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Sismo político en Argentina: el efecto mariposa del cisne negro Milei Opinión

Sismo político en Argentina: el efecto mariposa del cisne negro Milei

Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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Un enemigo a considerar por Milei es el de las sobreexpectativas que él mismo sembró. Aseguró que Argentina volvería a ser potencia mundial “en 35 años”, cuando lo que se requiere es un alivio económico lo más acelerado posible. Pero un shock de ajuste inmediato podría empeorar las cosas.


Y la bronca pudo más. Y, aun así, ayer no fue otro día más de elecciones en Argentina. Algunos llegaron a las urnas preguntándose acerca de cuál era la mayor incertidumbre, si entregar el bastón de mando a un político experimentado que ocupaba la cartera económica del gabinete con una inflación alcista (142,5% interanual) e índices de pobreza sobre 40%, o, en cambio, apostar por un outsider de psicodélicas propuestas a contracorriente de la Argentina de los últimos ochenta años: sin Banco Central ni moneda nacional, a favor del dólar.

No pocos se inclinaron por las mínimas certezas de quien consideraron el candidato “menos malo”, aunque muchos más se decidieron ante la sed de cambio representada por el economista, panelista televisivo y político –desde apenas dos años, cuando ingresó al Congreso– Javier Milei, un cuasi outsider

Hasta antes de las primarias no se veía claro el potencial de Milei. Especialistas aseguraban que funcionaba bien en la rutilante Ciudad Autónoma de Buenos Aires, aunque no tanto en la provincia homónima y, menos, en el resto del país. Claramente un “cisne negro” en el sentido de aquella criatura desconocida en Europa, avistada por el holandés Willem de Vlamingh en el río Swan (en Australia Occidental), hacia 1697, que refutó la imposibilidad establecida de un cisne de dicho color. En 2007, el académico libanés Nassim Taleb usó la historia como metáfora y síntesis “del impacto de lo altamente improbable”.

Y Milei, sin duda, es un ave política rara: arrebató el eslogan al estallido social argentino de diciembre de 2001, “Que se vayan todos” (coreado por sus partidarios en su primer discurso como mandatario electo), repudiando a los políticos peronistas y no peronistas mediante el rótulo de “casta” para el conjunto de la clase política, mismo que en sus tiempos rindió réditos a Pablo Iglesias de Podemos, en España. Hábilmente, Milei explotó emociones cardinales como la indignación y el desencanto, para transformarlas en la furia icónica de un ácrata. Con su chaqueta negra y provisto de una motosierra –casi a lo Jason de Viernes 13–, escenificó su actitud disruptiva de tala de privilegios, prebendas y, sobre todo, corrupción. 

Milei sorprendió en primarias con un discurso de ira que lo dejó como primer presidenciable, sin embargo, llegó segundo con casi 7 puntos de diferencia del liderazgo de primera vuelta, luego de lo cual moderó estilo (camaleónicamente, sin aparcar propuestas) para recibir el respaldo de Bullrich en Córdoba y, más tarde, de Macri en la residencia de Acassuso. El objetivo, desalojar al kirchnerismo de la Casa Rosada, para lo cual, como dice el celebérrimo poema de Borges titulado Buenos Aires: “No nos une el amor sino el espanto”. Con ello, finalmente, sumó a gran parte de la coalición Juntos por el Cambio (sin una parte de la coalición cívica ni parte del radicalismo, hoy con un pie fuera).

Durante el mes que medió entre las elecciones generales y el balotaje, el oficialismo continuó sumando desventajas ante la escasez de bencina y encuestas de resultados adversos, aunque por un margen menor. El domingo previo a la gran final de comicios, el último debate hizo renacer las expectativas oficialistas ante una débil presentación televisiva de Milei, quien lució como un amateur ante un político avezado capaz de llevarlo al terreno que quiso, más una dosis de miedo y desprecio retórico. El peronismo sintió que podía renacer, apoyado en la distribución de beneficios en plena campaña –conocido en la prensa como “Plan platita”–, sin percibir que la sociedad había elegido masivamente castigar al partido-movimiento eje de los últimos 80 años, precisamente con el candidato más extremo que encontró, el que, a diferencia de Macri antes, prometía una transición acelerada y el fin de los subsidios.

