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Notas sobre despecho, lágrimas y facturas Opinión Créditos: Agencia Uno.

Notas sobre despecho, lágrimas y facturas

Constanza Michelson
Por : Constanza Michelson Psicóloga, psicoanalista, escritora.
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Si en ambos casos la venganza es un deseo legítimo, la pregunta es si acaso logran vengarse. Destruir, humillar y ridiculizar no es difícil, pero lo que el despechado no logra hacer, es lo más importante en la venganza: hacer sentir al otro lo mismo que él sintió. No lo logra, porque quien está despechado, lo está, precisamente por no despertar el deseo en el otro. Por lo tanto, puede dañar de vuelta a quien lo hizo sufrir, pero eso, no hará que ahora sí, le haga falta a quien lo abandonó.


1.Las mujeres no lloran, facturan, dice Shakira en su carta cantada al ex y a la novia de éste. La misma semana en que el ex príncipe Harry publica su autobiografía, que, según algunos lectores, es una especie de mensaje largo de WhatsApp de un borracho a su familia. Cuenta que cuando él nació, el padre agradeció a la madre por darle además de un heredero – su hermano William –, un repuesto. Así tituló el libro “Spare”, repuesto. Bajo ese rol, de humillación quirúrgica en la familia, era improbable que no urdiera una venganza. Lo mismo Shakira: te engañan, además te traicionan bajo la forma de ese cliché tremendo que es buscar a la mujer más joven, (no importaría que sea joven, sino que elijan a otra por su condición de joven, eso, es una competencia desleal) y, para terminar de inflamar el agravio, que la amante de tu marido se coma tu mermelada.

Si en ambos casos la venganza es un deseo legítimo, la pregunta es si acaso logran vengarse. Destruir, humillar y ridiculizar no es difícil, pero lo que el despechado no logra hacer, es lo más importante en la venganza: hacer sentir al otro lo mismo que él sintió. No lo logra, porque quien está despechado, lo está, precisamente por no despertar el deseo en el otro. Por lo tanto, puede dañar de vuelta a quien lo hizo sufrir, pero eso, no hará que ahora sí, le haga falta a quien lo abandonó.

Una de las cosas más perturbadoras es decirle a otro, me voy, no para irse, sino para comprobar si el otro nos puede perder y, recibir la peor respuesta: bueno ya. Los malos envidian, los buenos se vengan, ironiza la filósofa Florencia Abadi a partir del cuento de Blancanieves: la bruja no lograr matar a Blancanieves, mientras que es la princesa quien destruye a la bruja poniéndole unos zapatos de hierro caliente. La analogía es que gana quien no desea. La bruja supone que Blancanieves tiene algo que ella no, belleza. La envidia. Y si bien la envidia es un motor de la existencia, porque nos pone en falta y nos obliga a buscar; la envidia cuando se vuelve una rumiación inexpugnable envenena. De ahí que el imaginario del envidioso es de alguien que por su veneno se pone verde. Blancanieves en cambio, está en la cómoda situación de tener solamente que destruir a la bruja, no le interesa tener lo que ella tiene, y mucho menos, serle interesante. A veces quien tiene el poder del deseo del despechado, ni siquiera se da el trabajo de devolver la mano a la venganza sufrida; señal, por un lado, de que no le interesa nada esa persona, o bien, por compasión, pues el que realmente puede arrasar con el otro es quien no desea más.

2.Cierto que las mujeres pueden no sólo llorar sino también facturar. Desde luego hay más en la vida de una mujer, que perder a una pareja. Pero quien factura no es un ganador, al menos no en sentido absoluto; para facturar hay que pagar un impuesto: la historia siempre se encarga de pasar la cuenta, incluso a quienes buscan zafar de la ley de la ciudad y de la vida. No por una justicia cósmica, sino porque nadie es infalible. Vivir es estar en deuda, la perversión es pretender saltarse esa ley. Y quizá el problema que hoy tenemos, no es que se llore, sino que se instale la idea de que se puede facturar sin pagar la deuda. Yo pensaría que el feminismo no es solo un preocuparse de que las mujeres lloren demasiado por amor, sino también de que no se instale esa fantasía –

muy masculina – de las cosas erectas que no se someten a la gravedad, ni al nervio, ni al temblor de el encuentro con otro – cosa que, como tantas, se logra, pero con pastillas y sustancias: la vida sin deuda. El sueño del win win.

