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Evangélicos y política real: una lectura no moralista


La participación de los evangélicos en el proceso de destitución de Dilma Rousseff y en la victoria del “no” en el plebiscito de Colombia ha motivado diversas evaluaciones respecto al modo en el cual los actores religiosos intervienen en la esfera política. Este pequeño artículo pretende proponer claves que, creemos, han estado ausentes en la discusión.

Los evangélicos conservadores que han apoyado estos procesos tienen todo el derecho de participar políticamente, empleando, en la esfera pública, argumentos extraídos de su particular manera de leer al cristianismo. Quienes solo proclaman su indignación moral por este tipo de participación pública y quienes ven en esto una violación del principio de la separación del Estado y la Iglesia, no han comprendido la naturaleza de los fenómenos políticos. Cada cual se posiciona políticamente usando sus propios recursos simbólicos y nadie puede negar el potencial de la religión en esta dimensión, menos en sociedades pretendidamente democráticas como las nuestras.

Al mismo tiempo, estos grupos evangélicos han logrado establecer alianzas políticas con los sectores conservadores de sus respectivos países. Seguramente no hay concordancia plena de motivaciones entre los grupos evangélicos conservadores y la derecha política, pero ambos grupos asumen la conveniencia política de la alianza. Sin embargo, no solo hay que poner atención en la alianza misma sino también en el tipo particular de cristianismo que estos grupos expresan. Este cristianismo conservador se presenta, sin problemas de conciencia, como el cristianismo auténtico. Y el problema que tiene tal identificación es que impide pensar en un cristianismo que no sea el correlato religioso de la derecha política. El Evangelio mismo es el que está en juego en este contexto.

[cita tipo= «destaque»]La naturaleza del mundo evangélico es, como es sabido, descentralizada y diversa. No hay ningún organismo nacional ni mucho menos internacional que pueda atribuirse la representación del mundo evangélico. Esto permite que, sin ningún inconveniente formal, los evangélicos no conservadores (y es preocupante la dificultad que se tiene para conceptualizar a este sector) puedan establecer alianzas políticas con otros partidos y movimientos. En esto los grupos evangélicos conservadores han mostrado mucha mayor destreza y arrojo político que los sectores evangélicos progresistas (minoritarios tal vez, pero sin duda existentes). En esto han sido cautos, recelosos, románticos y, sobre todo, políticamente irrelevantes.[/cita]

El camino reactivo -lamentar y condenar teológicamente el vínculo entre el conservadurismo evangélico y la derecha política- no abre ningún camino para un cristianismo que acompañe con lucidez política las luchas progresistas en todo el continente.

Sin embargo, no pretendemos promover aún más el desaliento. Basta con la realidad para ello.

La naturaleza del mundo evangélico es, como es sabido, descentralizada y diversa. No hay ningún organismo nacional ni mucho menos internacional que pueda atribuirse la representación del mundo evangélico. Esto permite que, sin ningún inconveniente formal, los evangélicos no conservadores (y es preocupante la dificultad que se tiene para conceptualizar a este sector) puedan establecer alianzas políticas con otros partidos y movimientos. En esto los grupos evangélicos conservadores han mostrado mucha mayor destreza y arrojo político que los sectores evangélicos progresistas (minoritarios tal vez, pero sin duda existentes). En esto han sido cautos, recelosos, románticos y, sobre todo, políticamente irrelevantes.

La articulación del mundo evangélico no conservador con los sectores políticos progresistas en nuestros países latinoamericanos no debe realizarse para obtener relevancia pública ni, mucho menos, para la creación de plataformas proselitistas. El objetivo que está detrás de tal articulación no es solo el fortalecimiento de proyectos políticos que permitan resistir, local pero seriamente, las lógicas de gobierno capitalistas (aunque con ello ya sería suficiente) sino también la posibilidad de un cristianismo auténticamente liberador en nuestro contexto. El único rostro posible de un cristianismo fiel al espíritu de Jesús es aquel que asuma el desafío político de la construcción, lenta, tensa y dialogante, de alternativas políticas que, herederas de la amplia tradición socialista, sean capaces de hacer más plena la vida en común.

Creer que estas nuevas articulaciones son posibles revela una confianza profunda, una esperanza contra toda esperanza: que la política tiene sentido, que la gestión de lo real pasa por nosotros, que no estamos condenados al consumo, que el Evangelio sigue siendo un mensaje de justicia y esperanza para todos y todas. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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