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José Juan Llugany, un «revólver cargado» Luces y sombras del director de Carozzi que hizo explotar el espionaje en la Sofofa

José Juan Llugany, un «revólver cargado»

Luisa Navea
Por : Luisa Navea Periodista El Mostrador Mercados
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Esta es la radiografía del polémico ejecutivo que fue mano derecha del hasta hace poco timonel de la industria. Acá se cuenta de su arribo a Sofofa, la campaña que emprendió para posicionar a Hermann von Mühlenbrock en la testera de la CPC, sus conversaciones secretas con el Gobierno durante la discusión de la reforma laboral, y “la cocina” en la que participó para que Rodrigo Álvarez llegara a la cabeza del gremio y así evitar el triunfo de Bernardo Larraín Matte. Además, sus años de amistad con Gonzalo Bofill, el rol de su pareja, Soledad Altamirano, y el factor que detonó la denuncia de espionaje.


En un periodo “de reflexión” se encuentra hoy el director de Carozzi y ex número dos de la Sofofa, José Juan Llugany, luego de haber sido golpeado por el búmeran del caso espionaje, y su salida un tanto amarga de la vicepresidencia del gremio de la industria.

Sus cercanos hablan de traiciones y puñaladas por la espalda que Llugany vio y experimentó durante estos dos últimos años –y sobre todo en la recta final de su gestión–, al secundar al entonces timonel Hermann von Mühlenbrock.

Mientras que otros no dudan en sindicarlo a él y a su pareja, Soledad Altamirano, socia de la agencia Nexos –que lleva las comunicaciones del gremio–, como el verdadero poder tras las sombras. Incluso lo acusan de “encapsular” y “abducir” a Von Mühlenbrock y desplazar a un segundo plano a Gastón Lewin, quien es relegado a la presidencia de la OTIC Sofofa.

Pero otras versiones apuntan a que Llugany llegó a apuntalar al hoy ex presidente del gremio industrial, a quien le faltaba un socio que lo apoyara en su planteamiento, transformándose en su partner. Aunque su entonces vicepresidente siempre estuvo en la línea más dura: blanco o negro. Postura que tomó Von Mühlenbrock en su segundo periodo (2015 y 2017) al abordar las reformas laboral y tributaria, impulsadas por el actual Gobierno.

“Eso no gustaba en la Sofofa”, cuentan desde el interior de la industria.

A ello hay que agregar el condimento del carácter de Llugany: abierto y confrontacional. En el primer consejo general en el que tuvo que reemplazar a Hermann von Mühlenbrock, no dudó en golpear la mesa y enfrentar al empresario Alfonso Swett –uno de los donantes de la campaña de Piñera y parte del grupo que llevó a Bernardo Larraín Matte a la testera de la Sofofa– por criticar la labor que había realizado el entonces timonel respecto a la reforma laboral. El recién estrenado vicepresidente no reparó en enfrentarlo delante de todos los consejeros y decirle que consideraba una vergüenza que criticara la gestión del presidente de la Sofofa por la prensa, cuando debería haberlo hecho en el consejo.

Su etilo directo no les gustó a muchos. Pero Llugany lo reconocía: «A mí déjenme con los fierros», aludiendo a su trabajo en la fábrica. Cada vez que escuchaba que alguien tenía un problema con él, se acercaba y lo enfrentaba. Así sucedió en la reciente contienda electoral entre Larraín Matte y el ex ministro de Energía de Piñera, Rodrigo Álvarez, a quien apoyaba.

No dudó en acercarse a uno de los consejeros históricos y más cercanos a Von Mühlenbrock, el presidente de AChS y de Citroën, Fernán Gazmuri, cuando supo que se había distanciado de él y del equipo que apoyaba a Álvarez. Apenas tuvo la oportunidad, lo abordó en un pasillo de la Sofofa y le preguntó respecto al porqué de esa actitud.

