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Conti Constanzo nos regala el primer capítulo de su nueva novela: Deuda de Sangre Adelanto Exclusivo

Conti Constanzo nos regala el primer capítulo de su nueva novela: Deuda de Sangre

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Capítulo I

Agotada, cansada y con el puño ensangrentado, Ira entró en su habitación, encendió el iPad y luego ingresó al baño para darse una ducha, esa noche sí que la necesitaba. Con rabia se fue desprendiendo de toda la ropa, hasta quedar completamente desnuda y al fin poder despejar su mente bajo el agua, que de verdad deseaba que estuviera aún más caliente, pero no era mucho más lo que podía pedir, no en aquel lugar, no en aquella habitación, no en Moscú, no en Rusia, no en aquel país .
Terminó de sacarse el shampoo del pelo sin dejar de cantar Animals de Maroon 5, intentaba así no pensar en lo que acababa de hacer, y en lo que podría haberle sucedido si no hubiera estado preparada. No quiso detenerse a analizar más la situación, después de todo, estaba entrenada para ello.
A pesar del frío que hacía, salió de la habitación solo envuelta en su toalla azul. Su ropa, claramente manchada, ya no le servía y ni siquiera se preocuparía por lavarla, simplemente la tiraría al cesto de la basura.
Lo primero que vio antes de salir le pareció algo extraño, así que volvió a encender la ducha y, antes de que el individuo pudiese reaccionar, se lanzó sobre él con un objeto pesado para atacarlo.
—¡Mujer!, ¡detente, que me matas!
—¡Mierda, Brad! ¿Qué haces aquí? —lo interrogó aún sobre él.
—¿En serio? ¿En serio me estás preguntando después de lo que acabas de hacer?
—Ah, no —río levantando las manos en forma teatral—. Me declaro inocente.
—¡Inocente! —exclamó—. Acabas de dejar a ese pobre hombre inconsciente.
—¿Pobre hombre? —se burló ajustándose la toalla para salir de encima de Brad—. Ese hombre no tiene nada de inocente, me tocó el culo e intentó manosearme.
Brad la miró atónito, ella parecía estar de lo más tranquila y sin atisbo de culpa después de dejar a un hombre de unos treinta y cinco años, del doble de su estructura ósea, inconsciente y sangrando en el suelo, pero la verdad es que no debía extrañarse, su compañera era capaz de eso y de mucho más.
Ira era una agente, y una de las buenas, práctica, versátil y muy disciplinada, eso la había llevado a ser de las mejores de su promoción y ahora, con sus treinta y un años que no representaba, estaba en una de las misiones más importantes de su vida, que la llevarían a jugar en las ligas mayores si todo salía bien, pero si no era así, ni ella ni sus compañeros podrían llegar a contarlo. Sin lugar a dudas era la misión más peligrosa de toda su vida.
Por eso, cuando el FBI le había asignado el caso y sabiendo que su oficial a cargo sería el bueno de Brad Cambell, ella no lo había dudado ni por un segundo, y ahora llevaban dos arduos meses en uno de los países más peligrosos de Europa del Este.
—¡Mierda, Ira, le pegaste a un diplomático!
—¡Bien! Punto para mí —ironizó—. Le acabo de hacer un favor a la perestroika, deberían darme una medalla o al menos un Galvano.
—No, no está bien, no puedo seguir cubriendo tus arrebatos, o estás preparada o no para seguir en este caso. Yo sé que es difícil, y ni me imagino como lo llevas cada…
