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Buenismo y cristianismo Opinión

Buenismo y cristianismo

Alejandro Reyes Vergara
Por : Alejandro Reyes Vergara Abogado y consultor
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Este año algunos columnistas han hecho un festín descalificando con desmesura al “buenismo” y los “buenistas”. Es un ataque simplista y al voleo, que creo termina causando un daño a la bondad, la virtud y –de paso– al cristianismo.

Quizás en tiempos de Navidad valga la pena reflexionar sobre ello.

Motejar a alguien de buenista es decirle que es un bienintencionado pero ingenuo y superficial, que actúa con demasiada bondad, tolerancia o solidaridad, causando en definitiva un mal. O sea, para caricaturizarlo lo acusa de ser un bonachón medio ignorante o medio tonto, que salta de nube en nube como un ángel tocando su lira, dentro de su burbuja de bondad e idealismo, sugiriendo malas ideas que causarán un mal indirecto.

Descalificar de “buenista” se ha convertido en un “must”, un cliché “chic” de liberales y neoliberales, para descalificar de un zarpazo cualquier cosa que huela a socialcristianismo, solidaridad, humanitarismo, socialdemocracia, tolerancia, justicia social, o idealismo de izquierda.

En el buenismo hay innegablemente un principio de bondad, una intención noble. De otro modo no lo llamaríamos buenismo, sino tonterismo. Si la bondad o el bien es lo que impulsa la propuesta del buenista, allí radica su esencia, aquello que lo distingue. Por ende, cuando el malista ataca con insistencia al buenismo o al buenista, está mordiendo y arrancándole un pedazo a la bondad que lo moviliza.

Pero últimamente se cruzó la frontera descalificando no ya al buenismo, sino de lleno a la bondad, ese concentrado de virtudes y de bien encarnado en una persona. Los bondadosos realizan habitualmente el bien, aspiración moral desde Sócrates, y buscan concretar el amor al prójimo que pide el cristianismo. Atacar el bien, la bondad y el amor al prójimo, causa un daño moral colectivo, porque menoscaba el ejercicio de la virtud.

Consultado el arquitecto Iván Poduje hace unos días sobre si había alguna virtud sobrevalorada en Chile, contestó con soltura que “la bondad”. Pero si en Chile tuviéramos en alta estima la bondad como dice, no habría tanto robo en la calle ni de cuello y corbata, narcotráfico, corrupción, abusos sexuales ni femicidios. ¿Hay en Chile sobrevaloración de la bondad como cree Poduje? Pienso que no. ¿Prefiere que Chile se incline más hacia la maldad? Con la que ya tenemos nos sobra.

Chile vive una gran crisis moral. Corrupción, robo, abusos, falta de rectitud, descaro, ya rebalsan nuestras alcantarillas. Huele a podrido por todas partes. También estamos huérfanos de liderazgos morales a los que mirar, escuchar y seguir. Debemos cuidar los pocos que quedan y promover el nacimiento de otros. Los líderes morales que brillaban con su bondad y rectitud en la política, la Iglesia, la academia, la masonería, el sindicalismo y los negocios, murieron hace tiempo y la luz que dejó su testimonio se ha opacado entre tanta oscuridad.

El ataque del intelectual al buenista no va al punto en discusión, no abona argumentos y razón, sino descalifica moral e intelectualmente al buenista. Lo acusa de hacer un fraude aprovechándose de su bondad para alcanzar un fin que termina por provocar un mal. Y lo descalifica intelectualmente acusándolo de infantilismo, ingenuidad y vulgaridad irreflexiva. El acusador se siente superior, que se las sabe todas, que viene de vuelta, moral e intelectualmente.

En una columna titulada “Trump en Chile” (EM, 8.11.20), Carlos Peña dio una mirada breve al buenismo. Partió por acusar al simplismo de Trump como una ideología estúpida. Coincido. Agregó que el código moral del simplismo es el “buenismo”, que Peña describe como “una modalidad vulgar de lo que Hegel llama el alma bella”, “que se encierra en la certeza subjetiva de que algo es bueno o malo, y desde allí lo encomia o condena, sin reflexión y sin diálogo.” O sea, Peña mete también a Trump al saco de los “buenistas”. Sorprende que considere a Trump un “alma bella” y que crea que posee un “código moral”, que para rematar sería el “buenismo”, por definición “una posición que cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia”. Jamás he visto en Trump a un buenista. Pero sigamos.

En “La Falacia de la Bondad” (EM, 13.12.20), Peña acusó a la propuesta de un cura de ser una falacia, es decir, un “engaño, un fraude o mentira”, que se ampararía en la bondad del cura para conseguir un propósito que causaría un mal. Pablo Ortúzar, por su parte, acusó que el buenismo de que motejaba como inspiración de un laico destacado para igual propuesta es una “bondad pagada de sí misma”, que “como forma de “capitalismo moral” consiste en buscar la ganancia de la opinión bienpensante, sin hacerse cargo de las externalidades negativas de dicha posición.”

Peña y Ortúzar los acusaron moral e intelectualmente, transformándolos en impostores de la bondad, capitalistas morales y egóticos que se aprovecharían de su bondad para cautivar a incautos, satisfacer su ego y causar un daño. Como cae de cajón, nada de eso sería bondad sino pura maldad.

¿Para qué descalificarlos moral e intelectualmente? Bastaban buenos argumentos y razones sobre la propuesta de fondo para sostener con claridad que estaban equivocados. Yo tampoco concuerdo con dicha propuesta, pero por razones jurídicas, sociales y políticas, no por una descalificación moral.

La RAE definió el buenismo como la “actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia. (Usado más en forma despectiva)» (sic). Es decir, según la RAE, la palabra “buenismo” se usa para descalificar en forma despreciativa al benevolente o al tolerante.

Releo los evangelios, y pienso que Jesús también es un buenista, que fue víctima de dicha descalificación con otras palabras. Si hoy vivieran San Francisco, Gandhi, M.L. King, Mandela, Teresa de Calcuta, Alberto Hurtado, Clotario Blest, Teresa de los Andes, y tantos otros íconos cristianos, serían descalificados como “buenistas”. Pero no eran ingenuos, ni hacían fraude utilizando su bondad. Dedicaron su vida a servir a otros y con coraje ganaron más batallas que todos sus críticos, no desde una cúpula de cristal repleta de letras y razones –que también las tenían y de sobra–, sino en el sucio terreno de la realidad, recibiendo golpes con cuero duro, batallando con inteligencia, conocimiento y virtud, ganando sin golpear ni insultar a nadie.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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