Su temperamento y salidas de libreto le hicieron ganarse enemigos dentro del gremio, por lo que Llugany se refugió en su “círculo de hierro” integrado por el entonces presidente gremial; su pareja desde hace seis años, Soledad Altamirano; su “patrón” y amigo, el controlador de Carozzi, Gonzalo Bofill; el presidente de Caja 18, Cristóbal Philippi, con quien participa en el directorio y forma el comité laboral en 2014; el gerente de Coordinación Sectorial y Desarrollo Regional de Sofofa, Ignacio Guerrero, a quien conoció a través de su hermana Mónica, quien también es socia de Nexos; y el gerente de Políticas Públicas y Desarrollo, Marco Antonio González, ex hombre fuerte de la Fundación Jaime Guzmán, mano derecha de Álvaro Saieh en Copesa, y a quien Llugany recomendó y presentó con Von Mühlenbrock para el cargo.

Luces y sombras de un hombre que, a sus 65 años, es calificado como “un revólver cargado”, que está preparado para disparar si alguien incluso osa criticar al equipo de sus amores: los cruzados.

“Es fanático del fútbol. Asiste todos los domingos al estadio a ver a la Universidad Católica. Llora cuando pierde. No lo puedes molestar con eso ni menos después de un partido”, sostienen.

Su aterrizaje en Sofofa

Respecto de los dos años como vicepresidente de la Sofofa y de los 10 años como consejero, cercanos a José Juan Llugany cuentan que dejó la vida gremial con un sabor amargo: “La Sofofa es mucho más parecido al mundo político, en términos del manejo, que al mundo empresarial del que él estaba acostumbrado”. Había llegado de la mano de Andrés Concha, tras ser autorizado por Gonzalo Bofill padre, quien vio con buenos ojos que Carozzi tuviera una mayor participación gremial. Pero no fue sino hasta 2014 que el director de Carozzi comenzó a tomar un rol más activo como consejero electivo.

Traiciones importantes, el cinismo de diversos consejeros y las maquinaciones de otros tantos, lo habían impresionado. Pero en el camino también aprendió de estrategias. La “primera cocina” en la que participó fue para la reelección de Hermann von Mühlenbrock, quien compitió con el ex controlador de Sonda, Andrés Navarro, por la testera de la Sofofa.

El centro de operaciones era la casa del entonces timonel, en Santa María de Manquehue, a donde asistieron connotados empresarios que apoyaban su candidatura, como Fernán Gazmuri, Félix Bacigalupo (B.O. Packaging), Alberto Kassis (Cecinas San Jorge y Copesa), Gonzalo García (CMPC), Richard von Appen (Ultramar), Matías Domeyko (Arauco/Grupo Angelini) y el propio Rodrigo Álvarez (Alimentos y Bebidas), entre otros.

La cocina rindió sus frutos y Navarro fue derrotado junto a los consejeros que habían levantado su candidatura, entre ellos, Bernardo Larraín Matte (Colbún), Alfonso Swett (Forus), Claudio Muñoz (Telefónica) y Pablo Bosch (socio de B. Bosch). De estos consejeros, solo tres siguieron en la Sofofa tras la elección de 2015. La derrota de Navarro fue aplastante.

Antes de aquella histórica elección de medio mandato, Llugany ya había mostrado sus credenciales al participar activamente en el comité laboral –que actualmente preside– y por el que se consagró como el líder de opinión en esta materia, razón por la cual es invitado por Von Mühlenbrock a participar de las entrevistas con la entonces ministra del Trabajo, Javiera Blanco. También tomó parte en las mesas de diálogo con el Gobierno y en las presentaciones de la Sofofa ante el Congreso.

Un cercano a dichas conversaciones recuerda que las mesas de trabajo, lideradas por el funcionario gubernamental Roberto Godoy, tenían casi un carácter de clandestinas. “Eran como secretas. Se hacían en distintos lugares y nadie podía saber que el Gobierno estaba conversando con el empresariado o los acusarían de ponerse de acuerdo”, relatan.

