodaticios, aún podemos seguir dibujando colectivamente.

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