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Política, comunidad, dignidad e igualdad Opinión

Política, comunidad, dignidad e igualdad

Joaquín Orellana Calderón
Por : Joaquín Orellana Calderón Consultor en Syn-Tesis Comunicaciones
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El momento político por el cual hemos transitado durante el último ciclo histórico ha debilitado la dimensión comunitaria de la existencia. Esta debilidad se hace carne en las acentuadas brechas de desigualdad que percibimos. La pandemia nos ha demostrado que la comunidad no funciona sino es en el ámbito de la reacción, allí ha demostrado que es eficaz y que, en consecuencia, tenemos que potenciarla dotándola de herramientas que le permitan asumir un protagonismo proactivo.


La última encíclica del papa Francisco es preclara para los tiempos en que vivimos. En Fratelli Tutti (sobre la fraternidad y la amistad social), Francisco, en clave política, realiza un análisis que pone en relieve el rol de la comunidad y el territorio, en desmedro del individualismo, la globalización y el “salto hacia el pasado” que ha significado el retorno de los discursos nacionalistas y “populistas”.

El momento político por el cual hemos transitado durante el último ciclo histórico ha debilitado la dimensión comunitaria de la existencia. Esta debilidad se hace carne en las acentuadas brechas de desigualdad que percibimos. La pandemia nos ha demostrado que la comunidad no funciona sino es en el ámbito de la reacción, allí ha demostrado que es eficaz y que, en consecuencia, tenemos que potenciarla dotándola de herramientas que le permitan asumir un protagonismo proactivo.

Esas herramientas derivan de dos cuestiones. La primera, institucional. Las instituciones son las reglas del juego que generan incentivos y restricciones en la conducta humana, por tanto, un nuevo diseño normativo nos permitirá fortalecer las organizaciones de base, la participación ciudadana y también la rendición de cuentas por parte de la población. Con la hechura de una nueva casa de todos y todas, nos enfrentamos a la coyuntura histórica de construir un Estado social benefactor. ¿Una promoción popular para el siglo XXI? Sin duda, daríamos un salto en calidad de vida y despegaríamos en desarrollo humano.

La segunda cuestión, performativa. Una nueva manera de entender la política, su despliegue en el lenguaje y, en consecuencia, en la acción. En la perplejidad contemporánea, donde la estética discursiva catalogada como pop y la retórica facilista son campeonas en rating, la política queda sumida en una “apariencia” impotente, dejando de ser el agente dinamizador de cambios que interpelen directamente el buen vivir y el bien común. La política tiene el deber de volver a generar sintonía con el pueblo –sin ambages, sin complejos–. Tiene el deber de hegemonizar el resto de los saberes con el objetivo de ser el espacio decisivo por excelencia. Ésa fue una de las grandes señales de la revuelta de octubre. La técnica no es/fue capaz de resolver los grandes problemas del día a día de los chilenos y chilenas.

Poner en valor la política y la comunidad, dejando atrás el miedo y la desigualdad. Ahora bien, me detengo en un elemento que considero clave. El rol de la juventud en el ciclo histórico que iniciamos en el país. Cuando la conversación es de futuro, los jóvenes se vuelven relevantes. La generación que ingresa al espacio público y que desde distintos espacios se vuelca a la disputa por la representación carga en sus hombros el espíritu de tiempos transformadores.

Una nueva generación nacida en democracia que tiene el imperativo de cuidarla y de mejorarla con el fin de garantizar su adhesión y confianza en la población. La fraternidad y amistad social a la cual nos enfrentamos reside allí, en el lugar donde lo político es garantía democrática de comunidad, dignidad e igualdad.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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