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Marielle Franco, Martin Luther King, y la larga lucha contra el capitalismo racial

Felipe Lagos
Por : Felipe Lagos Investigador independiente, miembro de Fundación Crea, donde coordina el Grupo de Analisis Internacional, y también del IIPSS. Militante de Nueva Democracia y del Frente Amplio.
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Marielle Franco, brasileña, mujer, negra, lesbiana, activista social LGTBQ y concejala de Río de Janeiro, fue asesinada el pasado miércoles 14 de marzo. Significativamente, hoy 4 de abril se cumple medio siglo desde el asesinato de otro líder radical negro, Martin Luther King Jr. (MLK). Estos dos hechos están conectados por la historia global, pero indisolublemente americana, de colonialismo y capitalismo racial y patriarcal.

1.

La historia de MLK es bien conocida: desde su activa participación en el boicot iniciado luego del arresto de Rosa Parks en Montgomery, Alabama, por no ceder su asiento en el transporte público a una persona blanca; su irrupción nacional en 1957 a la cabeza de la Conferencia de Líderes Cristianos del Sur, un grupo de líderes de iglesias contra la segregación y opresión afroamericana, desde el cual se transformó en el líder del movimiento por los derechos civiles; su famoso discurso ‘I Have a Dream’ en agosto de 1963, en el marco de la marcha por trabajos e igualdad desarrollada en Washington, D.C.; el Premio Nobel de la Paz en 1964; la marcha desde Selma a Montgomery y el ‘domingo sangriento’ de marzo de 1965; sus más de 14 veces en prisión, donde escribió páginas que inspiraron a millones (como ‘Carta desde una celda en Birmingham’); hasta su asesinato el 4 de abril de 1968. Con su muerte, se cerraba también un ciclo para el movimiento afroamericano de Estados Unidos.

Sabemos hoy que Marielle Franco fue una de las niñas y niños de su favela (Maré, en el norte de Río de Janeiro) en asistir con regularidad y creciente compromiso a su iglesia católica barrial. La influencia cierta de la teología de la liberación, nunca desaparecida del todo del mapa latinoamericano, contribuyó a moldear su militancia del lado de los propios: los pobres y excluidos. A las desventajas estructurales que conlleva ser mujer, pobre y de color, en su caso se sumarían, primero, una maternidad soltera y sin apoyo alguno del ‘padre’, y después las múltiples discriminaciones que cualquier desafío a la heteronormatividad despierta en la mentalidad conservadora. En este caso, se trataba no sólo de su orientación sexual lesbiana, sino de su firme compromiso con el movimiento LGTBQ y las luchas feministas y antipatriarcales.

Pese a todos estos obstáculos estructurales, Marielle no solo concluyó de manera brillante sus estudios de pre y posgrado en sociología y políticas públicas, sino que inició una promisoria actividad política bajo el alero del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), primero como jefa de gabinete y luego, en octubre de 2016, resultando electa concejala de Rio de Janeiro con la quinta mayor votación entre los 51 representantes escogidos. Marielle asumió su cargo en marzo de 2017, bajo el mandato explícito de seguir defendiendo a los marginalizados, a la población de color, a las diversidades sexuales y a las mujeres.

Desde este nuevo espacio de representación, su voz comenzó a ser escuchada y amplificada a través de sus constantes debates y denuncias, en los que Marielle articulaba de modo elocuente feminismo, género y racismo desde una perspectiva popular y de clase. En poco más de un año, Marielle destacaba como la principal impulsora del proyecto ‘Para hacer valer el aborto legal’ (puesto que en muchos países de América Latina el aborto es reconocido legalmente pero no practicado). Asimismo, se levantó como una férrea opositora al conjunto de medidas de ajuste económico, y en particular a la fallida reforma (neoliberal) al sistema de pensiones impulsada por Temer. En esta batalla, Marielle apuntó nuevamente al carácter estructural de la explotación femenina, cuestionando el discurso de que un renovado marco para las pensiones permita alcanzar igualdad en el momento de la jubilación.

También se puso en la primera línea de defensa de las poblaciones de las favelas, al cuestionar abiertamente la política de militarización de la ciudad. Se debe clarificar que la militarización es ya una política ‘normal’ (esto es, aplicada con regularidad) desde los eventos deportivos de ese país en 2013-2016, pero que viene siendo intensificada desde comienzos de 2018 por Temer. Únicamente durante en enero, 154 personas fueron asesinadas en las calles de Río por este motivo.

2.

Estados Unidos y Brasil son países construidos en base a una larga y cruenta historia de sometimiento y trabajo forzado, fundamentalmente hacia la población negra que fuera esclavizada, abusada, y sobre cuyas espaldas se construyó la ‘moderna’ civilización capitalista. Se debe especificar el carácter racializado de la servidumbre y esclavitud capitalista, pues todo indica que la raza no jugaba un rol preponderante en las antiguas formas de esclavitud (romana, griega, etc.). Tanto en Brasil como en Estados Unidos, una tardía y conflictiva abolición de la esclavitud no daría origen a la libertad de estas poblaciones, sino que las condujo hacia nuevas formas de opresión y subalternización. Esto perdura hasta hoy bajo distintos (pero no tan distintos) mecanismos, siendo los más prominentes la segregación, la marginalización y la criminalización.

