Hace menos de un mes se lanzó la automatizada Línea 6 de Metro. Las pantallas de TV mostraron, como es lógico, montones de caras alegres y planos generales con señoras corriendo contentas escaleras abajo en Estación Lo Valledor porque desde ahora y para siempre podrán conectar con Providencia en tan sólo 18 minutos.
De a poco, los habitantes de las provincias de Talagante y Melipilla también comenzamos a descubrir ahorros de tiempo significativos si utilizamos esa misma estación como combinación para llegar a nuestros lugares de trabajo o estudio en la capital. Si las cámaras nos enfocaran, eso sí, nuestras caras, lucirían algo preocupadas porque para acceder a la Línea 6 debemos bajar de la liebre en una zona no habilitada justo a la salida de la Autopista del Sol.
A pesar de ello, la media hora de viaje menos amerita este riesgo y también el de cruzar posteriormente la calle, esquivando los vehículos que vienen saliendo de la carretera por la segunda pista.
Todos estos peligros se los debemos al “olvido” de las autoridades de transporte público; no al olvido metafórico, histórico o resultante de la mala memoria, sino al más pedestre de los olvidos, aquel que resulta de no concentrarse en hacer bien las cosas para mirar más allá de los vecinos inmediatos de un proyecto sino a todos aquellos potenciales beneficiarios.
A estas alturas, no es posible determinar si el “olvido” provino de profesionales y técnicos de Metro, la Seremi de Transportes o la Dirección de Transporte Público Metropolitano (DTPM), pero en términos concretos esta “falta de concentración” ha implicado una serie de consecuencias negativas, ninguna de las cuales ocurriría si se hubiese considerado la opinión de los talagantinos y melipillanos:
– una mayor congestión a la salida de la Autopista del Sol por la inexistencia de una zona de detención establecida ni menos un cruce peatonal habilitado.
– el desaprovechamiento de una buena oportunidad para reducir la saturación de la Línea 1. (Hoy, muchos pasajeros, ante el peligro y desconocimiento, prefieren seguir combinando en Estación Central o Universidad de Santiago).
– la oportunidad no utilizada de descongestionar el acceso al Terminal San Borja.
– un aumento en los “tacos” a la salida de la Autopista del Sol.
Este hecho, que podría ser anecdótico, sigue causando efectos, esta vez sobre uno de los proyectos más sentidos por los habitantes de nuestra zona: el Melitrén. El pasado miércoles 22 de noviembre, la Seremi de Transportes de la Región Metropolitana le dirigió al Servicio de Evaluación Ambiental (SEA) el ordinario 9217 en el cual realiza dos observaciones al proyecto que ya se encuentra en su fase final de evaluación.
[cita tipo=»destaque»]Es un mito que la participación de la ciudadanía atrasa la discusión de los proyectos. Más bien permite una mayor reflexión de los pros y contras de las distintas alternativas de diseño e implementación. Parafraseando al poeta rancagüino Óscar Castro, hay que acordarse “en cada rosa” de los ciudadanos para mejorar los proyectos cuando todavía es posible, y no después llorando cuando se nos llene el alma de imposibles.[/cita]
Primero, le plantea que estudie la materialización de un área de intercambio intermodal en Estación Central (punto de llegada del Melitrén a Santiago) debido al “importante aumento en la densidad peatonal en el sector” y a las proyecciones de un crecimiento futuro por el éxito del tren a Nos y la potencial implementación del tren a Talagante y Melipilla.
Luego, le propone la “alternativa” de trasladar el punto de llegada del recorrido original al sector de Lo Errázuriz. Le menciona, AHORA SÍ, la necesidad de que esta “Estación Lo Errázuriz” incorpore la intermodalidad, vale decir, que considere la conexión con el transporte de superficie y la línea 6 de Metro.
La idea de cambiar el punto de llegada del proyecto de Metrotrén puede ser en principio plausible para cumplir el objetivo de descongestionar la Línea 1 y, en particular, la Estación Central. Sin embargo, estas propuestas que parecen sacadas de un sombrero develan que el olvido en temas de transporte no se reduce sólo al estudio de un proyecto puntual sino a la invisibilización de un actor fundamental, los ciudadanos, que son aquellos que mejor podrían opinar sobre sus problemas y sus soluciones.
Mientras la participación ciudadana sea considerada sólo un requisito formal y no un aporte a los proyectos públicos, seguirán ocurriendo estos “olvidos” porque los técnicos muchas veces desconocen los problemas cotidianos de los usuarios. Por ejemplo, ¿cómo se desplazarán desde Lo Errázuriz hasta Estación Central todos quienes trabajan o se desempeñan en esa zona o aquellos que actualmente prefieren caminar al barrio República?
Un último botón: el reciente rechazo al proyecto de Tercera Pista de la Autopista del Sol por parte del SEA. Probablemente, para acelerar la aprobación de este proyecto (MOP, no te quiero asustar, pero el plazo para que la española Albertis deje de cobrar peaje se acerca a paso firme), el Ministerio de Obras Públicas (MOP) decidió no presentar un Estudio de Impacto Ambiental (EIA) que era lo que correspondía y prefirió entregar sólo una Declaración, que le exige menos requisitos, entre ellos, menos participación ciudadana. ¿Resultado? El SEA rechazó la iniciativa por “falta de información” y el MOP deberá hacer sí o sí un Estudio. Como decimos por Talagante, el flojo trabaja doble.
En resumen, es un mito que la participación de la ciudadanía atrasa la discusión de los proyectos. Más bien permite una mayor reflexión de los pros y contras de las distintas alternativas de diseño e implementación. Parafraseando al poeta rancagüino Óscar Castro, hay que acordarse “en cada rosa” de los ciudadanos para mejorar los proyectos cuando todavía es posible, y no después llorando cuando se nos llene el alma de imposibles.