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Lagos: preguntas republicanas para un candidato en forma Opinión

Lagos: preguntas republicanas para un candidato en forma

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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El qué hacer con las otras candidaturas de su sector parece más fácil. Ricardo Lagos es un activo importante de la política de centroizquierda. Tiene historia, prestigio, carácter y carisma. Carece, eso sí, de atributos que gustan a las nuevas generaciones ciudadanas: novedad, transparencia, capacidad y voluntad de participación, un talante más amable e independencia de los poderes económicos abusivos y, al parecer, capacidad de controlar a los partidos.


Las declaraciones del ex Presidente Ricardo Lagos en torno a su eventual candidatura presidencial, cambiaron las conductas de los agentes en el escenario político del país. Abrieron nuevos cursos de acción y de especulación entre los poderes políticos, y demostraron que es un jugador con poder de veto plenamente vigente en el sistema. El adicional es que no utilizó ningún medio de comunicación para hacerlo, sino su blog.

Poco importan los porcentajes de la encuesta CEP y cuánto les gusta a unos y otros un Lagos candidato. El momento político actual es un juego de poder no electoral y Ricardo Lagos hizo un punto político en él, imantando la opinión política coyuntural, pues no pasó inadvertido ni pudo ser ignorado por el resto de los incumbentes. Tanto aquellos que pudieran ser contendores como quienes detentan posiciones y fracciones de poder con las que pretenden o pueden concurrir a la inevitable mesa de los acuerdos políticos.

No tiene mucho sentido plantearse ahora si el país está preparado o aceptaría un reciclaje de Ricardo Lagos como candidato presidencial, como ha hecho la mayoría de los análisis. Las preguntas políticas pertinentes requieren de un mínimo de contexto real. Más adecuado es pensar el desarrollo político de su iniciativa y prever los impulsos y barreras que puede experimentar de parte de adherentes y detractores.

Desde esta óptica, algunos aspectos resultan importantes para ver su desarrollo futuro: el valor asignado por Lagos al Gobierno de Michelle Bachelet; el rol de los partidos políticos y los parlamentarios en su campaña; la relación con los otros aspirantes de su sector a la Presidencia; y el manual de errores políticos que hoy son los volcanes sociales dormidos que terminaron por entrar en erupción: educación, Transantiago, seguridad social, y Codelco, medioambiente.

Lagos es un estratega de la política y, lo más probable, es que haya pensado en estos temas y muchas otras cosas para tomar su decisión. El primer dato que se debe tener presente es que es un jugador racional y frío de la política, y sabe cómo poner escenarios. Sin embargo, vale la pena repasar algunos aspectos.

[cita tipo= «destaque»]Chile, en medio de una crisis que no puede superar, con tanta desigualdad política y social que lo domina, con tanto dolo frente a los valores de la República, se pregunta si Ricardo Lagos ya tiene dibujada en su mente la revolución ética y moral que el país necesita, además de la eficiencia de Gobierno. Ahí está el punto.[/cita]

El éxito del Gobierno de Ricardo Lagos fue fundamental para la elección de Michelle Bachelet como Presidenta. Sin ello Bachelet no habría obtenido su primer mandato. Ella fue más bien una corredora libre frente al poder oficial de la Concertación hasta que entró al gabinete de Lagos, prácticamente de costado y en condicional. Se benefició de la crisis del MOP-Gate para pasar inadvertida y luego del Ministerio de Defensa para lucir sus dotes propias.

Pero fue el impulso del éxito del Gobierno de Lagos, además del carisma electoral de ella, lo que determinó el surgimiento del fenómeno Bachelet. Ese fenómeno ahora está agonizando y el problema de Ricardo Lagos es que es poco o nada lo que ella le puede aportar. Más que continuidad, el próximo mandato está requerido de rectificación y confianza y la mayor esperanza sería que Bachelet no empeore su gestión.

Un segundo aspecto es la crisis de los partidos y la judicialización de la función parlamentaria. ¿Cómo o con cuáles parlamentarios va a hacer campaña Ricardo Lagos? ¿Se expondrá a una foto con parlamentarios que pueden terminar enjuiciados por financiamiento ilegal de sus campañas? ¿Cómo va a enfrentar la crisis de legitimidad del Parlamento en relación con temas como Corpesca o Soquimich, arriesgando su imagen en cada foto?

Respecto del desprestigio de los partidos políticos, ¿va Ricardo Lagos a asumir su reivindicación ante la ciudadanía durante la campaña, o desea ser un líder distante y solitario? Si desea esto último, que en cierta medida ya lo fue, la pregunta es hasta dónde estará dispuesto a llegar frente a la fronda de poderes y fracciones que es su coalición de apoyo y con quiénes lo haría. Tal vez pueda desarrollarse su imagen de candidato transversal para la gobernabilidad país, con pocas ideas fuerza y un acuerdo político muy amplio y sin control de partidos. No parece fácil para un hombre de 80 años que ya fue Presidente de la República.

El qué hacer con las otras candidaturas de su sector parece más fácil. Ricardo Lagos es un activo importante de la política de centroizquierda. Tiene historia, prestigio, carácter y carisma. Carece, eso sí, de atributos que gustan a las nuevas generaciones ciudadanas: novedad, transparencia, capacidad y voluntad de participación, un talante más amable e independencia de los poderes económicos abusivos y, al parecer, capacidad de controlar a los partidos. Entonces, candidatos como Alejandro Guillier o Carolina Goic podrían pegarse a su candidatura, aportándole la frescura que no tiene y un imaginario de renovación. Adicionalmente podrían heredar su base de poder político en caso de que su proyecto no cuajara. El problema son los otros, los viejos compañeros de ruta, que son más de lo mismo, como Ignacio Walker, Isabel Allende o José Miguel Insulza, y que harán lo imposible por ponerle barreras.

Un problema real de Lagos siempre ha sido un carácter intolerante como gobernante, que le dificulta admitir errores y es una barrera para captar y aceptar los cambios experimentados por la sociedad. Su matriz de interpretación –al menos lo que se percibe– oscila entre el idealismo republicano y el compromiso autoritario, y eso lo puede distanciar sin retorno de las nuevas generaciones. La calle no manda, pero la calle es real; no es programa político sino emociones, pero las emociones pueden gobernar sin filtro los programas. Ricardo Lagos es un político de la racionalidad parlamentaria y por eso no entiende a la calle. Esto es en lo único que Bachelet lo supera.

El discurso del ciudadano Lagos en campaña en 1999 tenía una frase que reflejaba la potencia de su personalidad política: “Soy de Ñuñoa, de liceo fiscal y de la Universidad de Chile”. Es decir, clase media, meritocracia, educación pública. Todos, valores hoy aplanados por poderes económicos abusivos, que no creyeron ni practicaron su discurso de la autorregulación ni del crecimiento con equidad. Muchos de esos poderes, ante la crisis institucional que vive el país, miran a Ricardo Lagos con simpatía.

Pero el problema hoy es la gobernabilidad del país, y depende de lo que se haga con su salud real. El país está enfermo de concentración económica, de colusión, de mercados abusivos, de malos salarios y peores pensiones, de mala educación. Requiere desagregación de monopolios y carteles y más regulación para que existan mercados transparentes. Para la libertad y la igualdad políticas, los dueños de banco no pueden ser dueños de medios de comunicación.

Chile, en medio de una crisis que no puede superar, con tanta desigualdad política y social que lo domina, con tanto dolo frente a los valores de la República, se pregunta si Ricardo Lagos ya tiene dibujada en su mente la revolución ética y moral que el país necesita, además de la eficiencia de Gobierno. Ahí está el punto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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