Ahora solo veo oportunidades: los refugios marinos podrían convertirse en polos de desarrollo sostenible a lo largo de toda la costa de Chile, incentivando a quienes se dedican a la pesca artesanal a no depender únicamente de la extracción de recursos, diversificando sus fuentes de ingreso.
El año 2024 arrancó con buenas noticias para la pesca artesanal: después de casi cinco años de tramitación, el Congreso acaba de despachar la Ley Bentónica, que viene a modificar la Ley General de Pesca y Acuicultura en el ámbito de los recursos bentónicos y que, entre sus medidas más destacadas, reconoce a los refugios marinos dentro de las políticas públicas de Chile.
Los refugios marinos, como zonas no extractivas ubicadas al interior de las Áreas de Manejo y Explotación de Recursos Bentónicos (AMERB) administradas por sindicatos de pescadores artesanales, ponen de relieve el rol clave que la pesca artesanal puede jugar en la restauración de los degradados ecosistemas marino-costeros del país, sobre todo desde Puerto Montt hacia el norte, donde las figuras de conservación marina son prácticamente inexistentes. Allí, los refugios marinos ofrecen un sistema innovador que combina productividad y conservación, buscando no solo hacer frente a la pérdida de biodiversidad en un contexto de crisis climática, sino que también mejorar el sustento y la resiliencia de las comunidades costeras.
Desde el año 2016 que Fundación Capital Azul viene trabajando codo a codo con cinco sindicatos de pescadores artesanales de la Región de Valparaíso, en La Polcura, Zapallar, Cachagua, Maitencillo y Ventanas, fortaleciendo de manera colaborativa este modelo liderado por comunidades. Esto ha servido como punta de lanza para reconocer los refugios marinos en la nueva Ley Bentónica bajo la figura de “zonas voluntarias de protección”.
A partir de ahora solo veo oportunidades: los refugios marinos podrían convertirse en polos de desarrollo sostenible a lo largo de toda la costa de Chile, incentivando a quienes se dedican a la pesca artesanal a no depender únicamente de la extracción de recursos, diversificando sus fuentes de ingreso y de paso fortaleciendo el tejido social. Así lo hemos vivido de manera patente en localidades como Zapallar, donde los pescadores artesanales son hoy vistos con otros ojos, ya no como los depredadores del mar, sino que como conservacionistas que incluso toman un rol de liderazgo en temas como la educación ambiental, compartiendo los saberes de una vida junto al mar: los últimos dos años más de 4 mil estudiantes de distintos establecimientos educacionales de la comuna y sus alrededores han llegado hasta la caleta para conocer, de la mano de los propios pescadores artesanales, sobre el refugio marino, su vida marina y la importancia de cuidarlo.
Con unas 800 AMERB administradas por sindicatos de pescadores artesanales, hoy el Programa de Refugios Marinos se encuentra en un momento idóneo, apoyado ahora por una nueva normativa, para comenzar a escalar tanto en la profundidad de las relaciones con diferentes instituciones del Estado, como también para llevar esta figura a otras latitudes del país.
Es un gran escenario también para comenzar a delinear, entre todos los actores involucrados, aquellos incentivos que podrían motivar a la pesca artesanal a adoptar con fuerza esta figura de conservación marina liderada por comunidades, tomando en cuenta que el hecho de no explotar una parte de un Área de Manejo puede representar una oportunidad inmejorable para generar nuevas fuentes de ingreso, y que en un contexto de triple crisis climática urge avanzar hacia modelos en los que no se dicotomiza entre conservación y productividad.