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‘Divide et impera’ a la chilena


La historia ya la sabemos: en la Roma de Julio César fue la estrategia para gobernar evitando los disturbios y revueltas de los pueblos itálicos. Hoy, la misma frase resume la forma en que se fue afianzando la centralización en Chile como consecuencia de la fragmentación de las unidades territoriales.

Si en 1811 existían tres grandes provincias (con un centro de mayor protagonismo, pero sin grandes diferencias demográficas respecto a las otras dos), hoy vemos una atomización política administrativa que impide el desarrollo armónico del país.

Más allá de nuestras fronteras, el camino al progreso se entendió hace tiempo. Los países de la OCDE, con quienes nos encanta compararnos, vienen hace años fortaleciendo el concepto de macrorregiones. Es la forma en que Barcelona se ha parado firme frente a Madrid, es la fórmula que escogieron en Francia cuando en el 2014 redujeron de 22 a 13 el número de regiones. Es la tendencia que ha seguido Baviera y Hamburgo en relación con Berlín, Auvernia-Ródano-Alpes y Altos de Francia en relación con París. Lo mismo que han hecho en Inglaterra las regiones South East y North West frente a Londres.

Sin embargo, si miramos a Chile vamos a la inversa en este proceso. Si se le dijo sí a Valdivia, ¿por qué no a Parinacota? Y así seguimos con el proceso de fragmentación regional. Ahora parece que le toca a Ñuble y probablemente mañana a la provincia de Limarí en Coquimbo, luego a Aconcagua en Valparaíso y a Linares en Maule, en un anhelo de ‘descentralización’ que parece nunca acabar, porque allí está el germen del proceso autonomista que contagia a nuestras provincias.

Es indesmentible que tanto Ñuble como cualquiera de estos territorios tiene profundas razones para exigir su autonomía e ilusionarse con la categoría de región que –cual varita mágica– podría resolver sus problemas. Pero sabemos que no todo lo que brilla es oro y sobran razones para evitar la fragmentación del Biobío.

[cita tipo= «destaque»]La legítima sensación de abandono de Ñuble respecto de la capital regional tiene su raíz en la debilidad administrativa del aparato público, lo que se podría resolver con más eficiencia en la gestión del Estado. El camino descentralizador para potenciar el crecimiento de las regiones es, en consecuencia, un camino que se debe recorrer con menos y más potentes regiones.[/cita]

Veamos algunas razones. La tendencia de los países de la OCDE apunta a disminuir la brecha de población entre las capitales de cada país y sus regiones en pos de la calidad de vida y oportunidades para todos. El proyecto de fragmentación no considera factores técnicos ni productivos. La región madre, Biobío, vería descender su población de 2,1 millones de habitantes a 1,6 millones, disminuyendo su poder demográfico frente al centralismo; y su poder político, al perder también dos senadores.

La experiencia tampoco ofrece garantías. En 2008 al separarse la Región de Los Ríos de la Región de Los Lagos aumentó su PIB hasta el 2010. De ahí en adelante la nueva región muestra un deterioro en sus tasas de crecimiento hasta la fecha. La tasa de desempleo de la nueva región se mantiene más alta en comparación con el remanente de Los Lagos y el número de funcionarios públicos ha crecido 7 veces desde la aprobación inicial.

Revisemos ahora el costo. Concretar la Región del Ñuble (con 3 provincias, dos de ellas con menos de 80.000 habitantes) implica un gasto inicial de $21.000 millones solo para su instalación, a lo que se debe sumar un gasto real anual de por lo menos $100.000 millones. Y lo peor de todo, no resuelve el problema del centralismo que es donde radica la fuerza del proyecto.

Precisamente esa legítima sensación de abandono fue lo que astutamente recogieron algunos líderes políticos para avanzar con una demanda que no cuenta con un plan de desarrollo productivo. Más aún, perjudica los avances en el desarrollo agroalimentario del Biobío que exige la convergencia entre la agroindustria de Ñuble y la plataforma logística portuaria de la provincia de Concepción, tal como lo señaló el propio ministro de Agricultura, Carlos Furche, en un foro reciente en la región.

Esta fragmentación parece tener una mirada más política que técnica. El tema es extremadamente relevante porque la atomización genera todo lo contrario al objetivo: regiones más debilitadas, menos competitivas y con más dificultades para insertarse en el escenario internacional. Tal como tristemente viene ocurriendo con Los Lagos y Arica-Parinacota.

La legítima sensación de abandono de Ñuble respecto de la capital regional tiene su raíz en la debilidad administrativa del aparato público, lo que se podría resolver con más eficiencia en la gestión del Estado. El camino descentralizador para potenciar el crecimiento de las regiones es, en consecuencia, un camino que se debe recorrer con menos y más potentes regiones.

El Ejecutivo ha decretado que cualquier proyecto financiado con fondos públicos debe considerar el criterio de productividad. Cabe confiar en que las iniciativas de descentralización respetarán ese principio, por impopular que a primera vista pueda parecer.

Dejemos atrás el “Divide et impera” a la chilena y avancemos hacia “La unión hace la fuerza”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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