Así, Llugany ganó puntos y, una semana antes de la elección, en un salón de la agencia de comunicaciones Nexos, Von Mühlenbrock le pide al director de Carozzi que sea su vicepresidente. Llugany temía que su jefe, Gonzalo Bofill, no le diera permiso. Sin embargo, el timonel de la industria insistió, llamó a Bofill y este le dio el pase siempre y cuando su brazo derecho quisiera aceptar el desafío.

El segundo periodo de Von Mühlenbrock fue mucho más agitado que el anterior. Las peleas con el Gobierno, las reformas que para muchos estaban ideologizadas, tomaron el tiempo de Llugany, pero lo elevaron asimismo a la categoría de consultor máximo al interior del gremio de la industria, ya que no solo participaba del comité ejecutivo sino también del comité comunicacional, junto a Soledad Altamirano y Marco Antonio González.

Pero era a él a quien el ex presidente de la Sofofa escuchaba. Llugany fue el gran impulsor de la candidatura del entonces timonel del gremio a la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), cuentan desde el sector industrial.

Sin embargo, el director de Carozzi sufriría en esa cruzada su primera y gran derrota. Relatan desde la industria que “ese episodio le enseñó hasta dónde puede llegar la traición empresarial”. Habían trabajado para conquistar los apoyos de las seis ramas de la CPC. Sus números indicaban que contaban con el voto de la Construcción y la Banca, habían sondeado a Agricultura y creían que Comercio podría bajar la candidatura de Ricardo Mewes. Pero faltaba la Minería, por lo que ambos fueron a reunirse con Andrónico Luksic para pedirle que los ayudara a conseguir ese apoyo a través de su hermano Jean Paul.

“En ese momento no existía Moreno y, si la cosa hubiese seguido igual, habría ganado Hermann”, sostienen conocedores de ese proceso.

Lo que más lamentó Llugany, según cercanos, es que nadie fue lo suficientemente honesto para advertirle a él o a Von Mühlenbrock que se estaba moviendo la candidatura de Moreno. “Fue un papelón, que hizo sentir a Llugany como un niño”, precisan.

La segunda cocina

Uno de los grandes logros de la dupla Von Mühlenbrock-Llugany fue abrir la Sofofa a regiones. “Sabían que la realidad del empresariado no estaba solo en los 10 guatones que se sentaban a presidir el consejo sino que a lo largo del país”, cuenta un cercano a Llugany.

En ese escenario, la actual directiva pensaba que el presidente de Alimentos y Bebidas, Rodrigo Álvarez, era el mejor exponente para continuar con tal labor. Pero su candidatura no prendió cuando la deslizó públicamente. Ello permitió abrir el proceso en la búsqueda de un candidato de consenso, el que no prosperó y así llegó la arremetida de Bernardo Larraín Matte.

La candidatura del heredero de la familia de la colusión, como lo llamaban algunos consejeros, les hacía arrugar la nariz a varios. Unos no querían que la Sofofa quedara en manos de los grandes grupos económicos y otros, entre los que se encontraban Llugany y el controlador de Carozzi, Gonzalo Bofill, afirmaban que no era su momento.

Así se lo habría hecho saber Llugany a Larraín Matte, a quien conocía desde mucho antes de que se encontraran en la Sofofa. Su pareja es socia y amiga de infancia de Isabel Izquierdo, la esposa de Bernardo Matte, el tío de Manano Larraín –como lo apodan sus amigos–, por lo que se encontraban en cuanto matrimonio se celebraba, de acuerdo a una fuente cercana a Llugany.

“Siempre le dijo que no era su momento, porque estaba demasiado cerca el tema de la colusión del papel confort”, agrega la misma fuente.

