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De préstamos, conversiones y abandonos


La reflexión política en tiempos del neoliberalismo

A propósito de la elección presidencial de 2009, en la que se enfrentaban Frei y Piñera, alcanzó a darse una pequeña polémica en torno al uso del término “progresista”, cuando este último, en uno de sus primeros gestos de pirotecnia discursiva, declaró que “el verdadero progresismo, que es lo que nosotros vamos a promover, es fortalecer la familia…”, enlistando a continuación todo su programa de gobierno como aquello que definía el progresismo.

La respuesta de los autoproclamados a los que aludía Piñera no demoró en llegar: Aylwin, Lagos, Tohá, y tras ellos varios otros, quisieron dejar en claro no tanto que eran ellos los que representaban el verdadero progresismo, sino más bien que aquello que representaba Piñera no lo podía ser.

Como casi toda polémica electoral y mediática (valga la redundancia), ella no dio otro resultado que el intrascendente gasto de tinta y papel. Pero si la recordamos aquí para iniciar esta columna, no es para contradecir su carácter anecdótico, sino más bien para llamar la atención sobre lo teóricamente complejo –y políticamente riesgoso– que resulta abordar nociones cuya plurivalencia y maleabilidad parecieran autorizar cualquier interpretación posible. Precisamente en una época de hegemonía neoliberal, se debe ser en especial vigilante con un tipo de pensamiento que, de acuerdo a lo que algunos se apresurarían en calificar de “posmoderno”, acude a la vitrina de la historia de las ideas como quien recorre las estanterías de una tienda comercial, para escoger esto y descartar aquello, según lo que dicte su propio interés o necesidad.

Y es esto lo que a nuestro juicio corren el riesgo de hacer los autores de un reciente artículo que aborda la noción de “liberalismo”. Nos referimos al artículo escrito por Fernando Atria (PS) y Carla Sepúlveda (RD), “Liberalismo, Neoliberalismo y Socialismo”, publicado en la novísima Revista Trama, cuyo lanzamiento tuvo lugar hace dos semanas.

Allí, Atria y Sepúlveda inician su exposición planteando la tesis de que “el socialismo es el desarrollo del contenido emancipador del liberalismo”. Lo desconcertante de dicha tesis tal vez no sea tanto su inexactitud teórica e histórica, sino sobre todo el propósito político que la motiva. ¿Por qué un socialista como Atria, quien además es una figura reconocida de la nueva corriente “izquierda socialista” dentro del PS, y que ha liderado el debate sobre la reforma educacional así como también el del proceso de reforma de la Constitución (aportando, con frecuencia, valiosos argumentos), se muestra hoy tan interesado en vincular el socialismo al liberalismo? ¿Por qué un socialista que ha dado pruebas suficientes de un conocimiento de la historia de la teoría política, acude hoy a la teoría liberal –e incluso, como veremos, neoliberal– para nutrir al socialismo de nuevas ideas?

I. El liberalismo y su “contenido emancipador”

Para explicar esto, convendría partir por analizar qué teoría liberal es la que Atria y Sepúlveda tienen en mente, para luego esclarecer cuál sería propiamente el contenido emancipador del que hablan (y cómo es que el socialismo sería su desarrollo). Nos parece que poniendo atención a su abordaje teórico (definiciones, referencias e interpretaciones) se hará más claro su rendimiento político. No nos interesa, en este sentido, cuán moral o moralizante sea el argumento de los autores, como parece ser el interés de la crítica de derecha que recientemente ha sido dirigida contra Atria, sino más bien cuestionar las consecuencias políticas de lo esbozado por este junto a Sepúlveda.

Sabido es que, como ocurre con otras tradiciones del pensamiento, el liberalismo admite diferentes versiones y bajo este término caben posiciones que difieren en lo político y en lo económico: el liberalismo “continental” de Montesquieu se distingue del liberalismo “anglosajón” de Locke en relación con el rol que asignan al individuo, así como a partir del liberalismo de Adam Smith se ha podido distinguir el utilitarismo de Jeremy Bentham o John Stuart Mill.

Algo similar ocurre con autores liberales del siglo XX: la preocupación por la idea de libertad de un historiador de las ideas como Isaiah Berlin, no puede tener el alcance de una “teoría de la justicia” como la desarrollada por John Rawls. Aún más, habrá quienes, atravesando épocas y nombres, distinguen entre un liberalismo económico y otro político (como lo hace de hecho Rawls), y otros que incluso llegan a distinguir un liberalismo moral. Y aun así, todos reclaman a justo título la misma denominación de “liberal” o su pertenencia a la tradición del “liberalismo”.

