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¿Está muriendo la globalización?

Máximo Quitral
Por : Máximo Quitral Historiador y politólogo, Instituto de Estudios Internacionales, U. Arturo Prat.
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Los más recientes resultados electorales observados en Estados Unidos y también en el Brexit de Reino Unido, instalaron la duda acerca de si se está llegando al ocaso de la globalización.

Dicho fenómeno comunicacional, comercial y financiero que obliga a los países a competir y a los individuos a sobrevivir en lógica darwiniana, ha propiciado las desigualdades y ha acentuado las vulnerabilidades estatales.

Cada vez que pueden, los defensores de la globalización destacan las bondades de la apertura de las fronteras de los estados nacionales y la consolidación de las economías, acción que fue posible gracias al libre mercado. Pero enfatizando que desde la profundización de la globalización en los años noventa, aumentó el trabajo y se reforzó el comercio mundial.

Sin embargo, las diferencias sociales intraestados se han hecho más visibles que nunca, empujaron el surgimiento de nuevas pobrezas y se estimuló la erosión medioambiental bajo mecanismos extractivistas, que han fracturado irremediablemente las economías más débiles.

[cita tipo= «destaque»]Difícilmente la tecnocracia mundial reconocerá estos dilemas de la globalización, pero lo cierto es que hay que insistir en que estas políticas de conexión comercial no solo han dañado duramente a la sociedad postindustrial, sino que también a naciones enteras, y hoy se están pagando los costos del enriquecimiento descontrolado de unos pocos, en desmedro de amplios sectores sociales.[/cita]

La sensación de segregación y exclusión derivada de la globalización se está haciendo más notoria, sobre todo para los sectores populares que no se han visto mayormente favorecidos por los tratados comerciales desarrollados por el libre mercado, y que ha sido un excelente negocio para un pequeño grupo controlador del capital económico mundial.

En esta dirección se aumentó el consumo con más costos que beneficios, los bienes y servicios crecieron en competencia y en algunos casos bajaron sus precios; pero todo gracias a que los grandes capitales han preferido aquellos lugares donde la mano de obra es más barata, los impuestos son menores al país de origen, las regulaciones son casi inexistentes y los salarios son tan bajos que potencian aumentar las ganancias a unos pocos.

Si a eso le sumamos la alta desconfianza de vastos sectores sociales con las elites políticas, producto de casos de corrupción o de colusión empresarial como el chileno, y que ya no resultan ser casos aislados como se intenta hacer pensar, lo cierto es que el panorama sociopolítico es más bien desalentador para los amantes de la globalización.

Sin ir más lejos, las crisis económicas mundiales son consecuencia de la indiscriminada penetración de la globalización, destruyendo anteriormente las fuentes de trabajo de sectores sociales más vulnerables, pero que hoy apunta al trabajador más calificado y de clase media baja, que también es foco de pauperización laboral.

La globalización y sus nuevos acuerdos comerciales internacionales buscaron reducir los puestos de trabajo y en muchos casos precarizarlos, con el claro objetivo de mejorar el crecimiento económico, pero sin considerar el esperado desarrollo social.

Difícilmente la tecnocracia mundial reconocerá estos dilemas de la globalización, pero lo cierto es que hay que insistir en que estas políticas de conexión comercial no solo han dañado duramente a la sociedad postindustrial, sino que también a naciones enteras, y hoy se están pagando los costos del enriquecimiento descontrolado de unos pocos, en desmedro de amplios sectores sociales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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