La envidia es precisamente un tipo de afectación que revela que no somos inmune a otros. Como destaca Abadi, la envidia es un vértice del deseo que se sostiene de una especie de fe, de que alguien, es feliz. Una persona, un grupo, un país. El deseo es algo que atraviesa, no se elige, se elige eso sí, qué hacer con eso que inquieta. El deseo sólo tiene buena prensa como potencia creativa en su faz luminosa, pero no en su expresión envidiosa. Y se oculta tras otros diagnósticos, depresiones y otras clases de evasiones, que nada quieren saber de esta parte maldita.

En el siglo XIX con el auge de disciplinas como la sexología, la pedagogía y la psiquiatría se hizo una categorización frondosa – y en griego – de las perversiones sexuales, con el fin de domesticarlas. El siglo XX fue la muestra de que no se tapa el sol con un dedo, y que el mismo lenguaje de la racionalidad fue usado para montar una industria de muerte. Hoy se hacen clasificaciones incansables, esta vez en inglés, de dilemas del deseo, supongo que también para domesticarlo. Pero las lagrimas y las deudas no se pasan por hacer catálogos que pretendan evitar la ley del deseo: no se puede exigir, no se puede dominar a voluntad. Se responde a él. Quizá lo que nuestro siglo arriesgue, es que en su esfuerzo por deshacerse del deseo, termine lográndolo.

De tanto repetir lo personal es político, creo que de pronto se olvidó lo personal que sí hay en la vida política; todas esas geometrías del deseo que enseñan tan bien los mitos y los cuentos. Y, tal cómo indicó Hannah Arendt, las cabezas que no buscan comprender la vida con los mitos, lo hacen de manera mediocre con la ideología, y yo sumaría con la paranoia.

3.La venganza tiene mala reputación, pero puede ser un motor en la vida de una persona y también en la historia con mayúscula. Cuando Hugo Bravo fue desplazado por sus amigos y jefes – “los Carlos” del grupo Penta – quienes lo reemplazaron con un nuevo gerente, su despecho no sólo llevó a sus compañeros y a sí mismo al despeñadero, sino que provocó un cisma en la política chilena, cuyas réplicas continúan.

Hay venganzas cuyo modelo es el de estar disponible a la propia destrucción con tal de acabar con el otro, la venganza suicida. Hoy han cobrado espectacularidad con los llamados lobos solitarios, algunos sin causas, otros con causas y uniformes inventados, otros toman alguna consigna que suene ecológica, teológica o lo que sea. Son la versión más estragada del despecho. Es pura fuerza impotente. Temo que la política también pueda tomar ese rasgo, aunque más camuflado. Quienes atentan contra la democracia, tomándose una institución, o proponiendo ideas imposibles, ¿Qué buscan realmente? Seguramente perder, pero garantizando que todos perdamos.

Hay otras salidas de la envidia. Una es la admiración, acercarse a ese a quien se le atribuye lo brillante. Aunque el asesinato de famosos, no pocas veces se da por la mano de uno de sus fans. Supongo que la vía de la admiración solo sirve a condición de que la idealización caiga y se vuelva una relación entre humanos.

Para Abadi hay dos caminos más. Uno, es que, por hacer un plan de venganza, hicimos un camino que abrió un deseo nuevo, y de pronto un día no odiamos más y desavisados estamos en un nuevo amor con la vida. El segundo, es la gratitud. Para una de las primeras psicoanalistas, Melanie Klein, lo que repara en las personas los impulsos autodestructivos que traen el odio y la envidia, es la gratitud. Reconocer que algo tenemos, que nadie nos puede dar lo imposible, que la vida a veces es una mierda, pero algo podemos hacer.

Agregaría una vía más. El perdón y el duelo. El problema de la venganza es que puede no detenerse nunca, por generaciones. Es lo que muestra la lógica de las pandillas, un muerto, cuesta muchos más. También en las parejas, cuyas venganzas las resienten los hijos, y los hijos de los hijos. Con la venganza pasa lo mismo que con las deudas. Pasan las fronteras de lo consciente.

No se le puede pedir a una persona, tampoco a los pueblos que perdonen, se pueden generar sí las condiciones de posibilidad para que quizá eso pueda ocurrir. La verdad, la reparación, son condiciones mínimas.  Pero también hace falta reconocer que el perdón no es algo que solo se le otorga al verdugo, sino que, sobre todo, repara a quien lo otorga. A veces, en el despecho rompemos la escena por completo, luego no hay posibilidad de que el otro encuentre una vía para reparar el daño. Y pierde también quien ha sido dañado.

El perdón tiene una potencia simbólica, cambia lo que toca. Es una locura desde luego, sobre todo cuando se perdona lo imperdonable. Es un misterio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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