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La mala salud de una orquesta y sus síntomas

Javier Bustos Castro
Por : Javier Bustos Castro Primer Oboe solista OSUC, Presidente de Sindicato de Músicos Orquesta Sinfónica de la Universidad de Concepción
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En columnas recientemente publicadas en este medio se ha discutido acerca de los problemas que aquejan actualmente a la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Concepción (OSUC). La más reciente, del 23 de Febrero, se titula “Una orquesta en crisis no goza de buena salud”. En la columna del señor Alberto Larraín (21/02/17), en respuesta a otra anterior del señor Pedro Cisterna (16/02/17), se alude a una serie de artículos, notas, noticias y comentarios publicados o transmitidos en diversos medios respecto a los problemas mencionados. En lo medular sostiene el Sr. Larraín que tales problemas no existen o no tienen las dimensiones que se les atribuyen. Como presidente del sindicato de la OSUC considero necesario expresar también mi opinión en este debate.

Es efectivo que la Universidad de Concepción (UdeC) ha hecho un aporte cultural inmenso a la región y al país al sostener una institución como esta Orquesta Sinfónica durante ya más de seis decenios. Los músicos y funcionarios de la orquesta hemos estado y seguiremos estando muy conscientes de este esfuerzo, tanto más meritorio ante el impacto creciente de tendencias que a nivel planetario tienden a debilitar las bases que sostienen a las más altas manifestaciones de cultura. Y hemos expresado esa consciencia y ese compromiso con la Universidad que nos sostiene y alberga haciendo nuestro mejor esfuerzo profesional para elevar permanentemente nuestro nivel artístico y al mismo tiempo, absteniéndonos durante largos años de ejercer presiones por mejores sueldos y siquiera mencionar aspiraciones concretas en tal sentido. Lo que no podemos aceptar es que por malas prácticas gerenciales se abuse de nuestros más básicos derechos laborales, se atente contra nuestra dignidad como trabajadores y se ponga en riesgo la calidad artística de nuestra institución.

En su columna, el Sr. Larraín evita aludir al veredicto judicial y la sentencia condenatoria resultante (03/02/17) de la demanda interpuesta por los primeros músicos despedidos, de cuyo contenido se desprende claramente que los despidos nada tuvieron que ver con alguna “obligación de velar por los recursos y la gestión” de la OSUC o de Corporación Cultural Universidad de Concepción (CORCUDEC). Tampoco habrían tenido que ver con un “proceso de reestructuración”, ni menos con alguna “necesidad de la empresa”. Sólo pueden explicarse por la necesidad de castigar y reprimir la manifestación de descontento y las críticas de los colegas despedidos y de gran parte de los músicos en diversas instancias internas de la institución. Se destacan en particular las quejas expresadas en una reunión convocada por el señor Lavanchy, Rector de la UdeC en Junio del 2016 (hecho excepcional que por sí solo demostraba que nos encontrábamos en medio de una crisis).

Los despidos de dos músicos profesionalmente intachables, el despido de un violinista y concertino de enorme prestigio artístico en Chile y Latinoamérica como Freddy Varela (quien, dicho sea de paso, cumplió siempre con todas sus obligaciones y compromisos hasta el día de su despido), así como el intempestivo desconocimiento del contrato acordado por CORCUDEC con el destacado director Mika Eichenholz (a pesar de haber sido anteriormente ratificado públicamente por las autoridades), fueron las medidas represivas culminantes destinadas a castigar las expresiones de malestar y descontento entre los músicos y trabajadores de la orquesta.

El malestar y el descontento al interior de la OSUC se ha incubado en un ya largo período en que la Gerencia ha intentado sistemáticamente desconocer y pasar por sobre las costumbres y las reglas establecidas en el Reglamento Interno que ella misma nos impuso hace algunos años. Esto se ha expresado en el desconocimiento de las jerarquías internas de una orquesta sinfónica y sus atribuciones artísticas, negándose a todo diálogo con los representantes legal y transparentemente elegidos por los músicos en sus dos máximas instancias de participación (la Comisión Técnico- Artística y el Sindicato de la Orquesta), recurriendo a “asesorías” internas y externas al margen de las instancias regulares y reglamentarias de la orquesta y disponiendo de manera inconsulta y arbitraria drásticos cambios en el manejo del calendario de actividades y horarios de trabajo. Adoptando recientemente, además, medidas intimidatorias y negociaciones discriminatorias a favor de algunos trabajadores y músicos que en este difícil período optaron por abandonar el sindicato, en un nítido ejercicio de prácticas antisindicales. Todas estas actitudes de la Gerencia parecen poco consistentes con alguna sincera aspiración “al desarrollo libre del espíritu”.

