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El cine de Abbas Kiarostami: La interminable búsqueda del amor Estreno en Chile de su último filme

El cine de Abbas Kiarostami: La interminable búsqueda del amor

La reciente exhibición en Santiago de “La noche que cambió dos vidas” (Like Someone in Love, 2012), le otorgó un nuevo aire en las salas nacionales a la obra de uno de los realizadores más importantes y respetados de la industria cinematográfica actual. Conocido principalmente por la Palma de Oro que recibió a fines de la década de los ’90 en el Festival de Cannes –por “El sabor de las cerezas” (1997)-, el exitoso cineasta iraní ha debido lidiar en su carrera con problemas que van desde la falta de financiamiento para sus producciones, hasta los drásticos cambios políticos y culturales vividos por su país desde la Revolución Islámica de 1979.


Abbas Kiarostami

En ese pequeño boom del cine persa que los circuitos europeo y latinoamericano, conocieron a fines de la década de 1990, el nombre de Abbas Kiarostami (Teherán, 1940), fue, qué duda cabe, frente a las firmas de los jóvenes Bahman Ghobadi y Samira Makhmalbaf, el de mayor figuración y realce.

Por esos años, en que las películas provenientes de una sociedad lejana –donde las mujeres usaban velos sobre la cabellera y se aplicaban leyes religiosas que regulaban la vida diaria entre los ciudadanos- tenían todo el misterio de lo desconocido; sorprendía encontrase con una filmografía tan cercana a nosotros, los occidentales, debido, principalmente, a sus motivos dramáticos. Pues su lenguaje fílmico era cualquier otro idioma, menos uno que podríamos llamar de vanguardias: planos sencillos, secuencias sobrias, enlazadas por historias coherentes y profundas. Un cine que basaba su peso artístico -por encima de otros factores de orden audiovisual- apoyado en la factura técnica y creativa de sus libretos.

Copia certificada

Eso fue lo que ocurrió, por ejemplo, con la ya mencionada El sabor de las cerezas (1997), cinta que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1997, y el hito que dio inicio a esa “ola” de filmes al que nos referíamos en el principio. Por lo demás, este crédito de Kiarostami es un abierto homenaje en “clave” al largometraje Fresas salvajes (1957), del director sueco Ingmar Bergman.

A las afueras de Teherán, la capital de Irán, un hombre sin señas de identidad, de mediana edad, deambula en su automóvil –a través de las calles secas y polvorientas de los suburbios-, con el propósito de suicidarse. Sólo necesita convencer a alguien que, después de efectuado el acto contra sí mismo, le otorgue una sepultura digna. La autoeliminación se haya penada por la ley islámica, y por ende, su cadáver se haría merecedor del  oprobioso trato de “indigno”.

Recuerdo con emoción que fue un amigo mío, que a fines de 2005 se disparó en la boca –tras vagar arriba de su vehículo por el espacio de tres días por distintas comunas de Santiago-, el primer hombre que le habló a mis impresionables oídos de adolescente, en el invierno del año 2000, acerca de esta película memorable. ¿Fue quizás, su travesía postrera y motorizada, un homenaje inconsciente a ese título que tanto lo marcó?

Cuento corto: después de intentar persuadir a tres personajes de diferentes ocupaciones y circunstancias vitales, para que lo ayuden en su rocambolesco plan, el sujeto sin nombre comienza a dudar de lo que parecía hasta ese instante una decisión segura de su parte. En ese momento de honda reflexión, concluye el filme.

La noche que cambió dos vidas

El gusto en la boca de un extraño fruto (lo que en el fondo es el deleite por la belleza de lo cotidiano), la espera de un acontecimiento que trastocará el sentido último de nuestras vidas (una idea que a medida que transcurre el tiempo, resulta cada vez más infrecuente de suceder), o el recuerdo, la remembranza de una pasión olvidada, terminan por apuntalar la elección de escoger la pena antes que la nada, de acuerdo a la sentencia escrita por William Faulkner, bajo la indispensable sombra de sus Palmeras salvajes (1939).

En Copia certificada (2010) y La noche que cambió dos vidas (2012), Kiarostami retoma y persiste en los tópicos anteriores, transformando la búsqueda del amor, en el gran impulso narrativo que estructuraría su filmografía reciente.

La francesa Juliette Binoche, y el barítono y actor inglés William Shimell, protagonizan este reencuentro de un matrimonio distanciado, mientras recorren un hermoso rincón de la Toscana: Lucignano. Esta cinta es una lograda reflexión visual en torno al significado del perdón, el valor de las segundas oportunidades y la reivindicación de insistir en los afectos que, posiblemente y alguna vez, enlazaron a dos personas con intenciones de “para siempre”.

El sonar transparente de las campanas en la secuencia final, cuando la pareja se halla sentada sobre las escalinatas de una iglesia, asemeja a ese plano general en que el hombre que desea suicidarse, medita, inserto en la soledad campestre que lo circunda, acerca de lo acertado que resultarían finalmente sus fúnebres objetivos.

Al igual que en El sabor de las cerezas, los estelares de Copia certificada tampoco poseen patronímicos que los distingan del resto de los roles que se observan a través de la panorámica de la cámara. Éste, sería un punto que resume la propuesta estética de Kiarostami.

Ese anonimato, duro, gélido y desértico, expresaría el deseo de manifestar, que ciertos estados metafísicos o psicológicos de los seres humanos -como lo son el sentimiento de la orfandad y el esfuerzo por hallar la pasión verdadera-, serían a todos comunes. Eso, más allá de las diferencias sociales, etarias y espaciales que separan a los integrantes del género, durante un fragmento en específico de la vida.

Copia certificada fue censurada en el país natal del realizador. “Por el modo de vestir de Juliette Binoche”, justificó la medida en 2010, el entonces viceministro de la Cultura de Irán, Javad Shamaqdari. La actriz, que ganó la Palma de Oro de interpretación femenina en Cannes por ese papel, no se desnuda en ningún momento de la película y viste la mayor parte del tiempo un vestido bastante largo…

Ese anhelo de universalidad que reseñábamos anteriormente, es el que llevó al director iraní a rodar su último trabajo en Tokio, Japón: La noche que cambió dos vidas (Like Someone in Love, 2012), el que se estrenó en la reciente muestra “Europa YA!”, organizada por la Universidad Católica.

Tras recurrir por los servicios de prostitución a los cuales se acostumbró para sortear las penurias afectivas y sexuales de la vejez, el escritor Takashi Watanabe (Tadashi Okuno), en una noche asiática indefinible, conoce a la estudiante provinciana y de sociología, Akiko (Rin Takanashi).

Dos necesidades fundamentales, unirán al par en un vínculo estrambótico pero sincero. La carencia sentimental del anciano, sumada a los requerimientos de protección por parte de la joven, en una ciudad hostil, nos enseñan, según Kurismaki, que la estación de los amores jamás termina por azuzar nuestros deseos por sentirnos queridos y valorados. El filme lo cierra la voz melancólica de Ella Fitzgerald, interpretando “Like Someone in Love”.

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