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El show de los presidenciables y la técnica del escamoteo Opinión

El show de los presidenciables y la técnica del escamoteo

Gustavo González Rodríguez
Por : Gustavo González Rodríguez Periodista y escritor. Exdirector de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile
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Resulta lamentable, e increíble, que faltando menos de tres meses para las elecciones de la Convención Constitucional, el tratamiento de la actualidad política en los medios esté concentrado en la profusión de precandidatas y precandidatos presidenciales que, por la vía de controvertidas primarias o decisiones de secretaría, están saltando al ruedo como si la pugna por la sucesión de Sebastián Piñera fuera más importante que la tarea de diseñar el Chile del futuro a través de una nueva carta fundamental.

Cuando se habla de “partidocracia” no faltan quienes advierten que si se desprestigia a los partidos se abre paso a la demagogia y al populismo de cualquier signo, pero lo trágico en el escenario chileno actual es que los propios conductores de las organizaciones políticas tradicionales se empeñan en dar argumentos y generar hechos que empujan a ese riesgo. “Los dioses ciegan a los que quieren perder”, decían los griegos, y el espectáculo de la profusión de liderazgos inventados evidencia un afán de ganancia fácil a corto plazo, cerrando los ojos al país real que se viene gestando desde el 18 de octubre de 2019.

Chile Vamos y la ex Concertación, reciclada en la Unidad Constituyente, gestan así desde sus afanes presidencialistas un nuevo vector de exclusión, un escamoteo del pueblo que se movilizó masivamente antes de la pandemia por transformaciones de fondo que pongan fin a la hegemonía del neoliberalismo y que en el plebiscito del 25 de octubre dio un contundente respaldo al Apruebo para derogar la constitución pinochetista. Así, los partidos que se han alternado en La Moneda desde la restauración de la democracia representativa no se hacen cargo de sus responsabilidades en la crisis del sistema y lanzan señales de que apuestan al gatopardismo.

Blindada por sus propias leyes y por la letra chica del “Acuerdo por la Paz”, la partidocracia camina con comodidad hacia la elección constituyente del 11 de abril, mientras el vasto mundo de los ciudadanos de a pie, que se identifica con los movimientos sociales, los colectivos feministas y de emigrantes, los pueblos originarios, las asambleas y cabildos barriales, ha tenido que bregar contra viento y marea, centímetro a centímetro, para postular a ser protagonista del cambio constitucional que este mismo pueblo hizo posible.

¿Le importan realmente a este pueblo los acuerdos para dirimir los abanderados presidenciales en la derecha o en la autodenominada centroizquierda? ¿Pierde el sueño por saber si Evelyn Matthei y Joaquín Lavín aceptarán primarias en la UDI? ¿Está expectante por la futura confrontación de Ximena Rincón con Paula Narváez o Heraldo Muñoz? Más allá del revuelo mediático, lo cierto es que la ciudadanía observa desde fuera esta anticipada carrera presidencial y no se siente para nada comprometida en ella.

Las cifras son elocuentes. El Partido Demócrata Cristiano (PDC) cuenta con 104.319 afiliados, según los informes del Servel actualizados al 31 de diciembre de 2020. En sus primarias presidenciales del domingo 24 de enero se registraron unos 27.000 votantes, es decir, poco más de 25 % de su padrón, advirtiéndose que también votaron independientes. No obstante, el PDC puede estar muy satisfecho al comparar su performance con la del Partido Por la Democracia (PPD) que, con 107.651 afiliados, movilizó a votar apenas a 13.325 militantes e independientes (12,4 %) en sus primarias del 31 de enero.

Para la inscripción de candidatos a la Convención Constitucional, en el total de distritos del país, los independientes que no van en listas de partidos constituidos consiguieron unos 500.000 patrocinios. Aun descontando de esa cifra la rocambolesca inscripción de Felices y Forrados, el respaldo a los postulantes levantados por las bases de movimientos y organizaciones sociales fue masivo, y es casi una crueldad compararlo con la capacidad de convocatoria que tuvieron el PDC y el PPD en sus primarias presidenciales.

Los independientes no sólo tuvieron que superar las limitaciones propias de la pandemia, sino además los plazos estrechos impuestos por el Servel, la falta de difusión desde el gobierno sobre el proceso de patrocinios, odiosas discriminaciones como la imposibilidad de que los extranjeros residentes respaldaran legalmente candidatos y las trabas legales impuestas desde el Parlamento por los partidos para la formación de pactos.

Los candidatos de los movimientos sociales por fuera de los partidos no la tienen fácil. Hoy son prácticamente ignorados por la gran prensa, cuyos despliegues mediáticos privilegian la presencia de “rostros” y dan una cobertura exagerada a personajes como Teresa Marinovic, Adriana Barrientos, Miguelo o María Luisa Cordero. En tanto, permanecen invisibles para los medios los candidatos de agrupaciones que han movilizado a la gente tras reivindicaciones de fondo, como el Movimiento No + AFP o los colectivos feministas con sus multitudinarias marchas del 8 de Marzo en su lucha contra la política patriarcal.