—¡Alto ahí! —lo detuvo seria, ya no como Irina, sino como agente. Una de las cosas que se tomaba muy en serio y no admitía errores ni cuestionamientos era su trabajo—. Mi permanencia en este caso no está en discusión, porque bajo ningún punto de vista dimitiría, y por lo demás, he conseguido más información que ustedes desde la furgoneta. —Levantó la mano lanzándole una mirada furiosa para acallarlo cuando su agente al mando iba a protestar—. Y no me arrepiento de nada de lo que sucedió, no solo porque me haya agarrado el culo sin mi consentimiento, sino porque ese hijo de… ese político como hablas tú, como si fuera una deidad, se lo merecía. Yo estaba en el callejón porque el muy cabrón estaba abusando de una menor —comentó poniéndose las bragas bajo su atenta mirada. Cuando Ira se ponía a defender derechos del desvalido no solo se convertía en otra, sino que además usaba palabras del más alto calibre, y él, que la conocía, desde hacía más de diez años, lo había comprobado en carne propia—. ¿Y qué pasará? ¡Nada! ¿O me lo vas a negar? Así que no me vengas con clases de moral. ¡Y menos a mí!
—No puedes salvar…
—Y antes de que te marches —anunció sin escucharlo mientras se dirigía a la puerta para echarlo—, que te quede bien claro que aunque ustedes tengan ojos y oídos —indicó apuntando al collar que no se sacaba nunca por protección y para dejar constancia de todo—, ¡no tienen ni puta idea de lo que sucede cada noche!
—Ira… —pidió un tanto avergonzado y arrepentido Brad.
—Estoy cansada, voy a dormir —respondió ya casi echándolo.
—No quiero irme enojado.
—¡Oh…! Con eso tendré pesadillas, no podré dormir —se mofó.
—Vete a la mierda —respondió Brad ya enfadado. Tenía paciencia, pero no era un santo.
—¡Pues contigo por delante para que no me pierda! —gritó de vuelta dando un gran portazo que retumbó en toda la habitación y parte del edificio.
Más calmada, se terminó de vestir para al fin meterse en la cama y dormir, o intentar hacerlo, ya que desde que había puesto un pie en Rusia, le era casi imposible.
Ella sí tenía pesadillas y de las peores.
Cuando amaneció se alegró de no ver nieve caer, eso significaba una sola cosa: saldría a trotar.
Se calzó los pantalones deportivos, la sudadera y, cuando ya se hubo puesto su collar, salió a correr. Los auriculares la aislaban del mundo.
Escuchaba rock con el corazón totalmente acelerado, casi en la garganta, pero eso no le importaba, tenía una rutina y día a día intentaba superarse a sí misma. Por mucho que armas o que sus compañeros la vigilaran, si tenía que correr, solo sus pies y su rapidez la salvarían de alguna situación extrema.
Y aunque no le gustara reconocerlo, los parques de esa ciudad que tanto odiaba le encantaban. Aquel verde era sin igual, exuberante y totalmente diferente a todo lo que había conocido jamás.
Trotaba sin detenerse cuando alguien se posó a un lado y le ofreció un botellín de agua, que ella en un principio ignoró. Así siguió su paso por varios minutos más, y aunque le quedaba solo el último aliento, corrió aún más rápido.
—¡Me doy! —chilló Brad levantando las manos totalmente extenuado y sudado, con la gorra negra era imposible que alguien lo pudiera reconocer.
Varios metros más allá se detuvo y estiró el brazo, haciéndolo caminar. El agente llegó apenas, claramente su estado físico era deplorable.
—Eres mala —anunció entre jadeos.
—Ni te imaginas cuanto… —respondió recibiendo la botella, tomándose todo el contenido en un santiamén—. Ahora, vete. Por estupideces como esta podrías estar arriesgando la misión —informó mirándolo de soslayo, para volver a correr dejándolo atrás.
Él sonrió. A veces Brad se preguntaba quién era el agente a cargo. ¡Claro qué se había arriesgado! Pero con ella no podía estar enfadado, y el haber aparecido allí, era para ser perdonado.

