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Soñé


Soñé un día que los demonios dictatoriales del pasado no mancillaban nuestras almas. Soné un día que los políticos se rebajaban sus desmesurados sueldos beneficiando con ello a bomberos impagos, profesores hambrientos y enfermeras trasnochadas que nos protegían de la llegada inoportuna de la muerte. Soñé que los empresarios no se coludían motivados por sus chequeras y que el bienestar del pueblo estaba primero en su lista de prioridades. Soñé con ciudades limpias, donde la gente circulaba en bicicleta, no arrojaba basura, el arte era un deleite y la cortesía era la norma. Soñé con personas plantando árboles y produciendo su propia comida. Soñé con un país que abría las puertas a los emigrantes honestos y cuidaba su medio ambiente y respetaba a sus mascotas. Soñé con una sociedad que no discriminaba a la gente por el color de su piel, por el apellido de su familia o por su lugar de origen.

Soñé que el agua era sagrada, que el mar era de todos, que el aire era limpio y que el cielo seguía impoluto. Soñé con una nación imparcial e integradora con sus pueblos originarios. Soñé con una justicia más respetuosa de los derechos de las personas a decidir sobre sus cuerpos y su vida íntima. Soñé que cada quien podía convivir en paz, transitar sin miedo, vivir sin odio y actuar sin violencia. Soñé que no existían rejas ni muros y que el dinero era solo una ilusión. Soñé con un mundo mejor.

[cita tipo=»destaque»]Soñé que las religiones no dividían a las personas. Soñé con un mundo ecológico y bello para los niños, los ancianos y las criaturas vivas. Soñé que los millonarios donaban parte de sus fortunas a los desposeídos, a los hambrientos, a los enfermos y a los sin hogar. Soñé que los políticos dictaban leyes a favor del pueblo y en pos de la vida[/cita]

Soñé que todo individuo podía vivir su propia existencia y jugársela por sus propios ideales. Soñé que el mercado no medía a la gente por el dinero de sus cuentas bancarias ni por el auto que conducía. Soñé que los autoproclamados líderes mundiales velaban por el bien común. Soñé que las clases privilegiadas se ocupaban de la sobrevivencia del planeta Tierra. Soñé que las religiones no dividían a las personas. Soñé con un mundo ecológico y bello para los niños, los ancianos y las criaturas vivas. Soñé que los millonarios donaban parte de sus fortunas a los desposeídos, a los hambrientos, a los enfermos y a los sin hogar. Soñé que los políticos dictaban leyes a favor del pueblo y en pos de la vida.

Soñé que las guerras (juegos codiciosos de corruptos e inescrupulosos), ya no tenían cabida en este mundo. Soñé y no quise despertar. Soñé toda una noche y no deseé atisbar una realidad que me golpeaba fuerte en la cara, día a día. Entonces, rehusé enfrentar el porvenir que se nos avecinaba. Me cubrí con las sábanas, cerré los ojos y cancelé mis pensamientos. “Sigue soñando”, me dije.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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