En Estados Unidos, país que durante el siglo XX pasara a ser la potencia central del concierto capitalista, la población negra se conformó como la ‘periferia doméstica’, en palabras del intelectual negro Manning Marable. Este lenguaje hace sentido en América Latina, región que desde el comienzo ha formado parte de la periferia del capitalismo global. Del mismo modo, permite identificar las continuidades que las exclusiones impuestas por el capital dibujan en el mundo entero. Siguiendo a Marable, podemos considerar que en Estados Unidos ‘el problema negro’ expresa la presencia del Sur Global en el centro del Norte Global, una presencia que es constitutiva, estructural y no meramente accidental o accesoria.

En este sentido, la palabra y la actividad de MLK operó como una lectura contra-hegemónica del American Dream: mientras el establishment lo entendía (y entiende todavía) desde las coordenadas de las libertades (individuales) de propiedad, empresa y acumulación, en cambio para el movimiento negro que comenzara a despertar a mediados del siglo XX este dream no era otro que el de la igualdad constitutiva de todos los hombres y mujeres. “Aún tengo un sueño”, decía MLK en su discurso en Washington DC en 1963. “Es un sueño profundamente enraizado en el American Dream. Tengo el sueño de que, algún día, esta nación se levantará para vivir el sentido verdadero de su credo: ‘Sostenemos estas verdades como autoevidentes: que todos los hombres son creados iguales’.” Esta última frase es parte de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos.

Por supuesto, las elites corporativas y políticas se han encargado sistemáticamente de impedir que esta ‘verdad auto-evidente’ se transforme en una realidad evidente. En la actualidad, el movimiento Black Lives Matter (“la vida de los black importa”) ha debido imprimir una verdad aún más básica, pero todavía no evidente, como consigna: la vida de la población negra importa.

En América Latina, la larga noche de las dictaduras nos privó (entre muchas otras cosas) de movimientos similares al de los derechos civiles, los cuales sí dieron vida en otras latitudes a una ‘nueva izquierda’. Aunque sea parcialmente, esta ‘nueva izquierda’ se propuso articular el descontento anti-sistémico con las llamadas ‘nuevas’ identidades y espacios de resistencia que se vieron en ebullición: raza, etnia, género, y en general la multiplicidad de diversidades que trajo consigo la desestabilización de los códigos culturales en clave binaria. Pero en América Latina la izquierda (vieja y nueva) fue borrada del mapa político bajo el imperio de la Doctrina de Seguridad Nacional, la que aún define el proceder de nuestros estados (como demuestran las militarizaciones de Río y la Araucanía).

[cita tipo=»destaque»]En América Latina, la larga noche de las dictaduras nos privó (entre muchas otras cosas) de movimientos similares al de los derechos civiles, los cuales sí dieron vida en otras latitudes a una ‘nueva izquierda’. Aunque sea parcialmente, esta ‘nueva izquierda’ se propuso articular el descontento anti-sistémico con las llamadas ‘nuevas’ identidades y espacios de resistencia que se vieron en ebullición: raza, etnia, género, y en general la multiplicidad de diversidades que trajo consigo la desestabilización de los códigos culturales en clave binaria. Pero en América Latina la izquierda (vieja y nueva) fue borrada del mapa político bajo el imperio de la Doctrina de Seguridad Nacional, la que aún define el proceder de nuestros estados (como demuestran las militarizaciones de Río y la Araucanía).[/cita]

Contrariamente a lo que algunos ‘marxistas’ o ‘socialistas’ postulan, el capitalismo no acaba con las diferencias no económicas, sino que se aprovecha de ellas para profundizar su propia lógica de acumulación económica. Como indicaran Immanuel Wallerstein y Etienne Balibar ya en 1991, al ampliar e intensificar las relaciones sociales capitalistas al extremo, el régimen neoliberal funciona recreando estructuras y discursos racistas, los que están también profundamente asociados a la reproducción de diferencias sexo-genéricas. En este sentido, y junto con muchos autores contemporáneos en la materia, cuando decimos racialización, ésta se encuentra íntimamente asociada de modo constitutivo la genderización de las relaciones sociales.

En nuestras palabras: al convertir al mismo capital en el mediador de toda relación social, garantizando así las condiciones de apropiación del trabajo humano para su propio beneficio, el capital no solo extrae trabajo productivo como explica el marxismo clásico, sino también se apropia de recursos subjetivos, culturales y simbólicos para garantizar el disciplinamiento de la fuerza de trabajo. Estas apropiaciones (que son también formas de desposesión o ‘extractivismos’) se realiza por medios de acumulación flexibles y crecientemente transnacionales, aunque la garantía primera de este disciplinamiento sigue siendo el estado-nación y su monopolio (clasista, racista y sexista) de la violencia y las armas.

