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La Concertación a los tumbos, la derecha sin rumbo

Un enredado partido de medio campo es el que juegan gobierno y oposición en este segundo tiempo presidencial. El gobierno no aprende de sus errores, pero la oposición tampoco saca ventaja de sus éxitos. Un previsible ambiente de espera marca la pauta política, aunque los ríos profundos del cálculo electoral presidencial horadan las preocupaciones de todos los actores.


El orden de los factores en la derecha



No se requiere ser muy perspicaz para percibir que la oposición se quedó sin estrategia política para la coyuntura luego de su éxito en destituir a Yasna Provoste. La acusación constitucional fue exitosa y el gobierno acusó el golpe. Pero la medida, bastante extrema desde el punto de vista institucional, dejó flotando en el aire un ¿y ahora qué?



La oposición no tiene una alternativa mejor que bloquear la agenda legislativa del gobierno. Pero ello ya se sabía en marzo, cuando ganó la Mesa del Senado, apoyando a Adolfo Zaldívar. Por lo tanto, a menos que desee ahondar la derrota del gobierno con nuevos ministros acusados, al parecer no tiene otra opción que volver a la batalla del desgaste. Otra acusación constitucional pondría un escenario de confrontación institucional que poco les serviría para sus expectativas de poder, y echaría finalmente por tierra la deteriorada Constitución de 1980, que tan enfáticamente defiende.



Pero no es el caso de Fernando Flores ni menos de Adolfo Zaldívar. Ellos necesitan un clima político más estridente que les permita usar el único recurso político a su alcance: los dos votos que hacen la mayoría en el Senado. Para insinuar un parlamentarismo de hecho, o al menos una capacidad de veto político, que los consolide como primeros actores. En un clima de normalidad política ellos pierden importancia y se transforman en actores secundarios.



Tampoco es claro cuánto confía la oposición en Zaldívar para sostener un timming político útil con vistas a las presidenciales. Porque él está corriendo como un out sider que solo espera el derrumbe de la Concertación para emerger y buscar un espacio con mayor nitidez. En cambio la oposición, pese a la clara mejor opción presidencial de Sebastián Piñera, debe aún resolver muchos problemas internos con miras a la elección del 2009. Especialmente en torno a las fuertes objeciones de sectores empresariales, a quienes no convence el perfil del candidato.



De ahí el juego lateral y de media cancha, al desgaste del adversario, seguramente con tres temas conocidos: seguridad ciudadana, corrupción e incompetencia gubernamental.



Alvear hace agua





No cabe duda que en el minuto actual, el mejor pasador de pelotas que tiene la derecha para armar ese triple juego de oposición, es el propio Gobierno. Si alguien se dedicara a pensar en cómo realizar una serie de chambonadas, incluida la ridiculización de sus políticas más importantes, como la de salud, seguramente no tendría tanto éxito como ocurre casi de manera espontánea en la realidad.



El gobierno de Michelle Bachelet ha abierto de manera generosa las arcas fiscales no solo para distribuir bonos o subsidios, sino para implementar políticas en materias de salud, educación y previsión. Lo que es loable dada la tacañería de los gobiernos anteriores. Pero todo lo opaca la incompetencia de sus funcionarios precisamente ahí, donde más se ha invertido: salud y educación.



La obsolescencia de la administración es lo que da fundamento a la propuesta del Ministro Pérez Yoma acerca de la necesidad de un gran consenso nacional para modernizar el Estado. Pero ello es todavía una ocurrencia, le falta contenido político para ser una idea y un proyecto. Se requiere un cambio, ya que no es lo mismo gobernar una sociedad de tres mil dólares per cápita a una que bordea los catorce mil. Este estado de "desarrollo" agrega una demanda de calidad a las políticas gubernamentales.



La crisis actual no se origina en este gobierno. Hace tiempo que se caen los puentes, se pagan mal las subvenciones, las empresas abusan con los consumidores, las regiones se ven entrabadas en su dinamismo, la educación está en crisis porque se maneja como negocio, la salud es una amenaza y las desigualdades aumentan.



Pero alguien tiene que preocuparse a fondo del tema, y hasta ahora muy poco se ha hecho. Y nadie duda que el principal actor para esto sea el Gobierno.



No está claro que el actual Ejecutivo esté conciente de las transformaciones que ha hecho o impulsado, ni tampoco de cuales son sus prioridades de gestión. Con el agravante de que no todos sus partidarios piensan que controlar el Estado es su principal activo político, y deben trabajar porque le vaya bien; y al Gobierno tampoco le importa mucho la opinión de sus adherentes políticos y lo hace notar.



Resultado, una entropía política que tiene a la coalición gobernante sin un sistema de relaciones internas, no digamos fluidas, sino al menos relativamente coherente para ordenar la agenda, y un gobierno que da tumbos en muchos sectores.



En tal escenario, la atención se vuelve inevitablemente a los factores de cambio, también en la Concertación, y en especial a la carrera presidencial. Hay ahí un escenario fluido con nombres que suenan y esperan, y un universo de declaraciones o mensaje no dichos, a través de múltiples voceros. Pero todo en un clima de incertidumbre, alumbrado por el desorden y los problemas de la agenda, que hacen más evidente la tendencia a un escenario de caudillos, que aspiran a dominar la política pero por fuera de los partidos.



Ello plantea un eventual primer perdedor: Soledad Alvear, a quien el escándalo de la Empresa de Ferrocarriles del Estado ha asestado un golpe demoledor en su entorno más íntimo. Si ella no resiste, y son muchos los que apuestan a que es incapaz de sostener su candidatura, se abre un abanico de posibilidades, que va desde el pragmatismo DC en la Concertación hasta la centro derecha como opción política, o un caudillo nacional a la vieja usanza.



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