La partidocracia se abrió hacia independientes, dándoles cupos en sus listas para atraer votos, en unos casos, como si fuera un fichaje de futbolistas y en otros sometiéndolos a la manipulación de aparatos internos. Si algo oscurece aún más la esmirriada victoria de Heraldo Muñoz en las primarias del PPD fue la denuncia de que bajó a dos candidatas constituyentes de reconocida trayectoria social para favorecer sus afanes presidencialistas dando cupo a Jorge Insunza, un exdiputado y efímero exministro comprometido en financiamientos ilegales. También despierta suspicacias que la directiva del PPD haya dado cabida como independiente al exsenador, exministro y exsocialista Carlos Ominami, sobre quien pesa la sombra de boletas emitidas para Soquimich.

El presidente y presidenciable del PPD ha pasado así a ser un rostro más que llena la canasta de candidaturas. En un certero análisis en diálogo con El Mostrador, la experta Marta Lagos advirtió hace poco que esta profusión de dispuestos a gobernar el país en una carrera  de figurantes, sin contenidos de fondo ni propuestas que ataquen la desigualdad y la discriminación, tendrá como resultado una profundización de la protesta. Es decir, un regreso del estallido social.

Así, pronosticar que la Convención Constitucional estará rodeada de movilizaciones no es una maniobra maléfica de los comunistas, sino la resultante lógica de los afanes de los partidos tradicionales por montar un escenario ficticio, operando como magos que sacan presidenciables “como conejos del sombrero”. Y es que en este Chile de componendas se invierten los términos. El aserto de que “hecha la ley, hecha la trampa”, tan caro a la clase política, puede transformarse hoy en “hecha la trampa, hecha la ley de la calle y de la protesta popular”.

¿Por qué ese afán de anteponer la pugna presidencial del 21 de noviembre a la tarea constitucional de abril?

Sin duda, está el fenómeno de la mediatización de la política chilena, que tiene como ingrediente fundamental a las encuestas. Creíbles o no, los sondeos de opinión crean noticias. Hasta hace pocas semanas, las encuestas de mención espontánea sobre preferencias presidenciales incluían al sempiterno y astuto Joaquín Lavín, a un Daniel Jadue aupado por su gestión alcaldicia de repercusión nacional en Recoleta, y a la diputada Pamela Jiles, a la grupa de sus dos exitosos proyectos de ley para el retiro de fondos en las AFP.

El establishment se vio sobrepasado o sorprendido por la irrupción de Jadue y Jiles, mientras Lavín una vez más submarineaba hábilmente en busca de un nuevo nicho para trasvestir su condición de derechista y Opus Dei con declaraciones de fe socialdemócratas y promesas de “unidad nacional”.

Entonces, fue necesario para los demás actores buscar su ubicación en las encuestas y anticipar de hecho la carrera presidencial. Como no había liderazgos naturales ni legitimados, había que crearlos, ya fuera con autoproclamaciones que derivaran en primarias, como ocurrió con el PDC y el PPD, o mediante decisiones cupulares. La carrera se trasladó a cada partido de Chile Vamos y de la Unidad Constituyente. En la derecha los aspirantes a desplazar a Lavín van desde Evelyn Matthei en la UDI, al exministro Ignacio Briones (una especie de Hernán Büchi 2.0) en Evópoli, pasando por el también exministro Sebastián Sichel en el entorno de Renovación Nacional, aunque la cúpula de ese partido ya proclamó a Mario Desbordes, mientras la extrema derecha está al acecho con un José Antonio Kast que ya les complica la vida a sus aliados para la Convención Constitucional.

Tal parece, en otra paradoja, que la condición de ministros de un gobierno muy mal evaluado, otorga al menos figuración en los medios, como mérito suficiente para aspirar a salvador de la patria en un concurso de antecedentes.

En la Unidad Constituyente el PS parecía sobrepasado, hasta que un grupo de mujeres afines al bacheletismo levantó casi de la nada a Paula Narváez, que recibió rápidamente el espaldarazo de la dirección partidaria sin necesidad de primarias. Para no ser menos, el Partido Radical lanza a la contienda a su líder Carlos Maldonado, en una suerte de saludo a la bandera. En tanto el PRO tampoco quiere quedarse sin figuración en las encuestas y busca como resituar a Marcos Enríquez-Ominami.

Esta anticipada y mediatizada carrera presidencial transforma a precandidatas y precandidatos en influencers que coparán los matinales y los programas televisivos de debate, dictando pautas desde arriba en un escamoteo del ejercicio ciudadano colectivo sobre temas fundamentales de la Nueva Constitución.

El ambiente politizado por las campañas para la elección de abril torna propicio este festival de proclamaciones presidenciales, con el riesgo evidente de distorsionar la concepción y las tareas de la Convención Constitucional, porque el debate conceptual será subordinado mediáticamente por los aspirantes a La Moneda. No será extraño –sólo para dar unos ejemplos– que, en la franja televisiva para estos comicios, se vea a Paula Narváez junto al escritor Jorge Baradit; a Lavín o Matthei al lado de Miguelo o la doctora Cordero; a Heraldo compartiendo pantalla con Lucía López, o a Kast del brazo con Teresa Marinovic, sin que se sepa en definitiva quién le está prestando ropa a quién.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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