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Sanciones contra Rusia: ¿dulce comercio o comercio como arma? Opinión

Sanciones contra Rusia: ¿dulce comercio o comercio como arma?

François Meunier
Por : François Meunier Economista, Profesor de finanzas (ENSAE – Paris)
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La rapidez y la magnitud de las sanciones económicas contra Rusia tras su brutal agresión a Ucrania han tomado por sorpresa a todos, y en primer lugar a Putin. Una autarquía repentinamente impuesta probablemente desencadenará una recesión violenta y pesará sobre la población rusa. No está claro si ella inducirá a Putin a detener la invasión, pero nos obliga a considerar de otra manera la relación entre fuerza militar y presión económica en la resolución de conflictos. ¿En qué condiciones pueden las sanciones volverse más disuasorias y conducir a un orden internacional más pacífico? Como veremos, la respuesta, menos banal de lo que parece, es que no necesitamos menos integración comercial sino que más, para que el riesgo de quedar aislado de los vínculos externos lleve a los países a un comportamiento «amistoso».

Las sanciones económicas tienen una historia relativamente reciente. Es fascinante observar que, en el período previo a la Segunda Guerra Mundial, nadie pensó en utilizarlas, y que Francia y Alemania comerciaron como si nada estuviera pasando hasta la mañana de la declaración de guerra. Fue después de la guerra cuando Estados Unidos las utilizó, como en Cuba, Irán, Corea del Norte o Venezuela. China ha empezado a utilizarlas recientemente, apuntando a Australia y Estonia.

Los historiadores suelen dudar de su eficacia, con la excepción del bloqueo impuesto a Sudáfrica a causa del apartheid. A lo sumo, se les puede reconocer el mérito de haber evitado la guerra abierta (un bloqueo comercial, aunque ineficaz, habría sido preferible al fiasco de las guerras en Irak y Afganistán).

En el caso ucraniano, no debemos engañarnos: es porque Rusia es una potencia nuclear que los países occidentales se limitan, al menos directamente, a sanciones económicas. Pero observemos una cosa: es porque Rusia es muy dependiente de la tecnología occidental que el bloqueo perjudica. Y es porque Europa depende tanto del suministro del gas ruso que el bloqueo del gas está tardando tanto en ponerse en marcha. Y, al decidirlo, uno espera que se lleve a cabo con cautela para evitar una escalada más violenta por parte de un Putin asediado.

La lección es, a cuanta más integración económica haya, más efectivas serán las sanciones. Se necesita mucho intercambio comercial y financiero para sustituir el arma económica por la militar. De paso, se nota que esta afirmación está en tensión con la opinión común que aboga por más autonomía y por menos globalización, por los daños que se le atribuyen sobre el medio ambiente y el empleo.

El dulce comercio de antaño

El orden mundial no se presentaba así en el pasado. El comercio se veía más como una armonía. Esta es la gran idea que surgió en el siglo XVIII cuando Montesquieu hablaba del «dulce comercio», Voltaire alababa al «comerciante» y Adam Smith la «división del trabajo». A través del intercambio, cada persona se obliga a llegar a un acuerdo porque le interesa hacerlo. Se vuelve más hacia la conciliación que hacia la agresión. El mercado, lugar de los intercambios, se vuelve en una regulación social natural porque tenemos el interés de respectar sus reglas, siempre que, añadía Smith, las partes mantengan el equilibrio de fuerza.

Montesquieu dio un marco geopolítico a esta idea: las naciones que comercian establecen lazos mutuos y aseguran su prosperidad. La depredación a través de la guerra externa se vuelve menos atractiva. Los siglos siguientes han demostrado dolorosamente que no fue siempre es así. Todavía había guerras de conquista, e incluso guerras de «comercio violento» para abrir mercados en beneficio de los comerciantes.

Pero la idea del dulce comercio siguió su camino. Por ejemplo, se convirtió en una de las premisas de la política exterior estadounidense tras la caída del Muro de Berlín. Para integrar a Rusia y China en el concierto de naciones, había que desarrollar al máximo los intercambios económicos. A China se le permitió unirse a la OMC lo antes posible. Los intereses económicos compartidos promoverían en estos países, junto con la prosperidad, fuerzas sociales capaces de llevar el proyecto de democracia liberal al estilo occidental. Esta era la tesis de Fukuyama: no estaba defendiendo “el fin de la historia”, como sugería una lectura demasiado ingenua de su famoso ensayo; simplemente veía que la democracia liberal se convertiría en el horizonte insuperable del tiempo, porque las fuerzas naturales, incluyendo el comercio y la globalización, la empujarían hacia adelante.

Decepción allí también. La invasión rusa de Ucrania y la creciente agresividad china en torno a Taiwán nos obligan a pensar hoy de forma diferente sobre el binomio apertura económica-apertura democrática. Una dictadura puede muy bien prosperar en un sistema de libre comercio.

Por ello las sanciones, es decir, el «comercio disuasorio», han llegado a asociarse con el «dulce comercio». Ya no se trata solo de activar sanciones si el país se convierte en una amenaza para la paz. Cualquier país podría ser considerado hostil de antemano si se negara a integrarse plenamente al comercio internacional, ya que la autarquía haría ineficaces las posibles represalias. Por esta razón, la intención de Rusia, tras su invasión de Crimea, de adelantar su autonomía (notablemente para sus bancos) debería haber sido una voz de alerta. Obsérvese la similitud con la amenaza nuclear: en la época de Reagan, el proyecto “Star wars” estadounidense de un sistema de defensa contra los misiles estratégicos rusos fue justamente juzgado agresivo, ya que, al reducir el poder de disuasión ruso, se creaba una disimetría peligrosa.

Una segunda conclusión es que las sanciones deben ser limitadas en el tiempo. Se necesita un “castigo” a plazo fijo, luego reintegrar al país en el juego económico para que la amenaza pueda jugar de nuevo. En este sentido, el interminable bloqueo contra Irán interroga: la población iraní sufre y los mulás refuerzan su dictadura. Los tribunales condenan a los delincuentes a penas fijas, no a cadena perpetua, con la esperanza de que no haya reincidencia una vez que la persona quede en libertad.

Tercera conclusión, por similitud con el mercado, que sabemos se convierte en instrumento de dominación o explotación si las dos partes no son iguales en el intercambio: hay que evitar el caso en que un país tenga el monopolio de un producto esencial, como un metal raro o un componente electrónico, de un servicio básico esencial como el control de una red de comunicación (¿WhatsApp?), o finalmente –este es el caso de Estados Unidos– el monopolio del dólar y, por tanto, la posibilidad de cortar unilateralmente el acceso de cualquier país al sistema financiero internacional. En un ensayo de 2019, los politólogos Andrew Farrell y Abraham Newman hablan de «weaponized interdependance», en relación con estas redes desarrolladas a nivel mundial, que dan a ciertos países un enorme poder del que pueden abusar. Las sanciones ya no se vuelven un feliz sustituto de la guerra, sino «la continuación de la política por otros medios», para usar una famosa frase. Por eso es importante que cualquier decisión de imponer sanciones se rija por un orden internacional, bajo el auspicio de la ONU o de cualquier otra entidad.

Estas son algunas de las condiciones que pueden permitirnos soñar con un tiempo en que la asociación del dulce y del imperioso comercio habrá reducido seriamente el riesgo de guerra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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