De esa manera surgió la segunda cocina. El centro de operaciones se mantenía, pero esta vez la casa de Hermann von Mühlenbrock, en Vitacura, abría sus puertas para preparar la campaña de Álvarez contra Bernardo Larraín Matte. Hasta el lugar llegó la mayoría de los integrantes del comité ejecutivo. Tenían la maquinaria electoral en regiones e incluso pensaban sorprender al enemigo presentando como vicepresidenta a Carmen Román (Walmart Chile).

Además, Llugany contaba a ojos cerrados con el voto del gremio de Alimentos y Bebidas (AB Chile), que presidía Álvarez y del cual era director en representación de Carozzi. Sin embargo, cual partida de ajedrez, faltando solo dos semanas para la elección, los representantes de Luksic y Andina hacen la magistral jugada. Con la excusa de discutir sobre la conveniencia de que Álvarez continuara presidiendo el gremio si llegase a liderar la Sofofa, convocaron a 12 representantes de AB Chile, los que terminaron decidiendo si lo apoyarían o no en su carrera a la presidencia de la entidad gremial.

El tema no estaba en tabla y Llugany fue el primero en levantarse para exigirles a los consejeros que pararan con esa canallada, cuenta un conocedor de aquel encuentro. Al final votaron 7 en contra y 5 a favor de Álvarez, pero unos consejeros recularon, y se produjo un empate.

Llegó el fiscal del gremio y determinó que fue una decisión de directorio, por lo que Álvarez perdió el apoyo de su gremio por 3 votos en contra y 2 a favor.

Cercanos a Llugany relatan que, cuando AB Chile le quitó el piso a Álvarez, el director de Carozzi les exigió a los presentes no contar lo que había sucedido. Sabía que esto pondría fin a la campaña del ex diputado UDI, no sabía cómo decírselo y mintió a todo aquel que se lo preguntara. “Él encontraba que lo que habían hecho fue una canallada. Una trenza que estaba preparada desde hace mucho tiempo”, indica un cercano al ex vicepresidente de la Sofofa.

Pero no se quedaría así. Llugany sabía que en la última jugada estaba la mano de Embotelladora Andina. Así que en la siguiente reunión de AB Chile, donde se ratifica a Álvarez para presidir el gremio, el empresario apuntó y disparó contra el grupo Said, al indicar que, si bien le daba vergüenza pertenecer a esa organización, había algo rescatable de toda esa canallada: “Conocer al director de Coca Cola Andina, José Luis Solorzano, quien en dos años y medio no había pisado nunca el gremio, y que se había estrenado en la reunión donde se votó contra Álvarez”, según cuenta un consejero presente en aquella instancia.

“A mi patrón no lo pautea nadie”

Apenas se asomó la tesis de que José Juan Llugany había influenciado al controlador de Carozzi, Gonzalo Bofill, para oponerse a la candidatura de Bernardo Larraín, de inmediato su mano derecha salió a aclarar las dudas indicando a este medio que “a mi patrón no lo pautea nadie”.

La frase, que algunos calificaron como de la mafia italiana, fue comentada al interior del gremio de la industria por varias semanas. Sin embargo, a Llugany eso no le importó. Cuentan que siempre le ha dicho así y es la manera en que trata a quien le da empleo.

Además, llevan más de 26 años trabajando juntos y se parecen mucho en su manera de pensar y ver la vida. Aunque algunos de sus conocidos separan aguas y cuentan que Bofill es más hiperactivo y ansioso, mientras que Llugany es más reposado y reflexivo.

La dupla empresarial coincidió en la Escuela de Negocios de Viña del Mar. Llugany cursaba quinto año y fue tutor de Bofill cuando este era un mechón de primero. Después de varios años, vuelve a verlo, cuando un compañero de ambos invitó a Llugany –quien se desempeñaba como gerente de finanzas de Bellavista Oveja Tomé– a trabajar como gerente general de fideos Carozzi. En 1997, esta compañía reúne a todas sus filiales en un gran conglomerado y Llugany  arriba a la gerencia general apoyado por Gonzalo Bofill padre, quien conocía al gerente general de Hucke, su progenitor.

