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¿Qué es el bienestar?

Francisco Flores R.
Por : Francisco Flores R. Magister en psicología, mención Psicoanálisis y Diplomado en Filosofía y Psicoanálisis (Buenos Aires ). Director ONG Mente Sana.
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Los indicadores económicos, con los cuales casi de forma exclusiva se mide el desarrollo y el bienestar de nuestra sociedad y, por ende, podrán esgrimir sus partidarios, la correspondiente satisfacción social, son insuficientes y expresan, más bien, una hegemonía político-cultural.

Sentido común, paradigma o naturalización: que nuestras ideas e intereses pasen a ser ideas e intereses del mundo, en forma de evidencias o axiomas que no requieran mayor demostración.

Uno de estos, por ejemplo, es el paradigma de la escasez. Nuestra falta de recursos esta inexorablemente ligada a la escasez de los mismos, y por lo tanto, la necesaria focalización. O mantequilla o aviones, señalaba el famoso manual de economía de Samuelson.

No se trata de negar lo anterior, sino más de bien de poder despojarlo de su sitial de axioma que organiza lo que se denomina el “sentido” de las cosas, es decir, de revelar su carácter ideológico, a la hora de presentar lo conflictos y tomar decisiones.

¿No es acaso la desigual distribución y apropiación de recursos y capacidades lo que obliga, a veces, a las difíciles decisiones de focalización? ¿No hay acaso ya demasiada literatura, respecto a que contamos con recursos producidos suficientes para garantizar todas las necesidades básicas de todos, sino mediara una tal desigual distribución? Paradigma de la desigualdad

Algo similar ocurre con nuestros indicadores de bienestar social. Están todos referidos a tasas de crecimiento, cesantía, inversión. Unos y otros, de los más conservadores a los más radicales, desatan su contienda en este campo de encuadre. Como si no hubiera otros indicadores para evaluar lo que entendemos por desarrollo.

[cita tipo= «destaque»]Olvidamos, muy a menudo, que los efectos sociales (delincuencia, abstencionismo, individualismo, consumismo, corrupción, etc.) no son producto de la evolución, el desarrollo inexorable o de la naturaleza humana, y que aparecen como extraños y ajenos a la voluntad, sino de condiciones materiales precisas de producción.[/cita]

Pongo como un ejemplo, entre varios posibles, algo aquí señalado en una anterior columna (“Si Chile fuera una persona”), donde las cifras de salud mental en Chile son alarmantes. Pero que, sin embargo, no interrogan sobre la producción de subjetividad maltratada, de la mano del progreso y el desarrollo económico. Hace pocos días, una nueva cifra al respecto: la última encuesta Chile 3D-2013, de GFK Adimark, señala que uno de cada tres chilenos se autocalifica en la categoría de estresados (34%), cifra que el año pasado era de 22%. Mientras que los que decían sentirse muy relajados bajaron de 53% a 34%.

¿Existe relación entre ambas? ¿Es posible entender el bienestar sobre la base de otros indicadores o es el costo inevitable a pagar? Es de sentido común, se podrá decir.

Cada uno es un fragmento ambulante de la sociedad que nos forjó. Olvidamos, muy a menudo, que los efectos sociales (delincuencia, abstencionismo, individualismo, consumismo, corrupción, etc.) no son producto de la evolución, el desarrollo inexorable o de la naturaleza humana, y que aparecen como extraños y ajenos a la voluntad, sino de condiciones materiales precisas de producción.

¿Es posible, por ejemplo, crecer menos y tener más bienestar? ¿O menos desigualdad o mayor cuidado con nuestro entorno ecológico?

Es necesario volver a dibujar el horizonte humanista. El destino utópico pero animador de nuestras opciones. Pero si no logramos alterar el “sentido común” de lo que significa bienestar y desarrollo, probablemente seguiremos tropezando con una misma piedra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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