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¿A dónde va el Gobierno de Sebastián Piñera? Opinión

¿A dónde va el Gobierno de Sebastián Piñera?

Un Gobierno sin identidad y dominado por una agenda economicista. El segundo mandato de Piñera puede ser de transición al populismo, un término empleado muchas veces a comienzos de los años 90 por economistas y políticos de la ex Concertación, que se empecinaron por dar continuidad al sistema económico de la dictadura y rechazaron propuestas redistributivas por ser “populistas”.


El segundo Gobierno de Sebastian Piñera enfrenta tres dificultades de envergadura, las que se superponen en su contra y que harán muy difícil su gestión. La primera es definir su identidad programática y de gestión, para diferenciarse de su primer Gobierno (2010-2014) y del de Michelle Bachelet (2014-2018). Después de cuatro meses de estar en La Moneda, el Mandatario no ha mostrado la identidad de su nuevo Gobierno. La segunda es ser minoritario ante el Congreso. Y la tercera, el problema sucesorio, el cual vincula su gestión con los partidos que le apoyan. Como si todo lo anterior no fuera suficiente, irrumpió la agenda feminista, planteando exigencias referidas a reconocimiento de derechos de igualdad.

El problema de la identidad 

El problema de identidad es relevante, porque su anterior Gobierno está opacado por el fracaso en la cuestión sucesoria, con la derrota de la abanderada del conglomerado de derecha,  Evelyn Matthei, ante Michelle Bachelet, de la Nueva Mayoría (NM), que alcanzó un 37,83% de los votos. ¿Qué política sobresale de ese Gobierno que sea una referencia en los libros del periodo?

También debe diferenciarse del segundo Gobierno de Bachelet (2014-2018), el que, aunque también fracasó en la cuestión sucesoria, impulsó reformas que le dieron un sello y quedarán en los libros, para elogiarlas o criticarlas. Más allá de los graves errores en su implementación, Bachelet mostró tener visión respecto de los obstáculos constituidos por las graves desigualdades económicas y sociales, un legado de los gobiernos de la Concertación. Ahí se encuentra la raíz de la crítica a su gestión por ex ministros de las administraciones de la Concertación, porque puso el dedo en una llaga dolorosa para ellos. Lograron positivos indicadores de crecimiento, inversión y disiminución de la pobreza, pero no alcanzaron un “crecimiento con equidad”, porque aumentaron las desigualdades de ingreso y la concentración económica, que es fuente de poder político. Las desigualdades económicas no aumentaron por las políticas de gobiernos de derecha, como ocurrió en los EE.UU. con las presidencias de Reagan y Bush, sino de centro.

[cita tipo=»destaque»]La tercera dificultad se refiere a la cuestión sucesoria y ella remite a la integración de los partidos al Gobierno. A pesar de que la Constitución de 1980 estableció recursos que favorecen las candidaturas independientes, los presidentes han sido militantes de partidos. Eso es así en los regímenes parlamentarios, en los cuales el jefe del partido es el candidato a Presidente del Gobierno y en los presidencialismos. Hasta el actor Arnold Schwarzenegger entró al partido republicano para postular a gobernador del Estado de California.[/cita]

El peso del economicismo

Es difícil para Piñera definir el sello de su nuevo Gobierno, porque está limitado por las preferencias ideológicas conservadoras y neoliberales de los partidos de Chile Vamos y de los dirigentes de los grupos empresariales, que lo han apoyado sin excepciones en esta elección. También lo limita su propia biografía, marcada por la economía y su experiencia de hombre de negocios. El Mandatario mira el proceso político desde la economía, postura reforzada porque es compartida por una parte de los altos funcionarios de los gobiernos de la ex Concertación, que, al igual que él, tienen una visión muy complaciente del proceso económico desde 1990. Piñera y estos guardan silencio sobre sus graves debilidades, como la dependencia de los recursos naturales, las desigualdades de ingreso, la concentración económica, las malas prácticas empresariales (monopólicas, de colusión, etc.) y financiamiento ilegal de la política por grandes empresarios, destacando en ello SQM.

