Denuncian discriminación contra trabajadores haitianos, reza un reciente titular de prensa en Chile, y nos enteramos por la bajada que estos trabajadores fueron expulsados por guardias de seguridad de un mall de Santiago, obedeciendo “órdenes superiores”, suprimiendo la presencia, molesta al parecer para algunos clientes, de “personas de raza negra”, en esa especie de sucedáneo privado del espacio público que irradian los grandes malls. Lo feliz del caso es que al menos dos clientes o usuarios del tal mall se indignaron con tamañas muestras de racismo, y denunciaron. Un poco como les está pasando a algunos funcionarios públicos del área de los derechos humanos y de la salud, a propósito de otro caso de discriminación del que me enteré hace poco, y cuyo desenlace final aún está por verse: el de una madre haitiana caída en desgracia, separada por guardias de seguridad y carabineros, a la fuerza de su hija de dos meses, en medio de una sospechosa cadena de engaños y de malos entendidos. Por descontado, ninguno de los jóvenes esposos hablaba el castellano, y la como siempre tan oportuna acción de carabineros, terminó con la joven madre esposada y luego convulsionando adentro de un calabozo, desde donde tuvo que ser trasladada hasta la Posta Central, donde permanece recluida mientras escribo esta columna. Separada por más días de la cuenta de su mamá, la pequeña comenzó hace un par de días a presentar apneas súbitas, en uno de los hogares del tristemente célebre Sename. Uno se pregunta dónde está la capacidad de escándalo de los chilenos, dónde el periodismo de investigación.
Como es fácil de imaginar, familias y grupos de migrantes como éstos, suelen venir a buscar en Chile oportunidades de trabajo para una vida mejor que la que han conocido en sus países de origen. A medias refugiados y a medias imantados por el espejismo del progreso, dejan atrás comarcas dominadas por turbulencias políticas y económicas, y a veces por guerras que, al ser examinadas, invariablemente nos conectan con el dominio de lo geopolítico. No es raro que en Chile pasen este tipo de extranjeros-refugiados a habitar en conventillos y a concentrarse, tal como nos enseñan los estudios de la doctora Báltica Cabieses (UDD + Fondecyt), en los municipios más pobres del país, constituyendo un complejo desafío de políticas públicas.
Pero además, estos flujos migratorios constituyen acontecimientos sociales y culturales de relevancia histórica, a costa de los cuales florecen fácilmente discursos nacionalistas con visos discriminatorios y xenófobos, que en tiempos de erosión crónica de las clases medias y pauperización del trabajo, vienen a ser como echarle leña al fuego, todo gracias a los ajustes fiscales, austeridades impuestas y apretadas de cinturón organizadas para mayor engorde de capitales financieros.
El clivaje migratorio atraviesa el cuerpo social, y lo que queda de izquierda nos predica – y a veces sabe practicar – la entrañable “solidaridad entre los pueblos”. Los liberales, por su parte, tienden a abrazar una globalización basada en el consenso de Washington, y en el apego a sus instrumentos político-financieros, como el FMI y el Banco Mundial. La derecha, históricamente alineada en Chile con estos poderosos intereses extranjeros, proyecta seudópodos espirituales a través de todo el espectro político y así, por ejemplo, desde el seno del propio Frente Amplio, supuesto “nuevo bloque de izquierda”, se esgrime ahora como opción válida para la ciudadanía, el enfocar la migración como un problema de seguridad pública y sanitaria, o se esgrime un tipo liviano y distraído de conciencia histórica, que moteja con soez desparpajo y rampante ignorancia al gobierno de Salvador Allende de “totalitarista”.
