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La dimensión confederal contra la pandemia Opinión

La dimensión confederal contra la pandemia

Esteban Valenzuela Van Treek
Por : Esteban Valenzuela Van Treek Ministro de Agricultura.
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El enfoque territorialista parte de una gran premisa: los que habitan el lugar tienen derecho a sus recursos (autonomía o devolución del total o parte de los mismos), respeto de sus modus vivendis (cultura, costumbres, valores locales, respeto a su ecosistema) y deben tener poder político para generar sus propios planes, acciones, gobernanzas.

Por cierto, esto entra en tensión de colaboración y conflicto entre los tres niveles de gobernanza territorial: la macronacional o megarregional (un país federal grande, la Unión Europea o un megapaís como China, India, Rusia o Indonesia); la territorial intermedia (estaduales, regiones, provincias, cantones, condados, comarcas, autonomías indígenas); y la local municipal o comunalista.

La crisis del coronavirus del 2020 mostró que el empoderamiento de los tres niveles de gobiernos son necesarios o se produce una condena. Es decir, lo confederal redime ante un gobierno central nacional lento en actuar o ante un localismo feudal extremo. La tensión entre estos niveles es lo que genera virtuosismo en el triángulo del poder territorial, sintetizado en la palabra glocalismo, que valora la ancestral globalización (imperios, civilizaciones, megaacuerdos económicos de la liga hanseática en el Mar del Norte a los tratados de libre comercio) con el valor de los poderes territoriales y locales que generan límites cuando se ven amenazados. Esta dialéctica es compleja en la historia pero da valor.

La caída del Imperio Romano y de su agonía con el período de Carlo Magno, inauguró el feudalismo localista hasta el resurgir de las naciones con la imprenta y los nuevos imperios que debieron reconocer las identidades nacionales en el siglo XVIII. Lo señores feudales daban “protección” a la plebe ante los ataques externos, las ciudades medievales se rebelaron contra el poder absoluto de imperios de distinta índole para exigir libertades, autogobierno y fueros. A su vez, los mapuches se confederaban para vencer a los españoles, los puertos del Mar del Norte y el ártico pactaron al igual que los mercaderes del Mediterráneo, o los ingleses con su lógica de libre comercio ultramarino siguiendo lo aprendido de mongoles, chinos y Marco Polo para comerciar de manera estable entre oriente u occidente por la Ruta de la Seda.

Todo esto ha ocurrido en el coronavirus y su crisis mundial global. Los chinos obligan a la provincia infectada a encerrarse. En Chile los alcaldes y muchas localidades costeras se sublevan ante el gobierno central que no aplica cuarentena obligatoria. Lombardía soberbia con el xenófobo partido de la Liga del Norte, ha debido rendirse ante la alta mortalidad de la pandemia y aceptar la solidaridad internacional y aplaudir la llegada de médicos chinos y cubanos. Merkel debe actuar ante la acción de los land (regiones) y la cuarentena de Bavaria. Trump mira las encuestas y los datos que ya no puede minimizar cuando California y Nueva York, las costas progresistas, actúan con la decisión en salubridad que él no tuvo, atrapado como Piñera en Chile por el temor a la recesión económica. Los vilipendiados “caudillos provinciales” en Argentina obligan a la cuarentena nacional, y una y otra vez sacan al país de la crisis a la que malas políticas nacionales le han llevado gobiernos de diferente signo (la hiperinflación del radical Alfonsín el 1988, el paridad cambiaria del peronista Menem el 1998, la recesión con el derechista Macri el 2018).

Lo local es criticado por exagerado cuando se levantan con barricadas los habitantes de los balnearios pudientes de Chile que no quieren infectarse con los millonarios que les usan en verano, pagan pocos tributos locales y son el principal vector de contaminación desde su residencia en el Barrio Alto de Santiago. “Que se queden en su lugar”, reza la proclama como la de “luchar hasta que valga la pena vivir” del despertar de octubre del 2019.
Los rapanui como los raizales de la isla de San Andrés en Colombia (mezcla de negros garífunas con holandeses) han sido acusados de racistas por exigir regulación de la migración de “continentales” a sus pequeñas islas amenazadas por el turismo, las pestes, el comercio, la prostitución y la invasión de los “que no son del lugar”.

Lo confederal con su diversidad y conflicto –potestades nacionales, regionales y comunales– es el único camino de la policentralidad, la corresponsabilidad, los contrapesos y la protección sin proteccionismo como propone Stiglitz. El virus sería más letal sin esta inevitable y bienvenida potestad de los que habitan el lugar. Es muy probable que en crisis mundial económica los motores de la solidaridad y la seguridad alimentaria hagan rebrotar el poder comunalista que abordó Recabarren con sus mancomunales en 1900 y que propugna Murray Bookchin con el cooperativismo territorial radical de hoy (ver traducción del comunalismo de Manuel Loyola en revista Territorios y Regionalismos de Creasur – U. de Concepción).

Sin este poder local estaríamos en una mayor vulnerabilidad como lo indica la historia, y sin la ayuda macroterritorial dichos territorios también estarían en mayor precariedad. La complementariedad corresponsable, más necesaria que nunca en el globalismo que no niega la relevancia de lo territorial.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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