Piñera No es un político en el sentido weberiano, es decir, alguien que se dedicó a la política por años y a tiempo completo, que es lo que permite conocer sus complejas dimensiones, institucionales y personales, así como también sus ritmos. La política es muy distinta al mundo de los negocios. Los presidentes antes de 1973 fueron, antes que nada, políticos,  incluso, aunque en menor medida, Jorge Alessandri (1958-1964), y lo fue el Presidente Patricio Aylwin.

Piñera entró a la política muy tardíamente, en 1989, desde sus éxitos en los negocios, contando con una fortuna que le permitió financiar la campaña senatorial y derrotar al candidato de la UDI, Hermógenes Pérez de Arce. Sin embargo, no se alejó de los negocios, sino que mantuvo una doble militancia, un grave hecho, porque los negocios deben estar separados de la política. Hasta cuando fue Presidente le costó separarse de ellos.

Tiene orientaciones ideológicas que refuerzan su orientación economicista. Las explicitó en su discurso del 1 de junio:La política y el Estado deben oxigenar y no ahogar la libertad. Si algo falta en el Chile de hoy es desatar las amarras de las poderosas fuerzas de la libertad y que todos puedan gozar de ella”.

Las “amarras” a la libertad en el Chile de hoy no se encuentran principalmente en el Estado, que ha sido jibarizado, con las privatizaciones de la dictadura, que continuaron en  los gobiernos democráticos, las cuales condujeron al desmantelamiento del Estado empresario y de bienestar, y al surgimiento de poderosos grupos económicos. Los principales bienes públicos son provistos por empresas privadas, desde las pensiones, la energía y el agua, continuando con la educación y las principales obras de infraestructura, y en cierta medida, la salud. ¡Hasta las cárceles están concesionadas!

El problema de Chile no es el exceso de Estado, como reiteran intelectuales y políticos de derecha, sino su debilidad, su precariedad. El puente Cau Cau es un caso que ilustra un problema mayor, el debilitamiento de la capacidad regulatoria y de gestión del Estado. Las prácticas monopólicas y de colusión (corfortgate) son resultado de la debilidad del Estado. Ello acentúa los errores cometidos por empresas privadas que proveen servicios públicos y que han perjudicado a la población. Ahí están los cortes de luz y agua en la Región Metropolitana, la inundación en la comuna de Providencia como consecuencia de la ampliación de la Costanera Norte, etc.  El financiamiento ilegal de la política por las empresas acentuó malas prácticas empresariales que dañan la economía y al sistema político.

La “modernización” del Estado planteada por el Presidente Piñera está definida desde su perspectiva de hombre de negocios: simplificar las decisiones públicas para agilizar las inversiones de las empresas, sin considerar sus costos medioambientales.

Los intelectuales de derecha que no adhirieren al neoliberalismo no han logrado que su discurso político se imponga sobre el económico en los partidos de Chile Vamos y en el discurso del Gobierno, por lo cual es evidente que esa visión no será un componente destacado de su identidad.

En consecuencia, este será un Gobierno cuya identidad será marcadamente económica, como el anterior. Este no tiene capacidad de convocatoria para generar apoyos, porque el empleo no crece, la gran distancia entre ricos y pobres es percibida de manera casi unánime por la población y los primeros tienen una enorme visibilidad, comenzando por el Presidente la República, uno de los 12 billonarios que tiene el país, y otros están en las directivas de los gremios empresariales.

Un Gobierno con doble minoría

El segundo problema del Gobierno del Presidente Piñera es que es un Gobierno minoritario y en un doble sentido: fue elegido por una minoría del electorado y porque los partidos de su coalición, Chile Vamos, formada por la UDI, RN y Evópoli, no tienen mayoría en el Congreso.