Un par de horas más tarde, Ira regresó a la habitación, se metió al baño, dio el agua y esperó a que el vapor nublara el espejo, se acercó y mirando directamente escribió:

TE PERDONO  VOYERISTA.

Brad, que en ese momento estaba vigilando desde el edificio de enfrente, casi se atragantó con el café que estaba bebiendo, pero también supo que todo estaría bien.
Se acercó al monitor que le mostraba todos los movimientos de Ira, y vio negro, eso significaba que se había sacado el collar. Únicamente lo hacía para dormir o para ducharse, solo en ese momento se le estaba permitido.
—Voyerista… ¿yo? —susurró en voz alta, siendo observado por sus compañeros que también habían visto el monitor.

Inevitablemente la noche llegó, y con eso comenzaba otra ardua tarea más. A Ira le daba lo mismo si era martes o domingo, para ella cada jornada nocturna era igual, comenzaba la acción y para eso se había entrenado durante años.
Una día más para llegar a la verdad, un día menos para llegar al final.
Llegó puntual a su trabajo como cada noche y Zhenya la recibió con un vaso de vodka en la mano, el único que se le permitía tomar durante la noche “para entrar en calor”, como decían los rusos.
—Apresúrate, hoy tendremos visitas muy importantes y todo tiene que salir perfecto.
—¿Y quiénes son esas visitas?
—Niña, no seas curiosa, solo mueve ese culo lo mejor que puedas, que hoy el vor1 bajará de los cielos para honrarnos con su presencia.
Eso alertó no solo a Ira, sino a Brad, que estaba escuchando todo por el nano micrófono del collar.
«Mierda, el vor estará acá», pensó Ira relamiéndose los labios, esa era una oportunidad única, una que estaban esperando hacía mucho tiempo. Tenía que conocerlo, y así poder identificarlo de una vez por todas, al fin el hombre por el cual estaba en esa misión tendría un rostro, y con mucha suerte una identificación de verdad.

Por otro lado, a un par de cuadras, los chicos hacían gestos de felicidad con las manos, no podían hablar y la furgoneta, que estaba camuflada de mensajería, era un escondite perfecto. Aunque Brad no estaba del todo tranquilo, sabía cómo era Vadik y lo que el jefe de la mafia roja era capaz de hacer cuándo quería y cómo quería.

