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Y si el patrimonio de los museos ardiera, ¿qué sería de la memoria? CULTURA

Y si el patrimonio de los museos ardiera, ¿qué sería de la memoria?

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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Las memorias siempre se están rearticulando. En este sentido, para nuestras dimensiones culturales, es importante la conservación de los objetos del pasado y su puesta en diálogo con los del presente. De otra forma siempre estaríamos comenzando una y otra vez. Sin embargo, esta conservación siempre está mediada por lo ideológico, es decir, políticas históricas o coyunturales que determinan el valor vertical de las transmisiones culturales.


Una de las convenciones generalizadas, en ciencias, sobre la diferencia entre los animales humanos y el resto de los que se han podido conocer, es la capacidad que tenemos los primeros en la retención, acumulación y asociación de la memoria. De alguna manera esta retención fue importante en nuestro desarrollo y evolución, pues se inventaron maneras técnicas de acumulación para su transmisión. Uno de los principios ápices de este proceso fue la creación del lenguaje para transmitirnos experiencias, las que comenzaron con la tradición oral.

La complejidad de esta necesidad derivó en la sofisticación de aparatos y dispositivos culturales para la retención de las memorias. Los grupos, colectividades, y luego las culturas seleccionaron y guardaron los vestigios materiales para dar un sentido y coherencia al aprendizaje de un momento histórico a otro, es decir, para la transmisión de las memorias y el resguardo de estas (el archivo), las que hoy sabemos que no son perennes ni objetivas.

Las memorias siempre se están rearticulando. En este sentido, para nuestras dimensiones culturales, es importante la conservación de los objetos del pasado y su puesta en diálogo con los del presente. De otra forma siempre estaríamos comenzando una y otra vez. Sin embargo, esta conservación siempre está mediada por lo ideológico, es decir, políticas históricas o coyunturales que determinan el valor vertical de las transmisiones culturales.

Los museos, desde el Renacimiento hasta nuestros días, han tenido la importante y polémica compulsión sobre la retención de los saberes, conocimientos y manifestaciones estéticas. Nos conocemos y reconocemos a través de estas retenciones de memoria a través de la convención que se establece con respecto a los problemas críticos relacionados con “el archivo”. Entonces ¿Qué ocurre cuando este tipo de “resguardo” de las memorias se pierde?

[cita tipo=»destaque»]Podríamos determinar o entender, tal vez, que los archivos y las memorias que se intentan contener, según Derrida, se construyen para su propia destrucción, para comenzar desde las cenizas. Son esas cenizas los antecedentes del archivo derridiano; la pérdida inevitable de la jerarquización de los saberes acumulados, pues el mantenimiento del museo es, inevitablemente, el mantenimiento de coyunturas e historias políticas de las victorias sobre la subjetividad.[/cita]

A pesar de las manipulaciones de archivos para intereses ideológicos, políticos o económicos, es, sin embargo, gracias a la conservación de estos que, tarde o temprano, las tergiversaciones han podido ser conocidas. La conservación de los archivos de nuestras memorias en términos culturales (pensados en siglos) acarrea mayor subjetividad que las de develación coyuntural, pero son el baluarte para las presentes y futuras investigaciones de nuestros principios culturales y sociales.

Cuando millones de piezas (arqueológicas, científicas, paleontológicas, artísticas, etc.) arden en las llamas y se extinguen ¿es parte de nuestro anuncio para recordar que no seremos eternos, aun resguardando todo lo que creemos e intentamos tener? ¿Qué perdemos cuando se extinguen los archivos sobre lo que hemos construido para creer lo que somos?

Podríamos determinar o entender, tal vez, que los archivos y las memorias que se intentan contener, según Derrida, se construyen para su propia destrucción, para comenzar desde las cenizas. Son esas cenizas los antecedentes del archivo derridiano; la pérdida inevitable de la jerarquización de los saberes acumulados, pues el mantenimiento del museo es, inevitablemente, el mantenimiento de coyunturas e historias políticas de las victorias sobre la subjetividad.

En Chile, desde la creación del Museo de Bellas Artes (1880) en el gobierno de Aníbal Pinto, como proyecto republicano, ya podemos “observar” el predominio transcultural ilustrado que acarreaba lo oligárquico en el país, y que aún perdura con su desplazamiento hacia la aspiración burguesa en relación al conocimiento.

Tendemos a creer que siempre tendremos algún recurso para resguardarnos en el intento de un creciente conocimiento (y esto sin debatir, por el momento, para qué lo usamos). ¿La gran mayoría de los archivos de la Antigua Biblioteca de Alejandría no tuvieron nuestra suerte tecnológica?

El incendio del Museo Nacional de Brasil es la terrible metáfora viva de nuestra caducidad institucional, histórica y material en lo que concierne al enriquecimiento cultural a través de los múltiples conocimientos que hemos aprendido, y continuamos haciéndolo, a través de lo que nos configura como especie: la memoria.   

Samuel Toro C. Licenciado en Arte. Egresado Magíster en pensamiento Contemporáneo. Editor Revista de Arte Sonoro y Cultura Aural, UV.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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