En el contexto latinoamericano, esta multiplicidad de contradicciones estructurales irresueltas y acumuladas a lo largo de nuestra historia reciente ha dado forma a una suerte de polvorín de descontento y rabia anti-sistémica. Hablamos de que el aparato de ciudadanía multicultural propio del neoliberalismo ha provocado una politización (o re-politización, si entendemos que es el propio capital el que las despoja de su politicidad) de estas renovadas formas de desigualdad y exclusión, como son el género y la orientación sexual, la etnia y la raza.

Marielle era mujer, negra, madre soltera, lesbiana, habitante de una favela, formada bajo los valores del catolicismo revolucionario y militante de un partido de orientación socialista y libertaria. Ella era todas esas luchas. Y buscaba representarlas de modo genuino pero concreto e histórico, esto es, entendiendo al estado como ese aparato de dominación, y por ende comprendiendo que la representación política dentro de ese estado es necesariamente compleja si lo que se quiere es contribuir a la transformación social y no a la perpetuación de las desigualdades existentes. Su tesis de maestría trataba justamente acerca del rol de la policía militar en el Brasil contemporáneo. Escribía en ella que “la policía federal apunta a la represión y el control de los pobres. La marca más emblemática de este cuadro es el asedio de las favelas y el creciente proceso de encarcelamiento.” Una de sus últimas intervenciones en redes sociales hacía eco del lema Black Lives Matter: “Paren de matarnos. La vida de las favelas importa.”

Nutrido por ese conjunto de posiciones y rebeldías, el activismo de Marielle se vio sin duda multiplicado (no acallado ni higienizado) desde el lugar de representación alcanzado en 2016: por eso la asesinaron. Del mismo modo que el 2016 asesinaron a Berta Cáceres; del mismo modo que el 2017 asesinaron a 14 activistas colombianas; dl mismo modo que ese mismo año asesinaron a Miriam Rodríguez en México, país en que van más de 50 activistas mujeres asesinadas desde 2010. Y así como todo indica que el año pasado asesinaron a Macarena Valdés en la comunidad Newen de Tranguil, Panguipulli.

En Latinoamérica, ese polvorín de malestares acumulados e irresueltos que más de un cuarto de siglo de administración neoliberal silenciara hasta hace muy poco parece comenzar a destaparse. No es casual entonces que las luchas de Marielle (las luchas de los pobres, marginalizados y criminalizados, de los negros e indígenas, de aquellos sexualmente diversos y de las mujeres) estén siendo orquestadas en conjunto. Ahora bien, los grados de madurez de estos movimientos son diversos a lo largo del continente americano. Por este motivo, la izquierda – y en particular la izquierda chilena, provinciana y aislada al respecto durante mucho tiempo – debe reconocer cuánto camino debe aún recorrer para poder articular estas luchas en perspectiva de un programa político posneoliberal.

En otras palabras: las izquierdas necesitan aprender más y mejor de las experiencias y avances que suceden en otros países y latitudes, redefiniendo y rearticulando con ello las fronteras de la solidaridad popular tanto en sus geografías (cada vez más espuria e indeterminada gracias a la globalización y financiarización) como en las intersecciones que la politización y radicalización antineoliberal ha adquirido, y que hoy permiten la confluencia de las luchas clasistas, raciales y étnicas, de género y orientación sexual.

3.

Sabemos que hace medio siglo MLK fue asesinado a los 39 años en Memphis, Tennessee por un supremacista blanco llamado James Earl Jay. Y sabemos que este evento terminaría por radicalizar a muchos militantes y activistas del movimiento afroamericano, tal y como tres años antes lo hiciera el asesinato de otro líder negro, Malcom X.

Sobre el asesinato de Marielle, en Río y a tres meses de cumplir 39, no se sabe mucho, pero dos hechos parecen claros: el carácter altamente organizado del atentado, y el que las balas utilizadas pertenecen a los registros de la policía federal. Ocurrido solo días después de una de las mayores demostraciones de poder femenino a nivel mundial, y en medio del creciente descontento por las políticas de ajuste neoliberal (que son políticas racializadas y genderizadas) en Brasil y toda América Latina, el asesinato de Marielle fue ejecutado minutos después de ella cerrara su participación en un encuentro de mujeres afrobrasileñas con las siguientes palabras: “Yo no soy libre mientras cualquier mujer no lo sea, incluso si sus cadenas son diferentes a las mías.” Estas palabras recuerdan a las de MLK, quien pocos días antes de ser baleado dijo en un sermón en la Catedral Nacional de Washington, D.C.:

“Estamos juntos, atados en una misma prenda de destino, atrapados en una red de mutualidad inescapable. Y lo que afecta a uno directamente nos afecta a todos indirectamente. Por alguna extraña razón, yo nunca podré ser lo que debo ser hasta que tú seas lo que debes ser. Y tú nunca podrás ser lo que debes ser hasta que yo sea lo que debo ser.”

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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