Con el tiempo Bofill padre delega en su hijo la internacionalización de la empresa y ahí comienzan a viajar juntos con Llugany. Ambos comparten su afición por los deportes y cada viaje que programan lo hacen coincidir con un partido de fútbol, como cuando jugaba la Juventus en Turín. Aunque de local no pueden estar juntos, porque son fanáticos y rivales: Llugany es cruzado y Bofill colocolino hasta la médula.

Pero, así como de dulce, en su historia hay de agraz: tuvieron que enfrentar juntos el incendio de Carozzi, hace 7 años, y la muerte de Gonzalo Bofill padre en 2007.

En lo político, cuentan que Bofill hace lo que le parece, pero en lo laboral Llugany tiene mucha influencia en el controlador de Carozzi: “Toman las decisiones juntos y se desempeña como un director full time”, detalla un conocedor de esta relación.

Bofill y Llugany no son del tipo de personas que comparten vacaciones familiares. Llugany veranea en Coyhaique y ama sus nevazones. Mientras que Gonzalo es más de playa, le gusta el norte, y practica golf.

El búmeran del espionaje

Cercanos a Llugany dicen que el ex vicepresidente de la Sofofa, Pedro Lizana, actuó con colores propios, que el hecho de levantar candidatura paralela a la de Bernardo Larraín no era parte de un complot y que nunca pensaron cancelar las elecciones después de la denuncia de espionaje.

Sin embargo, la revelación de un micrófono oculto en la oficina de José Juan Llugany, en Carozzi, y en la de Hermann von Mühlenbrock, en la Sofofa, a 5 días de la elección, a lo menos resulta sospechoso.

Sabían que una denuncia de tal magnitud podía dañar a cualquiera de los dos bandos y que, después que El Mostrador Mercados publicara la teoría del complot para bajar a Bernardo Larraín Matte, Von Mühlenbrock debía actuar y callar a Lizana, según fuentes cercanas al círculo de hierro de Llugany.

Pero nunca se imaginaron que la denuncia tendría un efecto búmeran y que el director de Carozzi pasaría de víctima a victimario.

En la última declaración ante la Fiscalía, fuentes conocedoras de la investigación cuentan que Llugany precisó que solo alertó al gerente general de Carozzi, Sebastián García Tagle, sobre un posible espionaje, una vez que se descubre que se ha hackeado el sistema computacional de Hermann von Mühlenbrock, del segundo vicepresidente, Gastón Lewin, y del gerente Internacional y de Comercio Exterior de Sofofa, Manuel José Prieto.

Tras esa confirmación, García Tagle le habría encargado el servicio a la compañía que rutinariamente revisa la seguridad del sistema informático; sin embargo, como no hacían ese tipo de trabajos, el gerente de administración, Cristián Águila, le habría pedido al jefe de seguridad, Anfión Varela, que buscara dos opciones. Así, se llegó a Profacis, puntualizan desde Carozzi.

¿Mal manejo? ¿Desconocimiento? ¿Montaje? El círculo cercano de Llugany insiste en que todo fue verdad. Que si se demoraron en denunciar fue porque necesitaban comprobar que existían micrófonos ocultos y que nunca pensaron que les traería tantas consecuencias decir que el artefacto fue descubierto en una investigación rutinaria que hacía la empresa.

Dimes y diretes que hoy tienen a Carozzi y a Sofofa sin saber quién puso los micrófonos y con las dudas respecto a si se conocerá la verdad en un caso en el que ya la Fiscalía imputó al dueño de Profacis, Rubén Aros, y cuya firma de investigaciones no existe a nivel legal ni tributario.

“Hay gente interesada en desviar la atención y que crucifiquen al dueño de Profacis. Eso sería cortar el hilo por el lado más delgado”, dice un cercano a Llugany. Además, cuenta que si el director de Carozzi hubiese sabido por lo que tendría que pasar, “no habría dudado en tomar el micrófono y botarlo a la basura sin siquiera denunciar”.

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