[cita tipo=»destaque»]El malestar y el descontento al interior de la OSUC se ha incubado en un ya largo período en que la Gerencia ha intentado sistemáticamente desconocer y pasar por sobre las costumbres y las reglas establecidas en el Reglamento Interno que ella misma nos impuso hace algunos años.[/cita]

Desde el punto de vista artístico, una orquesta sinfónica es un instrumento musical. Un instrumento sumamente complejo: Integrado por decenas de intérpretes de los más diversos instrumentos debe, para ser un buen instrumento y para interpretar la música más compleja y sofisticada jamás creada, coordinar y aunar las capacidades técnicas, la cultura musical y la sensibilidad personal de todos esos intérpretes. Los intrincados y sutiles “mecanismos” para lograrlo se han desarrollado a lo largo de ya más de cuatro siglos, definiendo la estructura, hábitos de funcionamiento y reglamentos internos de las modernas orquestas sinfónicas profesionales. Una adecuada administración de una orquesta sinfónica requiere de un profundo conocimiento de esa estructura y de esas tradiciones, así como gran sensibilidad y respeto por su especificidad y complejidad por parte de quienes la dirigen. La aplicación de criterios de eficiencia económica y de conceptos de administración empresarial, aunque necesarios y relevantes, deben conjugarse con la debida consideración y empatía con los específicos requerimientos y condiciones del trabajo artístico musical en una orquesta sinfónica. No es posible dirigir una institución de este tipo guiado sólo por un criterio simplista de costo-beneficio.

Sin embargo, de un ya largo tiempo a esta parte, la gerencia ha querido ejercer su autoridad según criterios de administración decimonónicos (ya obsoletos por lo demás en cualquier tipo de empresa) desconociendo la competencia y autoridad profesional de los músicos y sus jerarquías internas en sus propias áreas de expertise. La gerencia ha persistido en desconocer las reglas y costumbres más básicas, establecidas tanto por tradición y necesidad artística como por los anteriores reglamentos y por el (creemos) aún vigente, principalmente en lo referente a las atribuciones y competencia de la Comisión Técnico – Artística (en que participan cinco músicos elegidos por la orquesta) y a las atribuciones específicas de los músicos, según su lugar en la jerarquía interna de la orquesta. Me refiero a los deberes y derechos del Director musical, del Concertino, de los Jefes de Fila y otras instancias internas.

Por otra parte, la Gerencia ha saturado y modificado hasta tal punto nuestra agenda y horarios de trabajo, que el tradicional calendario anual de la OSUC, así como los horarios de ensayo establecidos mensualmente, han quedado reducidos a un ambiguo referente que cambia semana a semana. Esto implica que, dada la extrema imprevisibilidad de los horarios y lugares de trabajo semana a semana y mes a mes, nuestros contratos pasan en la práctica a tener la calidad de contratos con exclusividad absoluta, lo cual nunca ha sido establecido ni explícita ni implícitamente en ellos. Se comprenderá asimismo, que esta inestabilidad de horarios, en que nunca sabemos si en la semana siguiente tendremos ensayos o presentaciones en horario matutino o vespertino, ni de cuántas serán las horas de ensayo en esos días, no puede sino afectar gravemente la vida social y familiar mínima a que puede aspirar cualquier trabajador.

Es importante tener en cuenta que, en un hecho que compartimos con la mayor parte de los músicos sinfónicos del mundo, la mayoría de los músicos de nuestra orquesta somos también, durante parte de nuestro tiempo, profesores de nuestros respectivos instrumentos y por lo tanto, necesitamos de una mínima estabilidad geográfica y horaria para una labor que por lo demás, aquí como en todo el mundo, contribuye a crear nuevas generaciones de público y de músicos. Lo hacemos por vocación y tradición y obviamente, también por necesidad. No es un detalle menor el hecho de que nuestros sueldos, en promedio, se encuentran entre un 30 a 50 por ciento por debajo del de nuestros colegas de Santiago.

Nuestra orquesta ha podido exhibir con orgullo importantes resultados artísticos en cantidad y calidad, con gran reconocimiento por parte del público y de instituciones nacionales y regionales. Pero debemos reflexionar acerca de las condiciones que han hecho eso posible. Mientras se mantuvo el debido respeto a ciertas reglas básicas específicas del quehacer musical, mientras fue posible mantener el diálogo y el equilibrio entre distintas instancias administrativas y artísticas, respetando sus respectivas jerarquías, competencias y atribuciones; mientras se mantuvieron las desavenencias dentro de límites razonables y mientras no se incurrió en abierto atropello a las condiciones contractuales y a los reglamentos conocidos, el rendimiento artístico pudo continuar su desarrollo. La desaparición acelerada de esas condiciones básicas, en los últimos años, ha producido malestar y el malestar generalizado nos tiene actualmente con muy mala salud. Para recuperarla, necesitamos consensos, y para obtenerlos, necesitamos diálogo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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