[cita tipo=»destaque»]La izquierda que se reconoce heredera del socialismo, no debiera renunciar a sus ideas, como hacen Atria y Sepúlveda, pero tampoco, claro está, repetirlas de manera acrítica. Ante la tentación que parece ofrecer el mercado neoliberal de las ideas, resulta un desafío mucho más difícil y exigente, aunque no por ello menos urgente y necesario, volver a interrogar una y otra vez las ideas del socialismo a la luz de las condiciones y los problemas del presente[/cita]

Para Raymond Geuss, este carácter amorfo e indeterminado del liberalismo significa simplemente que este no puede tener definición, y que, por lo mismo, su propio desarrollo se halla marcado por los sucesivos esfuerzos de reescribir su pasado (a veces, de manera anacrónica, dice). Y es esto justamente lo que hacen Atria y Sepúlveda cuando afirman que “el liberalismo es la oposición al monopolio, el fanatismo, las confiscaciones que dejan el individuo expuesto a la arbitrariedad del gobernante, el derroche y el exhibicionismo, la tiranía, el sacrificio de unos (‘inferiores’) a otros (‘superiores’)”, pues lo que tienen en mente no es sino el “liberal de antaño, que se ubicaba a lo que desde la Revolución Francesa llamaríamos ‘izquierda”.

El anacronismo no radica, empero, en el ejercicio de volver a la historia de una idea para encontrar elementos que sirvan a su reactualización, sino más bien, pensar que hoy en día la posición de jacobinos y girondinos –o, si se quiere (aunque la analogía no es precisa), la de pipiolos y pelucones en el diecinueve chileno– pueda resultar útil en el presente sin mayor mediación.

Una “visión socialista”, dicen más adelante, debe estar de acuerdo con “una teoría política que surgió para afirmar la libertad frente al tirano” (se refieren aquí a la teoría liberal). Pues bien, es poco plausible que Atria y Sepúlveda consideren equivalentes la monarquía francesa del s. XVIII y la dictadura militar de Pinochet; y menos plausible aun es que piensen realmente que la oposición a la tiranía pueda ser hoy condición suficiente para ser socialista. Lo que en cambio queda mucho más claro es que para ambos el contenido emancipador del liberalismo sería básicamente ese motivo antimonárquico propio de los revolucionarios franceses del dieciocho. Si hemos leído bien, cuesta imaginar cuál podría ser el rendimiento político que tal contenido ofrece para el socialismo en el presente.

No podemos ignorar, por otro lado, un elemento que no constituye una inexactitud sino una equivocación garrafal: cuando Atria y Sepúlveda citan el Manifiesto comunista, lo hacen para afirmar algo que sus autores no dicen. No es el “liberalismo” el que desencadena “una nueva etapa del progreso político”, sino la burguesía. Es más –y esto sí es de vital importancia para el presente–, para Marx y Engels “la burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario” y ella no puede existir “si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción” (y con ello, por tanto, todo el conjunto de las relaciones sociales). De manera que, aunque puedan existir múltiples vinculaciones entre uno y otro concepto, “liberalismo” y “burguesía” no son la misma cosa.

La aclaración se vuelve decisiva, pues sería este elemento el que permitiría a los autores seguir atribuyendo hoy un “contenido emancipador” al liberalismo. El problema que no ven es que una vez corregida la equivocación (es decir, leyendo con mínima atención el Manifiesto), lo que su argumento realmente estaría rescatando no sería otra cosa que el carácter emancipador de la burguesía. Y allí es donde se vuelve evidente la mayor gravedad del anacronismo: pensar que el rol emancipador de la burguesía del siglo XVIII francés puede servir a una visión socialista del presente, es contradecir de punta a cabo toda la tradición del socialismo, pues desconoce justamente aquello en lo que deriva la burguesía: la clase propietaria y, por tanto, dominante y explotadora.

Y esto vale incluso para la tradición del socialismo chileno (que Atria y Sepúlveda simplemente no consideran). Recabarren, por ejemplo, en su célebre escrito El socialismo. ¿Qué es y cómo se realizará?, no se refiere en ningún momento al “liberalismo”, y en cambio, habla sistemáticamente de “burguesía”. La política y los medios de lucha socialista se oponen –como es de esperar– a la política y los medios de lucha de la burguesía. Es más, dice, “los medios económicos de lucha que usa el socialismo le son propios, no existen de su género en la sociedad burguesa”.

