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Para qué queremos periodistas

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Todas las labores son vulnerables a la sospecha. Pero en el caso del periodismo la confianza y la fe son elementos extremadamente críticos, porque la prensa es la materia prima de lo público. De seguro todos los periodistas retratados tratan de ser «objetivos» en sus coberturas. Pero precisamente porque la objetividad es un mito inútil, importa ser creíble.


Robert Fisk, corresponsal de The Independent, describe en su libro «La Gran Guerra por la Civilización» la poca sobriedad de algunos periodistas que acompañaron al ejército estadounidense en la primera Guerra del Golfo. A Fisk le molestaba que arriba de los tanques o camiones militares, los profesionales poco a poco olvidaban que su rol no era liberar Kuwait ni crear héroes militares, con quienes muchos incluso se retrataban. Ellos estaban ahí, indica Fisk, para contar la historia no oficial, aquella que es mucho más dura, cruel e injusta. La que las autoridades no están dispuestas a contar.

La reacción que provocó la foto -pero sobre todo el video- de los periodistas chilenos en la Casa Blanca no sólo es justificable. Es también muy necesaria. En una época en que los medios y el rol de los periodistas están en crisis, es importante dilucidar qué es lo esencial del oficio y cuál es su real valor.

Por cierto, a todos nos encantaría fotografiarnos con el presidente más popular del planeta. Obama es un ícono pop y una foto con él es un pedazo de historia. Pero el contexto y el rol importan.  ¿Qué habríamos dicho si Michelle Bachelet termina la cita en el salón Oval pidiéndole un autógrafo para su hija a Obama? Los periodistas estaban ahí cubriendo la gira de la presidenta, no haciendo en un tour privado por la Casa Blanca.

Incluso la foto en sí no es grave. Lo poco presentable es el modo de pedirla, el arrebato escolar, la actitud de hincha y la disociación del rol y el momento. Es cierto que minutos antes hubo una pregunta incómoda para Obama -hecha por Amaro Gómez-Pablos -, pero el espectáculo posterior la vuelve frívola en retrospectiva. De hecho, un periodista estadounidense de Reuters se dio el gusto de titular así su nota del chascarro: «¿No hay disculpas por la conspiración golpista de la CIA? Bueno, ¿entonces qué tal una foto?»

El sólo revuelo que generó basta para saber que fue un error. Esta profesión, como todas, exige ciertos costos que cualquier periodista conoce.  No podemos pasar por fans aunque admiremos; ni por amigos de las fuentes aunque queramos; ni por estrellas aunque la industria lo pida. El valor de los periodistas es también esos viejos intangibles: la reputación y la credibilidad.

Hoy el periodismo ve con incertidumbre su futuro, y el valor percibido del oficio es cada vez más escuálido. Con Internet, todos son de alguna manera periodistas, y la gente se vuelve implacable frente a quienes reclaman para sí el profesionalismo.

Todas las labores son vulnerables a la sospecha. Pero en el caso del periodismo la confianza y la fe son elementos extremadamente críticos, porque la prensa es la materia prima de lo público. De seguro todos los periodistas retratados tratan de ser «objetivos» en sus coberturas. Pero precisamente porque la objetividad es un mito inútil, importa ser creíble. Y para ello, las formas son cruciales. Ser y parecer. Necesitamos estar seguros de que nuestros periodistas van a ser implacables cuando deban cuestionar a la autoridad, independiente de su cercanía, simpatía o adhesión popular.

No hay ningún periodista que no haya transitado por esta línea delgada. Por cierto, también los medios estadounidenses que hicieron un festín con el «Say Cheese» de los profesionales chilenos. Pero los tiempos no permiten mirar hacia el lado para evitar el mote de tontos graves. En el largo plazo, en esta profesión como en otras, la seriedad y la consistencia siempre pagan más que la fama.

*Luis Argandoña es gerente de estudios de Conecta Media Research. Andrés Azocar es director de la Escuela de Periodismo de la UDP.

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