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La señora Roxana Opinión

La señora Roxana

Jorge Pinto Rodríguez
Por : Jorge Pinto Rodríguez Premio nacional de Historia año 2012 y actual director del Instituto de estudios avanzados para el diálogo de saberes Ta Iñ Pewam de la Universidad Católica de Temuco.
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La canción Doña Soledad, hermosamente interpretada por el cantautor y poeta uruguayo Alfredo Zitarrosa, es un verdadero homenaje a tantas mujeres de nuestra América, hijas de una historia de esfuerzo, dedicación a sus hijos y capaces de enfrentar la vida con una firmeza y decisión que les permitió salir adelante en medio de tantas adversidades. Su rostro me recuerda a una mujer que conocí hace algunos años en uno de los valles que baja de la cordillera al mar, entre cerros semiáridos de una región poblada desde tiempos muy remotos por pueblos ancestrales, uno de los cuales, el pueblo diaguita, nos heredó el color cobrizo de una piel tan propia de quienes nacimos en aquellos lugares. Su nombre no es Soledad, sus padres la llamaron Roxana.

La señora Roxana nació, creció, estudió, se casó y sigue viviendo en un lugar que podríamos llamar la puerta del cielo: Algarrobito, la entrada al Valle de Elqui. Su rostro dorado por el sol es el rostro de doña Juanita, Rosita, María, Magaly y todas las mujeres que con su esfuerzo han sido capaces de sostener sus familias cuando en el curso de sus vidas quedaron solas.

La señora Roxana conoce su pueblo como la palma de su mano. Cuando joven recorrió sus campos, quebradas y cerros. Solía incursionar por donde funcionaron faenas mineras en los altos de las montañas y disfrutar de los paseos en corrientes de agua que bajaban de aquellos cerros. Hoy son lugares poblados, que en nada se parecen al paisaje de ayer. Recorrió el viejo camino que seguía a Vicuña, participó en todas las fiestas locales. Su devoción religiosa la vuelca en el culto a la Virgen del Rosario que todos los años venera en una procesión maravillosa. En su honor, cerca de su casa, levanta junto a sus vecinas, un altar donde se detiene el cura para bendecir a los feligreses.

Fue capaz de criar y educar a sus 5 hijos, prácticamente sola, y acompañar ahora a sus nietos y bisnietos. Ni su cara ni su cuerpo demuestran los años que tiene. Se siente feliz, libre de ataduras, dueña de su vida. Hace un año logró una de sus grandes metas: obtener la licenciatura de Enseñanza Media. Conversar con ella es como dialogar con un oráculo que habla de tradiciones, leyendas, entierros y penaduras. Se puede pasar horas escuchándola. Siempre lo hace con alegría. En su corazón no hay espacio para la amargura y el resentimiento. Se podría decir que respirar el aire del valle, despertar en la mañana y tener lo necesario para llevar una vida digna, le basta.

Los recuerdos de su juventud los mantiene intactos. En aquella época, bajo cualquier pretexto, lograban escapar del control paterno para sumarse a los bailes organizados en la plaza o en una Quinta de Recreo que funcionaba en el pueblo. Sus ojos brillan de alegría. Su música favorita son las cumbias, con su son ha pedido que la acompañen al cementerio cuando su cuerpo exija el descanso eterno, sin lágrimas, como se debe despedir a quien fue feliz en la vida. Escribo estas líneas en su honor, porque la compañía que nos brinda es un regalo maravilloso.

Lo hago también como un homenaje a ella y a tantas mujeres de este valle hermoso que abre sus puertas en Algarrobito, en un esfuerzo por seguir la huella de Alfredo Zitarrosa, aunque sin su talento, que hizo justicia con Doña Soledad a las mujeres de su tierra oriental. Doña Soledad y la Sra. Roxana son herederas de pueblos ancestrales cuyas historias fueron sepultadas en algunos países que optaron por homogeneizarnos.

 

  • Jorge Pinto Rodríguez, Instituto Ta Iñ Pewam, Universidad Católica de Temuco
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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