Podrá parecernos anacrónico o no, pero en esa época el socialismo creaba sus propias herramientas de lucha y no las buscaba en tradiciones que terminaban por ser las herramientas de lucha de sus enemigos. Es cierto, sin embargo, que otro socialista como Eugenio González, reconocía la compatibilidad entre “liberalismo político” y “socialismo democrático”, pero lo hacía en un contexto de discusión parlamentaria con quienes criticaban el socialismo a partir del tipo de premisas como las de Ludwig von Mises, el dogmático liberal que dedicó una obra completa a demostrar que el socialismo no podía ser otra cosa que “destruccionismo” (“el socialismo –decía–… es el destructor de todo lo que penosamente han creado siglos de civilización”). La concesión de González tuvo lugar, entonces, en el ejercicio de persuasión de su auditorio, y no sin antes haber aclarado que el concepto de libertad del socialismo no puede ser equivalente al del liberalismo.

II. “Vitrineando” en el neoliberalismo…

El esfuerzo por rescatar el supuesto contenido emancipador del liberalismo para una visión socialista del presente tiene lugar, en efecto, contra lo que Atria y Sepúlveda designan la “apropiación de la teoría liberal” operada por el neoliberalismo “para hacer frente a un hostis distinto (del siglo XX): el socialismo y el Estado de bienestar”. Al situar a un mismo nivel “socialismo” y “Estado de bienestar” como los enemigos del neoliberalismo, se pone en evidencia que la noción de socialismo allí presupuesta es una noción ya liberal (y es más bien lo que hoy, con mayor o menor exactitud, se da en llamar “socialdemocracia”). Esto no es ninguna novedad, y es signo más bien de cuánto terreno ha ganado el liberalismo en la lucha ideológica.

Pero postular algo así como una “traición” de la teoría liberal por parte del neoliberalismo –que es, finalmente lo que sugieren Atria y Sepúlveda–, solo puede tener sentido cuando la “teoría liberal” es concebida tal y como esta aparece en la imaginación de los autores. La única continuidad del neoliberalismo con el liberalismo se daría en “el plano de las ideas”, nos dicen, mientras que en “el plano de las oposiciones concretas” deviene “su opuesto”.

La ingenuidad con la que pretenden separar la “caracterización filosófica” de la “caracterización política” del neoliberalismo nos parece insostenible, no solo porque llegado el momento de analizar cuál es el giro que supuestamente hace que el neoliberalismo niegue el contenido (político) emancipador del liberalismo, se aborda el problema según una muy poco concreta teoría de “sustitución de antónimos” (y en un vano esfuerzo materialista, afirman incluso que “los antónimos los cambia la historia”, sin imaginar que tal vez ni la historia ni la realidad de las “oposiciones concretas” se configura bajo la simplicidad lingüística de los antónimos).

Nos parece insostenible, además, porque en otro artículo Atria lleva a cabo un ejercicio que finalmente termina por hacer exactamente lo contrario de lo que aquí se supone como condición para el rendimiento político de su análisis sobre el liberalismo (considerar las “oposiciones concretas”, dejando a un lado el plano de las ideas).

En su ensayo titulado “Socialismo hayekiano”, Atria se propone “rescatar la idea de orden espontáneo del pensamiento neoliberal y ponerlo al servicio de una teoría política que… puede ser descrita como ‘socialismo’”. Publicado algunos años antes del artículo escrito junto a Sepúlveda, allí no se trataba de rescatar al liberalismo de su “apropiación” neoliberal, sino apropiarse del neoliberalismo para extraer de él la fantasmagórica noción de “orden espontáneo” desarrollada por Hayek y ponerla luego al servicio de una teoría socialista. Cabe plantearse la duda si lo que motiva este ejercicio es acaso la intencionada provocación del polemista, o si se trata en realidad de una sincera búsqueda intelectual del militante socialista. El texto, sin embargo, nos confirma lo segundo.

A partir de la crítica de Berlin al socialismo (real), Atria sostiene que el problema del socialismo “no es que no sepamos dónde queremos llegar, sino cómo movernos hacia allá” (62). Pero tal destino que de esa manera se presupone como algo claro y ya resuelto, para sorpresa (?) del lector, resulta ser nada más y nada menos que el mercado: el socialismo “insiste en que efectivamente la forma en que nos concebimos a nosotros bajo el capitalismo es una forma distorsionada. Pero la fuerza de esa forma radica en que nos ofrece una representación distorsionada, no enteramente falsa. De lo que se trata es de corregir la distorsión. La distorsión es en la manera en que bajo el mercado aprendemos a encontrarnos con el otro.” (62). Tenemos aquí la fórmula “de manual” de la política socialdemócrata de las últimas dos o tres décadas: “Corregir las distorsiones” del mercado.