Así llegó al gran día electoral. Milei repitió casi atávicamente el baño de masas en el lugar de votación y se fue a esperar el resultado a su “hotel búnker”. Poco después del cierre de las urnas, a las 18:00 horas, corrieron rumores en torno a que Milei, además de retener la votación en provincias afectas, había arrebatado la mayoría en bastiones peronistas, como Tucumán, e incluso casi empataba en la oficialista provincia de Buenos Aires. No hubo que esperar demasiado, muy temprano Massa reconoció la derrota y cerca de las 21:30 horas Milei celebraba oficialmente con sus partidarios el triunfo en las urnas.

En su discurso, siguió con la retórica polarizada de campaña, al saludar deseando “buenas noches a todos los argentinos de bien”. Después destacó las ideas fuerzas que lo acompañarían: un gobierno limitado que cumple compromisos, el respeto irrestricto a la propiedad privada y, sobre todo, comercio libre. Dichas premisas las cimentó en Juan Bautista Alberdi, el estadista argentino autor de la Constitución de 1853, que inauguró la etapa más liberal trasandina.

De esta manera podemos sobreentender que su Arcadia –metáfora de la vida pastoril que encarna la felicidad y la inocencia primigenia–, en su lógica de retrovisor, correspondería a la Argentina decimonónica –como él mismo reconoció– que se desplegó hasta 1916, cuando el primer partido político tradicional llegó al poder con la Unión Cívica Radical. Milei se propone entonces desatar las fuerzas del mercado para permitir el despliegue individual contra el Leviatán estatal, así como toda forma de colectivismo, incluidos los nuevos movimientos sociales en torno al género, la diversidad sexual, el multiculturalismo y el ecologismo.

Este discurso está en la antípoda de aquella hegemonía de 22 años –con el paréntesis macrista–, con la contundencia que le dan los más de 11 puntos de diferencia sobre su adversario. Un sismo mayor que cambia las placas tectónicas políticas y culturales argentinas, en forma análoga a aquel giro de febrero de 1946, cuando Perón se impuso a José Tamborini, candidato del establishment y del embajador Braden de Estados Unidos.

Desde luego no es la primera vez en sus ocho décadas que el peronismo es derrotado, ya lo fue en 1983, 1999, 2015, pero siempre lo hizo ante un adversario políticamente estructurado, ya fueran Alfonsín y el radicalismo de reconciliación nacional y democracia, De la Rúa y la Alianza del radicalismo y la centroizquierda contra el menemato, o Macri con Juntos por el Cambio desde la derecha. Pero esta es la primera vez que pierde con un caudillo de frágil estructura partidista, sin gobernadores y con apenas la tercera bancada en el Congreso de la Nación. Es evidente que Milei necesitará forjar una alianza más duradera con el Pro de Macri para alcanzar mayorías legislativas y no ser un ave de paso. 

Y como después de los terremotos aparecen las réplicas, hay que preguntarse qué sucederá a partir del 10 de diciembre, cuando Argentina conmemore 40 años de democracia con un nuevo presidente inaugurando funciones. Ya sabemos que un enemigo a considerar por Milei es el de las sobreexpectativas que él mismo sembró. Ayer aseguró que Argentina volvería a ser potencia mundial –agregando, más tarde, “en 35 años”–, cuando lo que se requiere es un alivio económico lo más acelerado posible. Pero un potencial shock de ajuste inmediato, por quien se autodefinió como “primer presidente liberal libertario en la historia de la humanidad”, podría al menos empeorar momentáneamente la ya deprimida vulnerabilidad social.

Lo anterior atizaría el descontento de la calle con huelgas y movilizaciones masivas, ya sin los diques de contención justicialistas que le provee la red de sindicatos y asociaciones sociales afines. Y si alguien pensaba que, de ganar Massa, arrinconaría el kirchnerismo, cabe preguntarse si el “mundo K” puede renacer más adelante como alternativa, parapetándose hoy en el Gobierno de la provincia de Buenos Aires, liderado por Kicillof. Todo es parte de un “efecto mariposa” tras el alto impacto de lo que, hasta hace unos meses, era un resultado altamente improbable. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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