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Visita Papal y credibilidad de las víctimas

Daniela Aceituno Silva
Por : Daniela Aceituno Silva Trabajadora social, magíster en Ciencia Política
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En diversas situaciones de maltrato y abuso, el relato ha sido y es el medio de prueba consistente en sí mismo, que abre y mantiene procedimientos tanto administrativos como judiciales, que buscan esclarecer la verdad y establecer la justicia.

Los recientes dichos del Papa Francisco en relación con los casos de abuso sexual cometidos al interior de la iglesia católica, y en particular, referidos a la defensa del Obispo Barros, resultan preocupantes pues establecen como condición necesaria para la credibilidad del testimonio de las víctimas, alguna prueba en contra, señalando, además, que “todo es calumnia”. Sin duda, en una sociedad donde el catolicismo ha permeado las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales, los dichos de Bergoglio, tienen un eco significativo y por lo mismo, resultan contradictorios con las señales dadas días previos, donde dijo “sentir vergüenza” por los casos de abuso sexual cometidos al interior de la iglesia y los llamados a la Curia de arrepentirse y remediar el daño causado.

Históricamente, el testimonio ha sido el recurso utilizado por víctimas que se han atrevido a denunciar situaciones que atentan en contra de su dignidad humana. Es gracias al relato de ellas, que hoy podemos contar con información válida para constatar que ciertos hechos ocurrieron y para generar una toma de conciencia respecto de la necesidad de sanción y de restitución a quienes han sido afectados. Las comisiones de verdad sobre graves violaciones a los derechos humanos ocurridas entre los años 1973 y 1989, en los que han participado tanto víctimas como testigos y familiares, los procesos judiciales en los que intervienen mujeres y niños/as víctimas de violencia intrafamiliar, los sumarios administrativos por malas prácticas laborales en la administración pública, entre otras instancias, son algunos ejemplos.

[cita tipo=»destaque»]Los “dichos” y gestos del Papa duelen, porque reviven historias comunes de daño, en un país donde hay una crisis ética y que está marcado por relatos comunes de abusos e impunidad.[/cita]

La necesidad de contar con otras pruebas que demuestren cierta evidencia y relación con el relato, es una espada de doble filo, porque en el genuino interés de aproximarnos a las situaciones con cierta objetividad y asumiendo la presunción de inocencia de los victimarios, podemos caer en el relativismo y desacreditación, a priori, de las víctimas. Se entiende que, en algunos procesos, la deseabilidad de contar con pruebas es útil porque da respaldo a la veracidad de los relatos, pero a veces, las víctimas, sobre todo en el caso de niños y niñas, la única prueba que tienen a su favor son sus relatos. Por otro lado, las situaciones de violencia y abuso son a veces tan complejas, que resulta difícil comprobar exactamente cada uno de los hechos, pues la estrategia del agresor es dejar la menor huella posible y de esa manera sentirse protegido y con las condiciones necesarias que le permiten seguir perpetrando su conducta. De ahí que resulte grave la desacreditación al relato de las víctimas.

Ser una víctima de algún tipo de maltrato es una carga demasiado pesada, la violencia genera mucho daño no sólo en el momento mismo, sino también por las consecuencias que deja para las víctimas y su entorno cercano. Por lo demás, ninguna persona va a querer estar gratuitamente en una situación de exposición pública, en la que permanentemente esté recordando todo aquello que la ha puesto en esa condición. En este contexto, resulta difícil no creerles a las víctimas, exigirles que sean ellas quienes reporten “medios de prueba suficientes” como si su sola vivencia no tuviera ningún valor. Por eso, los “dichos” y gestos del Papa duelen, porque reviven historias comunes de daño, en un país donde hay una crisis ética y que está marcado por relatos comunes de abusos e impunidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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