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La desidia ciudadana


Como cual vedet en la noche inaugural de su show, la corrupción en Chile se ha ido quitando sus vestimentas para mostrarse tal cual es, para gritar a viva voz ¡yo estoy aquí y siempre estuve! Siga al dinero y encontrará sus pronunciadas y obscenas curvas de cohecho, malversación, colusiones, evasiones y más. Una artista internacional que todos niegan conocer, pero que en secreto comparte la cama con todos esos poderosos empresarios, burócratas y políticos que van a pedir perdón los domingos en la Iglesia, para luego pecar durante la semana.

Desde hace ya un tiempo, los chilenos nos hemos despertado de ese sueño idílico del país incorrupto y ejemplo de naciones. Si alguna vez sospechamos de los políticos y los empresarios, no fue un remesón tan fuerte develar su verdadero rostro (ya descrito muchas veces por el periodismo serio), pero descubrir la corrupción allí donde buena parte de los chilenos encontraban un verdadero bastión de la ética y la moral, al parecer golpeó más fuerte.

Claro que somos muchos los que nunca creímos que aquellos que ayudaron a consolidar el sistema actual fueran al mismo tiempo los garantes de la moralidad inexistente en él. Sin embargo, y más allá de la cuestión de los velos institucionales del amiguismo, los cohechos y los desvergonzados robos a plena luz del día, lo que me llama profundamente la atención es la desidia del ciudadano ante ello y la política en general.

Al parecer, y más allá de la cuestión de fondo acerca de la nula educación de los sectores más marginados, el ciudadano común pareciera no advertir la gravedad de los hechos (a estas alturas ya con claros contornos de práctica asidua y sistemática del robo al Estado chileno) y pareciera que los sitúa en los límites de la moral y la ética. No advierte el ciudadano, o al menos no considera que un desfalco, un cohecho o una colusión sean más graves que un robo o evadir el Transantiago.

Desconoce ese mismo ciudadano que hechos tan graves como aquellos no son meras sin vergüenzuras, ni delitos por los que sabemos sus autores nunca irán a la cárcel, sino que también son un grave daño a la democracia y la institucionalidad que depende de ella.

Como decía algún honorable subscriptor de este medio: Piñera podría matar al alguien en plena Plaza de Armas y no perdería ni un voto. Entonces ¿por qué la gente (o al menos un buen porcentaje según encuestas bastante “serias”) seguirían votando por él?

[cita tipo=»destaque»]Esperemos que este año el ignoto porcentaje de personas como las descritas sea mínimo. Se reflejará tanto en el que no vota, como en el que vota por el señor Piñera, puesto que es irracional suponer que quien vota por él le importa el combate a la corrupción y al totalitarismo del mercado.[/cita]

Podrán bien replicar, que el movimiento ciudadano encarnado en el movimiento Frente Amplio, da luces de algo totalmente contrario. De un despertar ciudadano, de no aguantar más los abusos del mercado y sus operarios, y sin duda de un rechazo profundo a la corrupción. Pues bien, es cierto, mucho de eso hay, pero ¿acaso no estuvo también siempre ahí? El movimiento en cuestión mueve a la masa que siempre le ha interesado la política, pero que nunca se vio representada por el duopolio. Sobre todo es gente joven, que reniega de los viejos y corruptos rostros de la Nueva Mayoría. Esta situación, si bien digna de análisis, no preocupa, al contrario, alegra el alma.

Lo preocupante es que, al igual que en el lejano país del norte, existe gente dispuesta a votar por alguien que ofrece todo lo contrario a sus intereses, e incluso a sus aspiraciones sociales, más grave aún, es escucharlos decir que no les importa. No importa si Piñera y parte de su gabinete es corrupto, no importa las colusiones, los cohechos y las leyes a la medida de sus negocios. ¿Por qué?

Mi respuesta es que simplemente de verdad no les importa. Y esa conclusión es la peor noticia para la democracia. La desidia del ser humano es el límite del abismo entre la democracia y las tiranías (no solo de gobiernos sino también de factos, como la del mercado y sus mercaderes).

Esperemos que este año el ignoto porcentaje de personas como las descritas sea mínimo. Se reflejará tanto en el que no vota, como en el que vota por el señor Piñera, puesto que es irracional suponer que quien vota por él le importa el combate a la corrupción y al totalitarismo del mercado. Y por otro lado, en estas elecciones existirá un amplio espectro de oferta política, por lo que no votar es insostenible desde el argumento de no ser representado. Al menos si de verdad, pero de verdad, no estás representado, puedes votar nulo.

Mientras tanto la tarea es ardua. Construir las condiciones de legitimidad necesarias para una convivencia pacífica y una ciudadanía responsable, deben ser abordadas sin dilación por el siguiente gobierno (el que obviamente no lidere el ex presidente Piñera), de manera tal de no alimentar la desidia del ciudadano ante los problemas de la sociedad. ¡No queremos idiotas gobernado! (en el sentido del origen griego de la palabra ἰδιώτης).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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