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Nuevos campamentos en Valparaíso: las consecuencias invisibles de la pandemia

Elizabeth Zenteno Torres
Por : Elizabeth Zenteno Torres Investigadora del Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales, Universidad Católica de Chile; y Coordinadora del Observatorio de Participación Social y Territorio, UPLA
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En el campamento Altos de Placilla Nuevo viven cerca de 500 familias, pero en realidad no está claro el número total, pues nadie nunca los ha contado. Víctimas de la pandemia, pero de esas víctimas que no se contabilizan, ellos son la cifra oculta detrás de los contagios y las muertes.


Hernán es un padre de familia de 37 años, que trabajaba como transportista en Valparaíso. Su pareja, Daniela, trabajaba limpiando un bar universitario: “yo era la tía del baño”, comenta. Vivían juntos en la localidad de Placilla en Valparaíso, donde arrendaban una pequeña casa. Sus dos hijas iban a la escuela en la misma zona. Producto de la pandemia, toda su organización familiar se vino abajo. Hernán y Daniela perdieron el trabajo. Los primeros meses lograron sobrellevar la cuarentena sin trabajar, gracias a algunos bonos estatales, pero luego tuvieron que dejar de pagar el arriendo. “Era comer o pagar el arriendo”, comenta Hernán. Después de unos meses, su arrendador los echó a la calle y la familia estuvo viviendo en su camioneta. Tres semanas estuvieron durmiendo en ella, hasta que alguien les comentó que justo a la salida de Placilla se estaba formando una toma de terreno. No lo dudaron y fueron a preguntar qué había que hacer para tener un lugar en la toma. Se consiguieron una carpa y luego lograron comprar madera y latas para cubrir el pedazo de tierra que estaban ocupando. Hoy viven en lo que sienten como su casa propia, aunque no tengan agua, alcantarillado o electricidad.

En el campamento Altos de Placilla Nuevo viven cerca de 500 familias, pero en realidad no está claro el número total, pues nadie nunca los ha contado. En su mayor parte, son familias que llegaron hace menos de un año y que hasta hace poco vivían en Placilla, arrendando una casa, una habitación, o viviendo de allegados. En la toma, hay muchas familias con niños, adultos mayores que viven solos y migrantes. Ellos también han sido víctimas de la pandemia, pero de esas víctimas que no se cuentan: la cifra oculta detrás de los contagios y las muertes. De hecho, son tan invisibles, que no han sido el foco de ninguna ayuda del Estado. Las cajas de alimentos ahí no llegaron. La Municipalidad de Valparaíso llegó sólo una vez a la toma, cuando fue a regalar unos sacos de comida para perros.

En general, los campamentos en Chile han ido en aumento desde hace veinte años. Pero estos últimos dos años el crecimiento se ha acelerado. Si en el año 2019 se contabilizaban 802 campamentos, el reciente catastro de Techo contabiliza 969 en todo Chile, con un incremento del 20,82 %. El problema se exacerba en Valparaíso, cuya región acumula el mayor número de asentamientos informales. De 160 campamentos identificados el año 2019, pasaron a ser 225, incrementándose un 24,3 %. En la región, Viña del Mar y Valparaíso son las comunas que tienen el mayor número de asentamientos informales, aunque Quilpué y Villa Alemana registran también alarmantes incrementos (de 267 % y 133 % respectivamente). En términos globales, un tercio de la población que reside en campamentos son niños, niñas y adolescentes. Otra parte importante son adultos mayores.

La paradoja es que este incremento acelerado de las tomas de terreno ocurrió silenciosamente. Mientras algunos de nosotros nos hemos podido quedar en casa, otra parte de la población se ha visto obligada a salir de ella y construir(se) una nueva. En estos nuevos campamentos viven personas que han vivido en sus cuerpos la precariedad de una sociedad que los trata como prescindibles. Fueron quienes perdieron el trabajo durante la pandemia, para quienes los ahorros o las ayudas estatales no fueron suficientes, quienes no tenían redes de apoyo o las terminaron encontrando en estas comunidades que germinan en los cerros, comunidades que se organizan en la construcción de las casas y de las calles. Son comunidades interétnicas, en donde conviven chilenas y chilenos junto a familias provenientes de Haití, Colombia, Venezuela o Perú. “Aquí es como una universidad, estamos siempre aprendiendo de nuestros vecinos”, dice un residente. La dimensión interétnica en la toma se vive en armonía, pues se reconoce que todos están ahí por una misma necesidad: tener un lugar donde vivir.

El emplazamiento de nuevos campamentos (o el crecimiento de los ya existentes) pone en tensión, en primer lugar, a la política de vivienda y a los engorrosos requerimientos que se establecen en ella. Es evidente que la pandemia requiere de respuestas del Estado a través de políticas sociales en distintos niveles. En este sentido, la política de vivienda debe ser flexible y capaz de adaptarse a la contingencia. En segundo lugar, el aumento de los campamentos da cuenta de una población con una alta vulnerabilidad social, cuya reducción de ingresos impactó fuertemente en su calidad de vida. Como medida a largo plazo, se debe actualizar con urgencia el Catastro Nacional de Campamentos, lo cual permitiría planificar soluciones de regularización. En el intertanto, se deben hacer esfuerzos por visibilizar y atender esta realidad, a través de la provisión de servicios básicos, recolección de basura, limpieza de quebradas para prevenir incendios y preparación de las viviendas para las lluvias de invierno, antes de que esta situación se convierta en la crónica de una tragedia anunciada.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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