La innovación de Atria, sin embargo, es que para lograr corregir esas distorsiones no propone revisar las clásicas estrategias de lo que aún quedaba de socialismo en la socialdemocracia, sino al contrario, propone una relectura de la idea neoliberal de “orden espontáneo”. Y para hacerlo, explica con toda sinceridad, “no es necesario abolir el mercado. Como veremos, habría que radicalizarlo” (63). De acuerdo a Atria, entonces, sería necesaria una radicalización del mercado para lo que llama “un socialismo de órdenes espontáneos” (63).

Lo que Atria y Sepúlveda intentan cuestionar en su artículo, a saber, la “apropiación” operada por el neoliberalismo de la “teoría liberal”, no es muy distinto de la operación de “apropiación” que lleva a cabo Atria aquí (en su ensayo de 2010), pues es claro que la idea de “orden espontáneo” de Hayek es una versión teóricamente más sofisticada de la vilipendiada idea de la “mano invisible” de Adam Smith. Aún más, la “radicalización del mercado” sería precisamente otra manera de afirmar el tipo de apropiación que, a juicio de los autores, llevaría a cabo el neoliberalismo con la teoría liberal. Pero finalmente, en este registro (el de “las ideas”), el grado de ruptura o continuidad del neoliberalismo respecto del liberalismo es algo secundario.

Lo que resulta insostenible –ya lo decíamos– es pensar que el plano de las ideas pueda ser tratado con independencia del de las oposiciones concretas, o bien, pretender que la reflexión teórica es una cuestión independiente de un posicionamiento político.

De la “renovación” a la “renuncia” socialista

Bastante conocida es la llamada “renovación socialista” que tuvo lugar durante la dictadura militar en Chile, la que, originalmente, se propuso como el esfuerzo teórico y político por vincular el socialismo, no al liberalismo, sino a la democracia. En un contexto de violenta represión y autoritarismo, tal estrategia se mostraba como la más pertinente (tal vez, la única posible). Sin embargo, en el contexto actual, que bien cabría calificar de “democracia liberal”, el esfuerzo de Atria y Sepúlveda no cabría entenderlo de otro modo que como el abandono –o la condición de extrema precariedad– en el que se encuentran las ideas o principios que históricamente han motivado el socialismo.

Cuando Atria y Sepúlveda se proponen rescatar el contenido emancipador del liberalismo para repensar el socialismo hoy, ponen en evidencia, de partida, que el socialismo que a partir de allí se imagina, solo puede ser entendido como un problema de distribución de poder (Estado/sociedad civil), y no como el más fundamental problema de la distribución de la riqueza (o sea, el problema de la propiedad privada). Pero luego, incluso cuando se proponen abordar ideas que pertenecen a la tradición socialista –esto es, cuando citan el Manifiesto comunista– lo hacen para destacar las virtudes del liberalismo, y para colmo, lo hacen mal, sin poner atención a lo que dicho texto realmente dice.

De allí lo sintomático y revelador que resulta todo esto. Atria y Sepúlveda, en tanto intelectuales militantes del PS y de RD, reflejan la incapacidad del progresismo de pensar fuera de los términos propios del liberalismo (y en el caso de Atria, se trata ya simplemente de una renuncia a pensar el socialismo), lo cual, desde el ángulo inverso, también puede ser visto como signo de la aparente victoria del liberalismo en la batalla de las ideas.

En efecto, como ya mencionábamos al inicio, es difícil negar la hegemonía neoliberal en la actualidad (es algo que el propio Atria también reconoce). Pero tomando acta de aquello, resulta completamente inconducente el ejercicio que proponen, particularmente cuando el corte que pretenden establecer entre liberalismo y neoliberalismo no parece justificado (y en todo caso, es ampliamente discutible).

La izquierda que se reconoce heredera del socialismo, no debiera renunciar a sus ideas, como hacen Atria y Sepúlveda, pero tampoco, claro está, repetirlas de manera acrítica. Ante la tentación que parece ofrecer el mercado neoliberal de las ideas, resulta un desafío mucho más difícil y exigente, aunque no por ello menos urgente y necesario, volver a interrogar una y otra vez las ideas del socialismo a la luz de las condiciones y los problemas del presente. Insistir sobre ellas, no es propio de una “cultura de izquierda, hoy completamente marginalizada y automarginalizada”, como acusa Atria, sino de aquellos que contra la evidencia fáctica que impone la hegemonía neoliberal, no renuncian a la promesa que aún resta por cumplir, o lo que sería lo mismo, no reniegan de una herencia que aún no terminamos de recibir.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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