El Foro Permanente para la Relaciones Internacionales, en una reciente declaración pública, ha invitado al Gobierno de Chile a solidarizar con México ante la agresión de que ha sido objeto y a buscar el concierto de todos los países latinoamericanos para enfrentar de conjunto los desafíos que vive la región en este escenario enrarecido. La confrontación entre EE.UU. y China tendrá inevitables repercusiones en la región. Para Chile, así como para América Latina, mantener una posición independiente en el conflicto es fundamental para garantizar su desarrollo futuro.
Vivimos en un escenario en el cual la política internacional está cada vez más imbricada con la política interna prácticamente en la mayoría de los países del planeta. Ello en varios sentidos. El más obvio es que en una economía cada vez más globalizada –al tiempo que desregulada especialmente en el ámbito financiero– lo que ocurre en el “exterior” impacta inmediatamente en el plano interno.
En Chile, por ejemplo, el solo anuncio de la guerra comercial entre Estados Unidos y China impacta en el precio del cobre a la baja y en el del petróleo al alza, lo que genera efectos directos en el terreno fiscal y en las expectativas de crecimiento, como lo estamos corroborando en estos días.
Esto, sin embargo, no es nuevo. Los países en los cuales el comercio exterior es un componente importante de su modelo económico siempre han estado expuestos a los ciclos cambiantes de la economía global. Novedosa y creciente, sin embargo, es la tendencia a determinar la política exterior en función de objetivos políticos y electorales internos.
Llevada al extremo, como está ocurriendo en varios países gobernados por fuerzas nacionalistas de derecha, esta tendencia hace que la política internacional se torne impredecible y el orden mundial precario e inestable.
La administración del Presidente Trump ha llevado esta tendencia al paroxismo. Cuando la política internacional de la mayor potencia militar y política del mundo está guiada por el objetivo prioritario de la próxima reelección presidencial, atendiendo a las pulsiones de la franja más conservadora de la sociedad estadounidense, toda la arquitectura del orden y del derecho mundial se resquebraja. Es lo que estamos viviendo día a día desde hace más de dos años.
En un breve periodo, la política de Trump ha logrado poner en duda la férrea alianza histórica forjada desde 1945 entre Estados Unidos y la Unión Europea; desmantelar los acuerdos con Rusia, heredados de la Guerra Fría para limitar y disminuir el arsenal nuclear; desahuciar los acuerdos de París para enfrentar el calentamiento global y el acuerdo de los cinco miembros del Consejo de la ONU con Irán, con el que este país se comprometió a no desarrollar el arma nuclear; y desatar una fuerte confrontación económica y tecnológica con China, constituida esta ya en la segunda potencia a nivel mundial.
Desde que Trump se instaló en la Casa Blanca, el mundo es un lugar más inestable e inseguro.
Chile y América Latina no son ajenos a este cuadro general de crecientes riesgos e incertidumbres. Por el contrario, las amenazas de la política de la administración de Trump a la estabilidad y al desarrollo independiente de la región han sido variadas y crecientes.
Por de pronto, pende todavía la amenaza de una eventual intervención militar norteamericana en Venezuela para resolver la grave y múltiple crisis provocada, en lo esencial, por las políticas de la dictadura madurista. Si ella se concretara, la región, no solo Venezuela, se convertiría en un escenario de confrontaciones militares y agravamiento de la actual crisis humanitaria.
Simultáneamente, se reinstala la fracasada política de intentar imponer cambios económicos y políticos en Cuba, intensificando el bloqueo, que la administración de Obama había comenzado a aliviar paulatinamente. Está comprobada la inutilidad de dicha política, que solo trae sufrimientos al pueblo cubano y ha sido históricamente rechazada por todos los Gobiernos de América Latina.
Particular gravedad reviste la decisión del Gobierno de Estados Unidos de aumentar gradualmente los aranceles a las exportaciones mexicanas hasta una tasa del 25%, si México no impide el flujo migratorio de los países del llamado triángulo de América Central (Guatemala, El Salvador y Honduras). Se rompe, así, de manera unilateral y administrativa, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) y se inflige un severo daño a la economía mexicana.
Todos quedan advertidos de que el Gobierno de EE.UU. puede incumplir sus compromisos comerciales establecidos en Tratados formales, a su simple arbitrio. Se establece de esta manera una gran incertidumbre en las reglas establecidas para el comercio internacional. No menos grave es vincular, por primera vez, sanciones económicas con los complejos problemas migratorios, que involucran Derechos Humanos básicos de los migrantes garantizados en el derecho humanitario.
Se puede dar por descontado que las sanciones, si se concretan, no disminuirán las presiones migratorias sobre Estados Unidos. Para que ello ocurra, se requiere el concurso de todos los países involucrados y de la comunidad internacional para atacar las causas del éxodo masivo de poblaciones devastadas por la pobreza y la violencia. México, con el apoyo técnico de Cepal, ha propuesto recientemente un plan para enfrentar globalmente el problema.
El Foro Permanente para la Relaciones Internacionales, en una reciente declaración pública, ha invitado al Gobierno de Chile a solidarizar con México ante la agresión de que ha sido objeto y a buscar el concierto de todos los países latinoamericanos para enfrentar en conjunto los desafíos que vive la región en este escenario enrarecido.
La confrontación entre EE.UU. y China tendrá inevitables repercusiones en la región. Para Chile, así como para América Latina, mantener una posición independiente en el conflicto es fundamental para garantizar su desarrollo futuro.
China es el principal socio comercial de Chile y de Brasil y uno muy importante de varios países de América del Sur y Central. Estados Unidos también tiene una presencia e importancia significativa en la región. Ya hemos sufrido las presiones del secretario de Estado estadounidense, que, en una visita a Chile, justo antes de la importante gira del Presidente Piñera a China, de manera un tanto ruda, amenazó con represalias si nuestro país profundizaba sus relaciones con dicha nación, especialmente en el área tecnológica.
Dichas presiones serán habituales en el futuro. Es crucial para el país no tomar parte en una guerra que le es totalmente ajena. Para ello es fundamental construir una política común con todos los países de América Latina, cualquiera sea la naturaleza y la orientación ideológica de sus gobiernos.