[cita tipo=»destaque»]Atendamos, digo yo, por ahora, al modo en que nuestras desdibujadas derechas e izquierdas nacionales vienen tejiendo con estos materiales, tropismos electorales y horizontes de sentido. Reflexionemos sobre la validez de nuestras propias posiciones (en torno a los migrantes haitianos, por ejemplo), a la luz de la historia reciente (con sus guerras y conflictos) y los lados y afinidades internacionales que nuestros líderes políticos han escogido hasta ahora por nosotros…[/cita]
Bajo el gobierno de Ricardo Lagos, supuestamente él mismo un socialista, Chile envió tropas a Haití para integrar ahí una fuerza multinacional liderada por Estados Unidos, destinada a “pacificar” dicho país. 13 años después, vivimos tal vez “las externalidades negativas” de dicha postura, bajo la forma de trabajadores haitianos “de raza negra” que perturban a los usuarios de nuestros malls, esos que, según el rector Peña, representan la realización de los sueños de nuestras “ascendentes” clases medias.
En otros continentes, la migración emerge hoy como tema central dentro de un campo discursivo polarizado por nacionalismos y globalismos, que ella misma impulsa y dinamiza. A partir de guerras emprendidas por países de la OTAN y sus aliados en levante y golfo pérsico, se acentúan de manera formidable los flujos migratorios de musulmanes hacia Europa, donde en medio de convenientes y sospechosos atentados terroristas, y sobre un fondo familiar de imposiciones de austeridad, emergen todo tipo de obstáculos a la integración social y al buen gobierno.
Volviendo a Latinoamérica convendría meditar, pienso yo, aunque sea un poco, algunas opiniones del indio Evo, aquél gran sindicalista cocalero que supo llevar adelante, en Bolivia, un consistente conjunto de reformas de corte socialista, recuperando la soberanía nacional y llevando lejos la economía por el camino del crecimiento, pareando todo a una contundente disminución de la pobreza. Pues bien, según Evo Morales – a quien nuestra derecha gustaría tachar de populista – es preferible hacer negocios con chinos y con rusos porque ellos, a diferencia de los estadounidenses, están solamente interesados en el negocio y no en dictar a cambio de los créditos, las políticas internas de los países, definiendo las formas y las prioridades.
China y Rusia están precisamente ahora tendiéndole la mano a regímenes como el de Siria o Venezuela, socialistas a su modo, blancos por otra parte predilectos de la punitiva política exterior de Estados Unidos, dando por resultado nuevos flujos migratorios. Pero no sólo le tienden la mano a regímenes satanizados, sino que proponen, además, a través de sendas alternativas políticas y crediticias de nivel mundial (por fuera del consenso de Washington, y del patrón del dólar), nada menos que construir la globalización con otras reglas. Averígüese, por ejemplo, un poco no más que sea, sobre el gigantesco Banco Asiático de Inversiones e Infraestructura, creado por China, o sobre la Unión Euroasiática, impulsada por Rusia, o sobre iniciativas conjuntas como el grupo de países BRICS o la Organización de Cooperación de Shangai, formas de asociatividad que incluyen integración económica, proyectos de infraestructura conectando a través de las fronteras y, por su puesto, alianzas militares.
La ya inocultable emergencia de este diseño de globalización alternativo, no hace sino acelerar la necesidad de una reflexión acabada en torno a los contenidos de nociones como globalización o soberanía, nacionalismo o internacionalismo, así como sobre qué hacer – desde el punto de vista del Estado y el bienestar social – con las identidades étnicas, religiosas y de otros tipos (las sexuales, por ejemplo).
Atendamos, digo yo, por ahora, al modo en que nuestras desdibujadas derechas e izquierdas nacionales vienen tejiendo con estos materiales, tropismos electorales y horizontes de sentido. Reflexionemos sobre la validez de nuestras propias posiciones (en torno a los migrantes haitianos, por ejemplo), a la luz de la historia reciente (con sus guerras y conflictos) y los lados y afinidades internacionales que nuestros líderes políticos han escogido hasta ahora por nosotros, pues de ahí derivaremos la coherencia moral y las perspectivas de futuro de promesas y propuestas de inclusión y de exclusión, de muros y leyes migratorias.
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