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Memoria Opinión

Memoria

Malucha Pinto
Por : Malucha Pinto Directora de Fundación Aracataca Creaciones, dramaturga, directora, actriz y activista por los derechos humanos. Ex convencional constituyente
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Mi vida teatral ha estado dirigida a recuperar la memoria de distintas comunidades nacionales, comunidades invisibilizadas, precarizadas, vulneradas. A partir de este material patrimonial, hemos hecho teatro, cantatas, documentales. Con estas creaciones hemos recorrido Chile reflexionando colectivamente en torno a nuestras identidades profundas en asambleas culturales.

Desde el espacio de la memoria fuimos construyendo vínculos profundos. En cada uno de esos trabajos hemos escuchado relatos patrimoniales que van urdiendo la historia oculta de nuestro país, esa que existe en paralelo al relato oficial, el que sale en los libros escolares, el que nos cuenta la elite y que construye una sola identidad desde una mirada hegemónica. En cada uno de esos relatos me he descifrado también como ciudadana chilena, he reconstruido mi propio linaje y he recorrido, entre el té, las marraquetas calientitas y el calor de las personas que se convocan a recorrer el camino de la propia existencia; la vida afectiva de este Chile zarandeado, la vida colectiva, la vida familiar. ¿Quiénes somos?, es una pregunta pendiente.

Hace algunos años, a partir de la recuperación de la memoria de organizaciones de Derechos Humanos, creamos una obra que se llama: “Mi abuelo Horacio”. Esta relata la historia del amor de un abuelo por su nieta y de ella por él. Es la historia de Horacio Cepeda, detenido desaparecido en tiempos de la dictadura cívico-militar. Esta obra la dimos en muchas escuelas públicas, instalando reflexiones hermosas en relación con las familias, los derechos humanos y el futuro. Antes de la presentación abríamos un círculo con los jovencitos y las jovencitas y les preguntábamos por sus abuelos. Más del 60% de ellas y ellos, no los conocía, ni siquiera conocía sus nombres, tampoco conocía la historia de sus barrios o de sus familias. No sabía quiénes eran, de dónde venían, cuáles eran sus paisajes, su fuerza, sus luces y sombras. ¡Qué difícil construir la vida sin ese vínculo profundo!

A partir de estos trabajos artísticos se ha ido instalando en mí la conciencia plena de la importancia del ejercicio de la memoria personal, familiar, comunitaria y nacional.

Cuentan los antiguos, que en el tiempo en el que el mundo y la vida aún eran sagrados, vivimos inspirados y contenidos en la concepción de un universo diverso en el que la riqueza de esa pluralidad era representada por un panteón con muchos dioses. La divinidad era femenina, masculina, animal, vegetal, andrógina. Ellos y ellas, resguardaban la necesidad de distintas energías cómplices e indisolublemente unidas para la canción espléndida de la vida. Las comunidades atesoraban historias que explicaban, sugerían, inspiraban, planteaban interrogantes complejas para comprender o seguir reflexionando, por caminos no-racionales y racionales también, en los misterios de nuestra psique, de quienes somos, de nuestro origen.

En ese entonces se contaba del Río Estigia, el río del olvido. Por estas aguas transitaba Caronte, el barquero llevando a las almas al mundo de los muertos. El drama de la humanidad, en el camino evolutivo de la conciencia, es el olvido. Al atravesar el bardo, nos sumergimos en el Río Estigia y olvidamos nuestra vida, nuestros aprendizajes, los desafíos, los vínculos construidos. Volvemos a nacer condenados, encarnación tras encarnación, a repetir nuestra historia. Las aguas del Estigia borran los aprendizajes, los nudos ciegos, los precipicios, las aguas negras y toda la felicidad sentida.

Chile no está al margen de la leyenda. Estamos sumergidos en las corrientes del Estigia, repitiendo patrones antiguos de dominación, miedo, devastación, exclusión, muerte. Estos transitan por las arterias, células, átomos de nuestras relaciones personales y sociales. En las noches claras, si aguzamos el oído de adentro, escuchamos cantar a estos patrones trayendo retazos de barbaries, desamores, violencia, crímenes, pillaje.

¿Qué otro espacio sino el artístico y su impronta telúrica de tormentas que despiertan, remecen, agitan, emocionan, conectan, a través de los inescrutables caminos de las emociones, la intuición, lo indomesticado, la libertad, podrían ir salvándonos, profundamente, del olvido personal y colectivo? A esto me dedico y con esto llegué a la Convención Constitucional.

La memoria colectiva de un país es el ojo de agua donde podemos encontrarnos con nuestras luces y sombras, con la belleza y el horror que nos constituye, con nuestros intentos, fallidos o no, por ser algo más que un paisaje. Entrar en ese mundo nos permite transitar hacia un futuro luminoso, abrazando todo lo que somos, transformando, integrando y soñando desde el numen oloroso de nuestras raíces.

Por eso celebramos el artículo relativo a la memoria presentado a la Comisión de Derechos Fundamentales en el que se consagra la relevancia de los sitios de memoria, la reparación, verdad, no repetición, la importancia de archivos y documentos. Desde la Comisión 7, hemos presentado e impulsado, junto a Carolina Videla, una norma que se vota hoy y habla de la memoria comprendida como un espacio indispensable para el Chile que se viene: «Artículo 14.- Reconocimiento de la memoria. La Constitución reconoce la memoria como patrimonio cultural, material e inmaterial, siendo su ejercicio social un pilar fundamental para la construcción democrática del país”. Esperamos que ambos se aprueben.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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