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Teología y papado de Benedicto XVI Opinión Créditos: Agencia Uno.

Teología y papado de Benedicto XVI

María José Schultz
Por : María José Schultz Investigadora del Instituto de Teología Egidio Viganó de la UCSH
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En un mundo donde han caído los grandes relatos, la confianza en el ser humano y la preocupación por el otro, Benedicto XVI procuró reivindicar la fuerza del amor, la virtud de la caridad y la apertura a la trascendencia desde la esperanza. Con sabiduría no impuso la fe, sino que mostró desde la razón los motivos para creer, para relacionarse con Dios y para abrirse a la posibilidad de crear un mundo con horizontes más fraternos.


Gran parte de los análisis póstumos que se hacen hoy sobre el papa emérito Benedicto XVI apuntan a su condición de teólogo. Para quienes no están familiarizados con esta disciplina, lo primero a tener en cuenta es que la ciencia teológica tiene por objeto el estudio y conocimiento del misterio de Dios. Cabe destacar que la formación teológica que recibe Ratzinger es esencialmente alemana y estuvo determinada por el movimiento bíblico, litúrgico y ecuménico que surgió entre las dos guerras mundiales. Los tiempos convulsos en los que desplegó su interés por la teología lo llevaron a continuar sus estudios hasta el postdoctorado. Poco tiempo después, en su condición de catedrático experto en teología sistemática, fue invitado a participar en el Concilio Vaticano II. Esta experiencia lo puso en contacto con diferentes culturas, contextos, tendencias pastorales e ideas teológicas diversas. Hasta aquí su vocación sacerdotal se materializó en el magisterio, en otras palabras, en la enseñanza de una teología que busca dar razón de lo que se cree en convivencia y diálogo con las demás ciencias.

Este intenso trabajo intelectual se vio interrumpido, primero, por su ordenación como arzobispo de Múnich y, posteriormente, por su nombramiento como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Este último rol, asignado por el papa Juan Pablo II, implicó que fuera también presidente de la Comisión Teológica Internacional y de la Comisión Bíblica Pontifical. Cabe mencionar que su función fue identificada con lo que en el pasado se conocía como “Santo Oficio”. Sin embargo, se trata de una comparación errada. Puesto que en la tarea como prefecto no buscó perseguir la heterodoxia, sino todo lo contrario, insistió en mostrar los caminos que permiten perseverar en la fidelidad al evangelio de Jesucristo y la verdad por él revelada.

Este breve recorrido evidencia cómo su condición de teólogo marcó su vocación sacerdotal, pues como catedrático, como arzobispo, prefecto y, luego, como papa, Benedicto XVI no claudicó en su tarea de exponer los argumentos de credibilidad del cristianismo desde la razón (véase, por ejemplo, su obra Introducción al cristianismo, 1968; la encíclica Razón y fe de Juan Pablo II por él asesorado). Esta insistencia en mostrar la racionalidad de la fe fue el germen de la cultura de convivencia con los demás saberes que, luego, continuó con esmero cultivando.

En sus obras es destacable cómo aborda la crisis que percibe en la sociedad, esto es, el debilitamiento de los fundamentos éticos de la cultura occidental, el cuestionamiento a la dimensión trascendente del hombre y la crítica a la validez del cristianismo. A partir de esta situación se entiende que sus énfasis teológicos apunten a la búsqueda del sentido, de Dios, de la esperanza y de la fraternidad. Sus encíclicas Dios es amor (Deus caritas est, 2005), Salvados en esperanza (Spe Salvi, 2007) y El don de la fe (Caritas in veritate, 2009) son una muestra de ello.

Cuando eligió su lema episcopal “Cooperadores de la Verdad”, ratificó que su ministerio y magisterio tendrían como línea programática la búsqueda de la verdad sobre el ser humano y sobre Dios. En otras palabras, a la búsqueda de la Verdad, que se busca con el corazón, pero ayudada por el intelecto. Su pensamiento, por tanto, se caracterizó por una permanente confrontación con el relativismo y el nihilismo representado en la “muerte de Dios”.

En un mundo donde han caído los grandes relatos, la confianza en el ser humano y la preocupación por el otro, Benedicto XVI procuró reivindicar la fuerza del amor, la virtud de la caridad y la apertura a la trascendencia desde la esperanza. Con sabiduría no impuso la fe, sino que mostró desde la razón los motivos para creer, para relacionarse con Dios y para abrirse a la posibilidad de crear un mundo con horizontes más fraternos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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