Es minoritario electoralmente porque la participación electoral fue muy baja, continuando una tendencia desde los años 90, pues fue un 46,7% en la primera vuelta, aumentando en la segunda vuelta al 49,02%, que significa que Piñera recibió el apoyo del 26,5% del padrón electoral, similar al obtenido por Michelle Bachelet el 2013, 25,5%.

Además, en el presidencialismo con segunda vuelta el apoyo real del Mandatario es el que recibe en la primera, cuando compiten todos los candidatos y los ciudadanos optan por alguno de ellos. En la segunda vuelta, la competencia se concentra en los dos primeros y quien triunfa tiene una mayoría “fabricada”, porque recibe apoyos de votantes ajenos a su sector. En la primera vuelta, Piñera  alcanzó un 36,64%, un frustrante resultado para él, y en la segunda vuelta subió al 54,58%, superior al resultado obtenido en la anterior elección presidencial, cuando se impuso con el 51,61% al abanderado de la Concertación, el ex Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Piñera ganó por el apoyo de José Antonio Kast, ex diputado de la UDI, que obtuvo un 7,99% en la primera vuelta, y hay ocho puntos de diferencia que se deben atribuir a votantes históricos de la Concertación, que no quisieron que la NM continuara en La  Moneda.

Esta heterogeneidad de apoyos electorales dificulta la definición de la agenda gubernamental, pues deberá considerar la diversidad de apoyos electorales, con posturas muy distintas, debiendo buscar los puntos de acuerdo, que no impliquen concesiones relevantes para cada uno de los actores que votaron por Piñera.

En segundo lugar, es un Presidente minoritario porque Chile Vamos no controla el Congreso, una situación institucional conocida como un “gobierno dividido”: el Poder Ejecutivo lo tiene un partido; y el Congreso, la oposición. Esto ha ocurrido en los EE.UU., pero existe un recurso institucional que relativiza su impacto, constituido por las elecciones parlamentarias de mediados de mandato, que renuevan la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, que permiten al Mandatario romper esa situación. Chile no tiene elecciones parlamentarias a mitad del periodo presidencial y deberá convivir con un Congreso controlado por la oposición, que no tiene la cohesión de su primera Presidencia.

Ser minoría en el Congreso durante los cuatro años debilita el poder presidencial, más allá de las amplias facultades que le entrega la Constitución. Deberá entenderse con la oposición para llevar adelante su programa y ello le obligará a ceder en prioridades que había definido en la campaña presidencial y que son propias de Chile Vamos, especialmente en la agenda económica. Políticos y economistas del conglomerado oficialista han enfatizado la necesidad de bajar los impuestos a las empresas. Es una propuesta alejada de la realidad política por no tener mayoría parlamentaria.

Es ilusorio pensar que la oposición aprobará proyectos de leyes en términos tales que permitan al Gobierno exhibir una identidad política que le beneficie en sus perspectivas de proyectarse en el próximo mandato. Una oposición responsable no debe descuidar sus intereses políticos propios y, en ese sentido, deberá tomar decisiones que le permitan recuperar la adhesión ciudadana, impulsar una competencia política con los partidos de derecha y una mayor confrontación con estos y el Gobierno.

La cuestión sucesoria

La tercera dificultad se refiere a la cuestión sucesoria y ella remite a la integración de los partidos al Gobierno. A pesar de que la Constitución de 1980 estableció recursos que favorecen las candidaturas independientes, los presidentes han sido militantes de partidos  Eso es así en los regímenes parlamentarios, en los cuales el jefe del partido es el candidato a Presidente del Gobierno y en los presidencialismos. ¡Hasta el actor Arnold Schwarzenegger entró al partido republicano para postular a gobernador del Estado de California!

Piñera tiene ministros independientes, algunos de los cuales no consideran que deben trabajar con los partidos de Chile Vamos, porque son los que toman las decisiones del Congreso. Los partidos chilenos están muy debilitados en el electorado y en su organización, pero esta última se mantiene en los miles de activistas y militantes vinculados a los parlamentarios, a los cuales ayudaron en su elección y aspiran a tener un puesto de Gobierno.

