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Un orden espontáneo

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Eddie Arias
Por : Eddie Arias Sociólogo. Academia de Humanismo Cristiano. Doctorando en Procesos Políticos y Sociales.
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Cuando las democracias solo reproducen elites, estamos perdidos, poco va a pasar. Elites fecundas de una morfología humana civil, artesanía de intereses de la urbe metálica, los individuales habitantes del tiempo mínimo.

Nunca se sabe con la historia es cierto, a veces se prende, pero la mayoría del tiempo es neoliberal, se endeuda hasta morir, y paga todos los aspectos cotidianos. El acto de la vida es un acto de mercado, una pulsión de deseos ampulosos.

Ya no hay ideario de lo público, lo público es privado o será privatizado, es el credo y su tecnocracia. Todo debe ser mercado hasta el tuétano de la vena, el aire debe ser privatizado, y llegaremos hasta ahí.

El ideario hayekiano parece tan fuerte que obnubila y condiciona los aspectos de la política, los ordena en la geopolítica del dinero, y su concentración extrema. La desigualdad es envidia, solo una ideología socrática de la envidia, pura envidia.

Justamente, ahí lo que hace Hayek (con los innegables aportes popperianos), es una captura epistemológica de la sociedad, el neoliberalismo se logra en la “individualidad”, como sustancia microsocial, de la que habla Foucault.  

Es un poder que se disloca, no tiene un centro, tiene varios centros; logra un mundo cultural individualizado, como rasgo de la sociedad de consumo. La individuación se presenta hoy como un arquetipo, en el lenguaje de Kuhn, un nuevo paradigma.

En tal escenario la derecha apropia un espacio cultural muy amplio por la vía de la política del mercado, se transforma en una imaginería, tiene la ingeniería social del marketing y la publicidad, donde cada cual hace lo suyo.

Articulan el sentido hasta construir la ruta, estar posicionado en las decisiones subjetivas, esa es la cultura hegemónica. Están destinados a saber el plan, toda vez que la izquierda perdió su contemporaneidad, ahora es pura gestión ciudadana.  

La cosa, es que la cosa, no se decide acá, se decide en otras partes, la globalización determina unos caminos estructurales, la economía se comió la política cuando cerceno el Estado. Son momentos de una sonrisa triste, casi histérica, el miedo es de los corazones, los suicidios y la depresión dicen que algo no funciona hace rato.

Pero en este mundo visual, donde mandan las imágenes de la vida, todo dolor es opacado por las luces, la contracara es siempre el montaje de las máscaras de actores, es mucha la luz y sus colores, su visualidad como signo absorben toda protesta.

[cita tipo=»destaque»]El orden es el orden, las políticas y las culturas se ordenan en torno a eso. La historia no es nuestra y no sabemos si la harán los pueblos, pero no hay otra dignidad que no sea la de insistir en una ética de la economía, en una tesis que ensanche el alcance de los horizontes posibles.[/cita]

Es un mundo feliz, un mundo constantemente moderno, una tradición de lo nuevo (Rosenberg, 1962), donde la tecnología es la simbología del cambio como un engranaje donde los sujetos son piezas demasiado ineficientes.

Toda disrupción es pintada con colores, se colorea y se transforma en un artefacto, es un cosismo de colores, no es cualquier cosismo, es uno visual, que tiene la capacidad de expandirse, de decir más de lo que dice. Demasiado curriculum oculto, disciplinamiento conectado a las redes de un poder fantasma.

Al final el movimiento social puede ser desgastado, cuestión que se hace por otros instrumentos, otras policías y negociaciones, las rutas siempre del ocaso.

Puede ser esta, una plataforma larga, de ocho años, con una inclinación decidora hacia la acentuación de las características troncales del modelo privatizador.

Sin pueblo las historias quién las hace, la máxima dominación es cuando absorbes el léxico, cómo hacemos en el 21 de estos lares, lo claro es que no es de manual, ni la trae la Coca Cola.

Todos son comentaristas, y todos hacen televisión, el mercado es una democracia plena, si no estás, lo ves, compras algo que te lo traiga. La historia social de los mercados, se ha impuesto a la historia de los colectivismos, tenemos una débil epistemología histórica.  

Pero ahí seguimos, como una culturización patrimonial, como un modismo anclado a la historia, sin más intelecto que la reiteración de ciertos escritos.

La indudable certeza del reclamo nos hace perdurar, los ricos son más ricos cada día, y a los pobres los transformaron en “clase media vulnerable”, que es un manera de hablar de una pobreza de otro estatus, pero pobreza al fin, porque el sentido de la “vulnerabilidad” obedece a un acceso con profundas carencias en seguridad social, por ejemplo, donde domina la arquitectura friedmaniana, donde nada es un derecho, y todo tiene precio, porque tiene dueño.  

La privatización del sistema de protección social a través de una política de shock dictatorial. La administración tecnocrática del estado, plantea de manual, una focalización estatal como administración y regulación de ciertos índices prioritarios, muy mínimo es la regla económica de la eficiencia.

Los mínimos y los máximos en el neoliberalismo están muy claros, el 53,2% de los chilenos, gana menos de 300.000 pesos líquidos; el 77,9% de los trabajadores gana menos de 500.000 pesos líquidos (Fundación SOL, 2017). El Banco Central (2018), plantea en informe reciente, que un 72 por ciento de la riqueza del país es concentrada únicamente por el 20 por ciento más rico. Otro estudio de The Boston Consulting Group, demuestra que 115 hogares concentran cerca del 14% del total de la riqueza del país (Emol, 2017).

El orden es el orden, las políticas y las culturas se ordenan en torno a eso. La historia no es nuestra y no sabemos si la harán los pueblos, pero no hay otra dignidad que no sea la de insistir en una ética de la economía, en una tesis que ensanche el alcance de los horizontes posibles. Estamos en otro siglo con nuevas y profundas adversidades, así como en el principio de nuestro tiempo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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