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Política sanitaria en la sociedad de control Opinión

Política sanitaria en la sociedad de control


Los cuestionamientos a la política sanitaria del Gobierno han estado focalizados en el diseño de la denominada “comunicación del riesgo”, evidentemente confusa y hasta contradictoria desde el inicio de la pandemia en Chile. Sin embargo, sostengo que no se trata de una mera deficiencia en la gestión (sin desmerecer las responsabilidades individuales) sino que su lógica de funcionamiento obedece a las características que adquiere la gubernamentalidad (entendida como gobierno de las conductas) en el marco de las sociedades de control descritas por Gilles Deleuze.

No es entonces azaroso el lenguaje adoptado por la autoridad sanitaria, y que exista una disociación entre las situaciones concretas y las estimaciones de la autoridad sobre las curvas de comportamiento de la pandemia. No es accidental tampoco que la discusión sobre los errores cometidos en el conteo de fallecidos y contagiados tenga como protagonista a un software (Epivigilia), y que se descanse en el supuesto automatismo de estas plataformas digitales, o en la destreza técnica de sus programadores.

En efecto, lo que queda en evidencia es que la estrategia de contención de la pandemia está condicionada a controles cada vez más abstractos y a distancia, exactamente como ocurre en el ámbito laboral. Por esta razón, no es una exigencia que los expertos a cargo de la política sanitaria tengan un conocimiento acabado en el ámbito público de la salud, pues su labor consiste en la administración eficiente de los instrumentos orientados por los criterios del management.

Pero ¿qué tan cierto (o qué tan mítico) es este automatismo de las máquinas cibernéticas? Pareciera, por el contrario, que las líneas de mando y las jerarquías tendieran a acentuarse en este tiempo, contrario a la cooperación y la horizontalidad del trabajo cognitivo que algunos han observado (aceleracionismo de izquierda) en la plataforma global en tanto infraestructura del capitalismo postfordista.

Si la comunicación del riesgo ha consistido, además, en transferir la responsabilidad a los usuarios de los servicios de salud (usuarios y servicios son conceptos claves, y no simplemente recursos estilísticos), es que el imperativo de la empresa, en reemplazo de la fábrica y de la disciplina taylorista y sus gerentes, se encuentra desplegado como dispositivo de subjetivación. Estaríamos en presencia de un diseño global de la gubernamentalidad en que el Estado es una instancia dentro de la estrategia de poder en curso y sus nuevos agenciamientos maquínicos.

La clave es aquí la colaboración que la propia subjetividad proporciona, legitimando las nuevas formas de sujeción. En eso, precisamente, consiste la sociedad de control. Por eso, todo parece dar cuenta que mientras más abstractos son los controles, más autoritarias son las decisiones que los dirigen y los objetivos que las justifican.

La empresa, lejos de volver horizontales las relaciones de poder, las jerarquiza de un modo en que se requieren nuevas formas de organización para poder subvertirlas. De ahí que Deleuze considere que los sindicatos han de perder incidencia, en un contexto donde el régimen de encierro ha entrado en crisis y el trabajo ya no se circunscribe exclusivamente a la fábrica, así como la salud se regula principalmente a través de la oferta masiva de fármacos (y psicofármacos), no dependiendo del confinamiento hospitalario, lo que explica también que en muchos casos las viviendas hayan terminado fusionadas como escuelas, fábricas y hospitales conviviendo con labores domésticas, donde se aprende, se trabaja y se realiza cuarentena en un mismo momento, lo cual nos indica que el control no es lo opuesto a la disciplina, sino que su mutación técnica.

Estos controles a distancia sobre la población responden a imperativos económicos basados en el rendimiento y la eficiencia del capital humano, por lo cual el análisis de la política sanitaria no puede separarse de la crítica del neoliberalismo. Absurdo sería identificar una antinomia entre salud de la población y acumulación financiera, como si efectivamente el poder global de los mercados que determina las decisiones estatales, tuviera que optar por uno de los dos caminos.

Por el contrario, la acumulación capitalista y su hambre voraz y destructivo, siempre implica el sacrificio de la dignidad de los millones de enfermos, desempleados y hambrientos en el mundo -así como el saldo de millones de muertos-, en favor de los privilegios de una elite financiera. Más aún, cuando la agresividad de la pandemia es desencadenada por la deferostación y el colapso de los ecosistemas que compromete la vida de las especies (como es el caso de las zonas de sacrificio), y que en el ser humano se manifiesta como una devastación psquíca y material producto del endeudamiento (estimulado bajo el lema del esfuerzo personal) como único instrumento de superviviencia.

La sensación es que padecemos decisiones que nos dañan, pero cuyos controles no están a nuestro alcance, provocando impotencia, ira o a veces resignación. Es en ese plano donde el análisis estratégico de las relaciones de poder contribuye afirmativamente a defender la dignidad, convirtiéndola en un principio ético irreconciliable con el régimen de la nuda vida al que nos somete el capitalismo.

Lo cierto es que la política sanitaria de este Gobierno y su comunicación del riesgo, no es simplemente un error o un accidente, a riesgo de ser subsumidos por la facticidad desnuda de la inmediatez. Antes bien, estamos en presencia de una gubernamentalidad neoliberal en que la oposición entre lo abstracto y lo concreto, entre el control y el territorio, pierde todo sentido cuando el actual desarrollo de la técnica y la racionalidad instrumental de la política, son el resultado de la máquina social capitalista que, como diría Maurizio Lazzarato, está en guerra contra todo el mundo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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