Corresponde a los parlamentarios conseguir que esa aspiración sea realidad y ello está en manos de lo que el Gobierno resuelve a través del patronaje del Estado, especialmente el empleo. El patronaje es indispensable para la inserción de los partidos en el Gobierno, pero debe ser a través de militantes que tienen las credenciales profesionales y éticas par el cargo. La capacidad de patronaje del Estado es menor desde que existe la Alta Dirección Pública, pero es amplio a nivel intermedio e inferior de la administración pública como para atender las demandas de los partidos.

Los ministros independientes no entienden esta función política, especialmente si tienen una visión sesgada de los partidos y de la política. Las críticas del senador Chahuán (RN) a la ministra de Cultura por no considerar a militantes de su partido en la V Región fueron cuestionadas  por la forma en que las expresó, pero no lo fue en el fondo, porque esa es una dimensión de la democracia de partidos.

La cuestión sucesoria fue planteada desde un comienzo por el Piñera, cuando declaró que la coalición tiene la posibilidad de continuar en el próximo Gobierno y así dar continuidad a sus políticas. Fue un error, porque puso el tema presidencial al comienzo de su mandato, en vez de concentrar la atención en realizar una buena gestión. Los precandidatos orientan su acción política en esa perspectiva electoral. Son los senadores, Felipe Kast (Evópoli) y Manuel José Ossandón (RN), que tienen un enorme poder porque, como se dijo, el Gobierno es minoritario y su apoyo es indispensable para la aprobación de sus proyectos de ley. El tercero está en el corazón del Gobierno, pues es un ministro, el de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, ex presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC) y un exitoso ejecutivo del grupo del Río-Falabella y Penta. Hay un cuarto postulante, que no forma parte de la coalición gobernante, José Antonio Kast, que cuenta con el capital electoral del 8% obtenido en la primera vuelta, que tiene planteamientos que interpretan a un sector de los votantes de la UDI.

Moreno ve una posibilidad para ser candidato presidencial porque la UDI no tiene una figura para ello y porque carga con el peso de su cercanía con la dictadura. La UDI fue el primar partido que apoyó a Piñera en la candidatura que le llevó a La Moneda el 2018 y Moreno apunta en esa dirección. No es casual que profesionales de esta colectividad dominen entre sus principales colaboradores.

La cuestión sucesoria no es menos difícil que en el anterior Gobierno, aunque enfrente a una oposición débil. Piñera tiene una biografía singular, que no se encuentra en otras figuras de la derecha. Estuvo en los negocios durante la dictadura, pero votó por el No en el plebiscito de 1988. La deslucida agenda gubernamental no va en la dirección de ampliar su base electoral, con el tema de los niños o el combate a la pobreza, que parece más una manera de silenciar la agenda económica.

La experiencia internacional muestra que una democracia en la cual los ciudadanos tienen una baja confianza en sus instituciones políticas, cuestionan el estado de la política, critican severamente a los políticos y existe un contexto económico de aumento de las desigualdades con lento crecimiento, como es el estado de la opinión pública en Chile, tiene condiciones muy favorables para que el discurso populista sea asumido por amplios sectores de la población, incluso por los trabajadores. Ello ha ocurrido en varios países europeos y en los Estados Unidos, con la elección de Donald Trump como presidente. No se puede descartar el poder electoral de este discurso, que puede ser articulado desde la derecha y la izquierda. Lo hicieron en el pasado el empresario Francisco Javier Errázuriz y el diputado socialista Marco Enríquez-Ominami, en las elecciones presidenciales de 1989 y 2009, respectivamente.

Un Gobierno sin identidad y dominado por una agenda economicista generará condiciones para ese escenario. El segundo mandato de Piñera puede ser de transición al populismo, un término empleado muchas veces a comienzos de los años 90 por economistas y políticos de la ex Concertación, que se empecinaron por dar continuidad al sistema económico de la dictadura y rechazaron propuestas redistributivas por ser “populistas”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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