Cuando Ira se adentró más comenzó a experimentar el cambio más duro, al que todavía no era capaz de acostumbrarse a pesar del tiempo que llevaba. El club dejaba de ser un lugar lujoso donde hombres disfrutaban de cócteles y de mujeres para convertirse en una especie de prostíbulo que olía a sexo y a excesos por todos lados.
Mientras avanzaba escuchaba gemidos de mujeres que disfrutaban de lo que les hacían. En aquel lugar estaba todo permitido, todo el tipo de sexo que existiera o que un hombre se pudiera imaginar, o en este caso pagar. De pronto un escalofrío recorrió su cuerpo cuando escuchó cómo un hombre le decía toda clase de vulgaridades a una de las chicas, específicamente a una de sus compañeras de trabajo.
«Imbécil, como si una quisiera escuchar ese tipo de… estupideces», pensó al tiempo que volteaba la cara para no mirar cómo el hombre le orinaba encima y le decía que la sensación le gustaría. Pero lo peor no era eso, era que a la chica le gustaba y lo hacía encantada.
Para ella todo el lugar olía a sexo y a humillación, le asqueaba, en más de una oportunidad había vomitado al verlo, pero como todo, inexorablemente con el paso del tiempo se había acostumbrado.
Siguió avanzando hasta subir al piso siguiente. Ahí nuevamente todo volvía a cambiar, todo era en tonos rojos, dorados y la elegancia era la reina del lugar. Cada noche se congregaban los hombres más importantes de Rusia y se mostraban diferentes espectáculos, en dónde ella participaba bailando y enseñando… su cuerpo.
Jamás pensó que el haber estudiado todo tipo de clases de baile en su adolescencia, para calmar sus ganas de ser bailarina, le ayudarían tanto en su verdadera vocación.
No quiso distraerse más y rápidamente avanzó hasta donde estaba el camerino. Las chicas, sus compañeras, ya estaban listas y todas muy emocionadas, porque el gran jefe estaría esa noche. Querían ser elegidas, vistas, y ojalá convertirse en parte de su harén y salir de aquel lugar, para cambiarlo por uno que les daría posición y estabilidad.
—Hoy tendremos competencia —protestó una joven entrando con algo en las manos.
—¿Qué?
—Sí, han traído a unas crías para el entretenimiento de esta noche.
—Seguro preferirán carne fresca —comentó otra de las chicas haciendo un puchero.
Ira se quitó la ropa para ponerse lo que ese día le habían dejado, era diferente a lo que utilizaba habitualmente.
Sin ninguna expresión negativa en su rostro y como si le encantara, se puso un corsé transparente, negro, que realzaba sus senos de una manera grotesca, acompañado de una diminuta braga también transparente que seguro esa noche le traería más de algún problema, para terminar de ponerse las ligas a juego junto con los tacones que la harían verse más alta aún.
Ella medía un metro setenta y cinco, delgada, con el pelo castaño y unos impresionantes ojos claros, pero lo que más sobresalía de su cuerpo era su retaguardia, que en ocasiones con vanidad de mujer amaba y en otras, como seguro sería esa noche, odiaba. Se dejó la melena suelta y desordenada, ya que eso le ayudaba a cubrir su rostro. Siempre estaba pensando en protegerse.
Cuando estuvo lista, sin demorarse más salió, necesitaba grabar todo y enviarle la información a sus compañeros. No estaba en ese caso por la prostitución, ni por la trata de mujeres, lamentablemente, sino por algo mucho mayor, pero mientras más tuvieran para inculparlo, sería mejor, y una subasta como la que seguro se haría, y con menores de edad, era una prueba fehaciente para condenarlo.
Siguió caminando decidida hasta el interior. El olor ya no era a sexo, olía a puros caros, perfumes costosos y elegantes, todo acompañado de música clásica, la cual los hombres aristocráticos y con dinero se jactaban de escuchar mientras torturaban a sus víctimas, porque para Ira, todas esas mujeres, sin importar la edad, eran víctimas, ya que los hombres las compraban o pagaban para follárselas, hacer y deshacer, sin importarle los sentimientos, incluso muchas veces eran drogadas para que sus cuerpos fueran inmunes al dolor y así poder resistir mucho más.
—El vor las quiere conscientes —escuchó Ira cuando caminaba por un pasillo—, así que solo inyéctales la mitad de la dosis.
Decidida, abrió la puerta y vio a varias menores de edad, que estaban completamente drogadas y se frotaban unas con otras, mientras unos hombres les desprendían la ropa para que una mujer regordeta las vistiera con algo parecido a un bikini, claro, si es que así se le podía llamar a ese pedazo de tela.
De pronto sintió un empujón que la estrelló directo al suelo, un hombre corpulento le pasó por encima y aprovechó para repasarle el cuerpo sin ningún pudor.
Ira no se enojó, ni se sintió humillada con aquel sujeto, y no necesitó voltearse para saber que le estaba mirando el culo. A eso, aunque le doliera, ya estaba acostumbrada, y en ese momento tenía cosas más importantes de las que preocuparse.
El hombre, que la observaba con el entrecejo fruncido después de mirarla lascivamente, le tendió la mano y, en cuanto se la cogió, tiró de ella, pegándola a su cuerpo, girándola para pegar el torso a su espalda y pasar los dedos por entremedio de sus senos.
Ira intentó calmar su respiración y comportarse lo más natural posible.
—Estás un poco grande para sentarte junto a las chicas —le indicó haciendo que las mirara.
«¡Por supuesto que sí, malnacido, cabrón!», pensó sin poder gritárselo, en cambio asintió con una falsa sonrisa e intentó separarse para romper el contacto.
—No quiero volver a verte por acá, si no, no lo vas a contar —le dijo empujándola suavemente.
Una vez que estuvo separada, lo miró directo a los ojos, tuvo que subir la cabeza, cosa que no le pasaba muy a menudo y menos sobre esos tacones de infarto que llevaba puestos.
El tipo se sorprendió, Ira lo pudo notar en su cara, debía tenerlo enfrente el mayor tiempo posible, uno, para estudiarle sus tatuajes y para saber qué lugar ocupaba en la organización. En las bratvas2 los tatuajes hablaban por sí solos, y claramente el tipo que tenía enfrente era alguien importante, pero sobre todo peligroso. Para saberlo únicamente bastaba ver la cantidad de calaveras que llevaba tatuadas, tanto en los dedos como en los hombros.
Cuando Ira dio un paso atrás él alargó su mano para tocarla, su expresión cambió, de un rápido movimiento la atrajo hacia sí. Su musculoso brazo la rodeó por el cuello, haciéndole presión, pero sin llegar a ser brusco para estrangularla, pero sí con la fuerza adecuada que le indicaba quién tenía el poder y quién debía estar a su merced.
—La próxima vez, ni se te ocurra moverte —susurró en su oído mandándole una corriente que no supo cómo descifrar, pero antes de que aquel hombre acercara su boca, sintió cómo los hombres lo llamaban, con demasiado respeto para su gusto……..

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