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La otra cocina de Eyzaguirre: pugnas, tensiones y agendas tras el Premio Nacional de Literatura Desde la marginalidad de Lemebel al oficialismo de Skármeta

La otra cocina de Eyzaguirre: pugnas, tensiones y agendas tras el Premio Nacional de Literatura

Héctor Cossio López
Por : Héctor Cossio López Editor General de El Mostrador
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Hoy se junta por primera vez el jurado que a mediados de agosto entregará al primer galardonado de las letras bajo el gobierno de la Nueva Mayoría. El asunto no pinta fácil, pues cada candidato representa a grupos y fuerzas donde se cruzan desde méritos artísticos hasta compromisos políticos, pasando por el infaltable amiguismo nacional. Otra dura tarea para el ministro de Educación, que deberá dirimir dejando muertos en el camino.


Hay quienes piensan que el Premio Nacional de Literatura es un reconocimiento a una vida dedicada a las letras. Hay otros que opinan que el mérito se relaciona más con el impacto y contundencia de una obra que con el cúmulo de textos publicados. La mayoría, sin embargo, coincide con otra cosa: que en su decisión final lo que realmente pesa es la política.

En una semana en que el ministro de Educación Nicolás Eyzaguirre ha debido sortear aguas turbulentas, el Premio Nacional de Literatura, siendo un asunto menor frente a la polémica con el rector de la UDP, Carlos Peña –que desclasificó una conversación donde Eyzaguirre pareció condicionar la gratuidad de la educación a la duración de las carreras–, viene a sumar un nuevo foco de presión: el mantenimiento del establishment cultural, en cuyo marco el galardón aparece condicionado a los criterios del gobierno de turno o la renovación del mismo; todo ello de la mano de algo que el jurado y el ministro no esperaban: la irrupción del factor Lemebel.

A la fecha de hoy, en que sesiona por primera vez el jurado del Premio Nacional de Literatura, se conoce la postulación de al menos 10 escritores. Los nombres más conocidos son Antonio Skármeta, Germán Marín, Patricio Manns, Poli Délano, Jorge Guzmán y Pedro Lemebel. Con menos proyección se suman José Luis Rosasco, Fernando Emmerich, Francisco Rivas y Francisco Casas.

Antes de la irrupción del autor de De perlas y cicatrices, sólo dos nombres sonaban con fuerza: el del ex embajador en Alemania, Antonio Skármeta, y el de la escritora de lengua voraz, Damiela Eltit.

[cita]En este escenario, los seguidores de Lemebel –que pensaron en postularlo desde un principio– optaron por mantenerse al margen y brindar apoyo a Eltit. Eso, hasta que advirtieron –o sospecharon– que la actual conformación del jurado tendría prácticamente decidido darle el premio al autor de Ardiente Paciencia.[/cita]

En una competencia que más parece un ‘Club de la pelea’, tomando prestado el nombre del libro de Andrés Gómez sobre las polémicas en la designación de los Premios Nacionales de Literatura, el nombre de Eltit comenzó a generar consensos –pese a que no es la primera vez que la postulan– especialmente en los sectores progresistas que vieron una posibilidad real de llevarse el Premio, toda vez que la autora de Lumpérica es, junto con Skármeta, una de las escritoras más respetadas en el extranjero, además de poseer redes políticas ligadas a la Nueva Mayoría.

En este escenario, los seguidores de Lemebel –que pensaron en postularlo desde un principio– optaron por mantenerse al margen y brindar apoyo a Eltit. Eso, hasta que advirtieron –o sospecharon– que la actual conformación del jurado podría estar favoreciendo directamente al autor de Ardiente Paciencia.

Teniendo Skármeta méritos para obtener este reconocimiento, comenzó a circular la idea de que ya estaba todo cocinado. Fuera de ser el candidato con mayores redes políticas, el ganador de la Medalla Goethe es cercano a tres de los cinco miembros del jurado. Óscar Hahn –que ganó el Premio en el 2012–, es amigo suyo, lo mismo que el poeta Pedro Lastra, miembro de la Academia Chilena de la Lengua. Jaime Espinoza, rector de la Umce y representante en el jurado del Consejo de Rectores, para algunos es más que eso, ya que el escritor es miembro del Consejo Académico precisamente de la Umce.

En este escenario, además de la voluntad de la Editorial Planeta de destacar a uno de sus best sellers y de la petición de Eltit a sus seguidores de que no la postularan, es que Lemebel aparece en escena. La indudable categoría del fundador del colectivo artístico Las Yeguas del Apocalipsis, que con sus crónicas ha retratado a la sociedad chilena sin maquillajes y desde una orilla literaria en que se consagró como outsider, Lemebel vino a representar para los círculos progresistas la posibilidad de eclipsar la figura de Skármeta y de mover el piso a una institucionalidad que, desde sus orígenes, ha sido cuestionada por su falta de independencia. ¿Por qué? Porque vendría a forzar en la literatura lo que los movimientos sociales hicieron en la política: impulsar su transformación.

De ahí es que precisamente la estrategia de campaña de sus seguidores sea apelar a su valoración en la ciudadanía. «Lemebel produce la unión entre la alta cultura y el bajo pueblo. Sus crónicas han zurcido lo popular y lo culto para proyectarlas al siglo XXI. De alguna forma la campaña ha sido tomada con entusiasmo por la calle letrada. Porque ven en ella sus hablas, sus temores, sus rencores y sus miedos», dice Sergio Parra, dueño de la librería Metales Pesados, donde el jueves 17 de julio se lanzó oficialmente su campaña, acompañado de rostros de la música y el arte, como el ex prisionero Claudio Narea y el controversial artista visual Francisco «Papas Fritas» Tapia.

En círculos académicos admiten que la figura de Lemebel le agrega pimienta a una competencia que parecía cerrada. Sin embargo, no le dan chance. Unos critican que es muy joven, pese a que tiene 60, y otros argumentan que su obra no es lo suficientemente sólida como para optar a este singular galardón. En cuanto a la trinchera política, tras la muerte de su amiga Gladys Marín, el PC no parece fundamental en su apoyo. Otra cosa es lo que sí pueda hacer el partido de Guillermo Teillier al respaldar a Poli Délano, sumando con ello un grado más a la cefalea de Eyzaguirre.

La decisión vuelve, entonces, a la arena política y será el ministro de Educación quien ponga, en términos estilísticos, el punto final.

Aunque el escenario parece comprimido en favor de Skármeta, todo puede pasar. No será la primera vez que en la designación haya sorpresas, de uno y otro lado. Basta con recordar casos históricos, como cuando José Donoso perdió el Premio en 1986 frente a Enrique Campos Menéndez, el redactor de los bandos militares del Golpe, o cuando antes, en 1967, se esperaba que recayera en un autor que representara los cambios sociales de la época, pero terminó recibiéndolo Salvador Reyes, un autor menor, naturalista y esquivo de los conflictos.

Tal vez uno de los casos más interesantes de esta ruleta sea el de Augusto D’Halmar –en el origen de los orígenes del galardón–, quien recibió el primer Premio Nacional de Literatura por una obra dentro de la cual figuraba como su texto más importante Pasión y muerte del cura Deusto (1924), la primera novela gay escrita en Chile y acaso, también, una de las primeras en Latinoamérica.

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