Publicidad
¿Y ahora qué?

¿Y ahora qué?

Aníbal Wilson Pizarro
Por : Aníbal Wilson Pizarro Periodista. Ex funcionario Banco de Chile, ex columnista Diario La Epoca.
Ver Más


Resolver dolores y fracturas que la sociedad chilena experimenta, es y sigue siendo, según palabras del Presidente Boric en la mañana del 18 de octubre pasado, la motivación esencial, la substancia misma del estallido social nacional de hace tres años. ¿Quién, de buena fe, podría negar lo que 3 millones de chilenos expresamos, reclamamos y exigimos ese memorable día y los siguientes? Que no fue, como se ha querido instalar últimamente, una pura ola de condenable delincuencia y violencia que no conseguirá nunca opacar como tampoco olvidar ni abandonar esa noble causa. Esa protesta gigante, con alboroto y algarabía, con alegría y esperanza, mostró y demostró una fuerza asociada como nunca antes habíamos visto en nuestro país. Pandemias varias y surtidas de críticas intelectuales o triviales, han venido desfigurando con algunas feas manchas el cuadro, pero el atractivo y hermoso paisaje permanece ahí, firme y latente.

Así las cosas, ¿cómo es posible que se haya llegado a tildar y estigmatizar como mala palabra el «octubrismo»,  siendo por el contrario y de verdad una muy buena denominación del anhelo de nosotros, chilenos, por hacer, de este sufrido país, uno mejor?
 Y a propósito y sobre el mes de octubre, me interesé leyendo acerca de algunos emperadores romanos que intentaban cambiarle de nombre a octubre, entre otros, Germánico y Lucio Aurelio Cómodo, que quiso cambiarlo a «Hercúleo», pues Hércules era su personaje mitológico favorito y con quien se identificaba. Estaríamos hablando, entonces, ya no de octubrismo sino de herculismo. Curiosamente, en el triunfo de Hércules se cuenta que como descendiente de hombres y dioses, encarna el paso de Héroe a Dios… pero antes ha de padecer grandes males e infortunios. ( Como se ha dicho, cualquier semejanza con la realidad, etc., etc.). La mitología ha fascinado a músicos, escritores y dramaturgos. Quizás si la razón radica en que es la forma más primitiva y auténtica para explicarnos a nosotros mismos.
¿Y ahora qué? La verdad es ahora y se comenta que no solo debe ser «revolucionaria», también debe ser bella o simplemente no será. Y para conseguirlo, necesariamente debemos empezar reconociendo sus muchas y persistentes fealdades:
La manifestación del crecimiento ilimitado, transformó la polis moderna en un verdadero infierno mecánico, donde desapareció la noción misma de felicidad. Ya nadie tiene tiempo de parar esta máquina, para revisar lo hecho y lo que está por hacer, y eso se debe a las formas de vida que ha generado un modelo de civilización cuyos únicos valores y fundamentos son económicos, tecnológicos y políticos.
Ahora, filosofar es examinar la vida, cuestionarla, interrogarla, precisamente para poder vivirla humana y cabalmente. Y examinando la vida, interrogándola en este hermoso país llamado Chile…  ¿estaremos permitiendo de verdad gobernar a quien elegimos para hacerlo? ¿O nos proponemos lisa y llanamente no dejarlo en paz? La civilización en que vivimos, que solo pide rendimiento de nosotros, es el paradigma alienante de la psique humana, hoy solo queda el hombre que proyecta su mente hacia el exterior para actuar sobre las cosas y las personas. Por esa alienación de nuestro espíritu, carecemos de un referente trascendente, con lo que perdemos la noción del sentido.
Todo lo cual fue acumulando, uno tras otro, dolores y fracturas no resueltos y pendientes desde hace tres años y , por supuesto, desde mucho más atrás.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias