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La rearticulación

Max Spiess
Por : Max Spiess Ex asesor de Hacienda del gobierno de Ricardo Lagos
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Cuando se ha perdido todo, aferrarse al instinto de supervivencia es todo lo que resta, ¿será suficiente?

Fue un terremoto de los grandes. Ya es de mañana. Entre los escombros de lo que fue un gobierno reformista, ahora sólo queda contabilizar víctimas, inventariar daños y organizar algún tipo de ayuda para pasar el día con vida. Del pretendido legado, queda poco que enumerar, particularmente con un epilogo tan ripiado.

¿Cómo reagruparse? ¿En torno a qué o a quién? ¿De dónde sacar energías e inspiración? ¿Cuáles son las convicciones luego de una derrota tan profunda?

Probablemente, las causas del nuevo panorama de la oposición se encuentran no en la derrota reciente sino en la del 2009. Ciertamente, en esa oportunidad, la corbeta ya crujía y hacía agua por agujeros en el casco, con un timón perdido en un mar convulso y desconocido. Sin embargo, lejos de buscar una reparación profunda de la nave y su plan de navegación, los marineros buscaron reflotar al mismo capitán que los encalló, y con la corbeta repintada y bajo nueva bandera, se hicieron a la mar, y para sorpresa de todos, con tan resonante éxito que rápido se olvidaron las heridas de las batallas del pasado… sin embargo, esas heridas seguían ahí. El viento de cola parecía ser un augurio de destinos brillantes y nuevas playas; pero la mar es muchas veces traicionera y todo puede cambiar de súbito.

[cita tipo=»destaque»]Sin embargo, el destino de la oposición no está en líderes añejos que se acomodarán para sobrevivir; sino en caras nuevas para mirar con la frente en alto, y con manos limpias para trabajar codo a codo con la gente. ¿Dónde están? No se sabe, quizá también están luchando por sobrevivir, más que mal, es lo que han venido haciendo por largos muy largos años. Pero por fin les ha llegado su hora. ¿Tendrán los cojones quitarle la pelota a los patrones de siempre, meterse a la cancha y comenzar a jugar?[/cita]

La realidad es más caraja de lo que uno quisiera, y porfiadamente demostró que la nave no estaba para grandes batallas, porque los nuevos marineros no tenían el oficio de noches de tormenta ni el zafarrancho provocaba la unidad que la tripulación necesitaba. La nueva oficialidad era más bien una nacida del corso y a la primera mar gruesa, el barco inició una zozobra que duró hasta su naufragio, plagada de descoordinaciones y falta de fiato, ejercicios comunicacionales vacíos, proyectos mal implementados y nacidos de un diagnóstico profundamente erróneo de la realidad y del entorno.

Cuál es el efectivo legado del gobierno de Bachelet: (i) Reformas necesarias, pero mal concebidas y de tramitación traumática con una pobre implementación; (ii) la influencia sobredimensionada del Partido Comunista en la administración del gobierno y de la coalición; (iii) una derrota electoral que demostró cuan dispuesta estaba la Nueva Mayoría para transar sus valores con tal de agenciarse los votos para sobrevivir en sus puestos, cargo y sueldos; (iv) una quimérica lucha por construir un pretendido legado que sonaba más a la orquesta del Titanic que al realismo de un gobierno que va de salida con una pesada mochila a cuestas; y (v) Proyectos presentados a la carrera, urdidos entre cuatro paredes para marcar un cumplido en una lista de supermercado. Así no se gobierna cuando se quiere pensar un país en grande y para el largo plazo.

Frente a este escenario, ¿qué hubiera esperado un espectador corriente? Lo esperable para recuperar la dignidad era hurgar en lo profundo para limpiar la pus que excreta mal olor; indagar para volver a entender el mundo y el nuevo contexto de Chile; reestablecer una acción política conjunta a partir de la sensatez y el sentido común y dejar atrás los excesos comunicacionales; entender que los cambios, para que sean sostenibles, requieren de larga discusión, amplios acuerdos y sacar de la ecuación, el odio proselitista y el ideologismo materialista; y, sobre todo, que los líderes demuestren que han aprendido eso que “al gobierno se llega para servir y no para servirse”. Lamentablemente, cuando la obcecación se confunde con una rara nobleza que devendría de cierta coherencia política, nada puede resultar bien. Eso se llama contumacia.

Así las cosas, en la actualidad, los partidos sólo atinan a lamerse las heridas y llamar a concilios doctrinarios, pero ya son tan irrelevantes que poco importa, pues los hechos son más gráficos que grandilocuentes declaraciones públicas. A qué se han abocado los líderes de la extinta Nueva Mayoría: a preservar sus cuotas de poder, demostrando mucha agilidad y lucidez para repartirse cargos y comisiones en el Congreso y ensayar fórmulas para alinearse con el Frente Amplio y hacerle oposición al nuevo gobierno. Pero rearticularse en torno a la virtud de un nuevo paradigma ético y épico, no.

Parece que cuando nada va quedando, lo único a que se puede echar mano es a oponerse como el último estertor de vida. Ser oposición es fácil: basta menear la cabeza y ya; pero proponer un nuevo horizonte es lo difícil, para eso, el instinto de supervivencia no basta. Veamos el lenguaje: ¡defender las reformas! ¡Ni un paso atrás! Es como si el tenista pretendiera ganar el match simplemente devolviendo la pelota al otro lado de la red; pero ¿qué propone? ¿Con qué nuevos argumentos se pretende recuperar el control del futuro? Vacío, silencio, la nada.

Por eso es que algo sueña tan desafinado cuando comienzan a salir fantasmas que pretenden desoxidar sus liderazgos para tratar de guiar ejércitos de fantasmas. Que aparezca un ex ministro a ofrecerse de candidato, u otros a jugar con la idea de la tercera venida de nuestra señora… por favor! ¿En qué mundo viven? Antes de cualquier cosa, es menester limpiar y ordenar la casa. Hay muchos muebles viejos de los que deshacerse, muchos fantasmas exorcizar y hay que abrir ventanas y puertas de par en par para que entre aire fresco: sí, hay que airear por mucho tiempo para que la casa vuelva a ser habitable, en paz, e invite a otras generaciones a entrar y hacerse cargo del destino con nuevas ideas y nuevas formas.

No obstante, nada de eso está ocurriendo, no hay autocrítica, ni limpieza, ni nada. Todo sigue igual y parece que esa es la estrategia: los mismos de siempre se las arreglan para no soltar la cuerda y aprietan los dientes haciéndose los distraídos… en una de esas la gente es tonta como creen y la noche pasa. Mañana será un nuevo día y la tempestad y el naufragio habrán sido olvidados. Todo seguirá como siempre.

Se llama instinto de supervivencia; cuando se ha perdido todo, hasta la dignidad, ese pulso es todo lo que resta entre la vida y la muerte.

Sin embargo, el destino de la oposición no está en líderes añejos que se acomodarán para sobrevivir; sino en caras nuevas para mirar con la frente en alto, y con manos limpias para trabajar codo a codo con la gente. ¿Dónde están? No se sabe, quizá también están luchando por sobrevivir, más que mal, es lo que han venido haciendo por largos muy largos años. Pero por fin les ha llegado su hora. ¿Tendrán los cojones quitarle la pelota a los patrones de siempre, meterse a la cancha y comenzar a jugar?

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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