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El momento actual: movimiento estudiantil y sentido de comunidad Opinión

El momento actual: movimiento estudiantil y sentido de comunidad

Claudio Fuentes S.
Por : Claudio Fuentes S. Profesor Escuela Ciencia Política, Universidad Diego Portales. Investigador asociado del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR)
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Además de la demanda estudiantil por una educación gratuita, pública y de calidad, se reclama la generación de un nuevo sentido de comunidad. Argumentan, los estudiantes, que tal comunidad no puede estar basada en los pilares de la sociedad que tenemos. Se requiere de otras estructuras, una nueva forma de relacionarnos. Por eso se rechazan las estructuras tradicionales de representación (los centros de estudiantes), las formas tradicionales de resolver el conflicto (el voto secreto), las formas tradicionales de autoridad (jerárquicas). Se privilegia el asambleísmo, la mano alzada, la horizontalidad.


Esta semana caminaba por la Alameda y en las afueras de la casa central de la Universidad Católica me topé con una instalación que montaron estudiantes de Arte. Exhibían una extensa declaración que pusieron en el suelo, cruzando la vereda, en un papel. Algunos transeúntes la esquivaban, unos la saltaban y otros la pisaban. En los quince minutos que me detuve allí, solo dos personas la leyeron. La mayoría era gente ocupada, que corría de sus trabajos a sus casas o viceversa.

Me llamaron la atención dos cosas. Por una parte, partía la proclamación señalando que ya llevaban 10 años de lucha por la educación, no antes ni después. Por otra, un fragmento decía: “Así, hemos decidido rehabitar la universidad petrificada. Llenarla de toda esta revolución de una vez por todas y crear comunidad para luchar contra el individualismo grabado en el fuego, en el cadáver nacional. Nos movilizamos con el cuerpo y la palabra porque tenemos la sospecha de que la nueva vida puede comenzar todos los días”.

El movimiento de estudiantes ha adquirido una identidad propia. Se sienten dueños de una historia –su historia– que partió con la revolución “pingüina” hace exactamente 10 años. La historia para ellos partió allí.

Al estar en frente a ese edificio (Alameda 240) se me vinieron a la cabeza las marchas y protestas en contra de la dictadura y del crédito fiscal.

Luchábamos en ese tiempo por mantener un modelo de universidad con arancel diferenciado. Pensábamos la educación como un derecho. Rechazábamos la reforma del año 81, pues considerábamos que mercantilizaba la educación.

Se me vino a la cabeza el almirante Swett, rector delegado que controlaba esa casa de Estudios; el baleo de un compañero de la Escuela de Historia, Alan Ramírez, en una protesta en San Joaquín; los presos políticos de nuestra Escuela que visitábamos en la cárcel.

Recordé la toma del Campus Oriente del año 84 y la toma de la casa central del 86. Recuerdo las cadenas y candados que cerraron los portones de fierro de ese monumental edificio. Allí nos sentamos a esperar que viniera Carabineros a sacarnos y llevarnos a la Primera Comisaría.

Se me vino a la cabeza también el paro y posterior quiebre de la Confech en el año 1997, a propósito de reformas de educación.

Sin embargo, el actual movimiento requiere romper con el pasado y esta ruptura discursiva es radical. Al transformarse en protagonistas, rompen no solo con los líderes de la transición sino también con las luchas intestinas contrarias al modelo y que se iniciaron exactamente el mismo día del golpe de Estado.

Seguramente no es olvido. Tampoco es ignorancia. Se trata ante todo de un sentido de pertenencia e identidad en torno a un nuevo ethos social por construir. De este modo, no es posible encontrar puntos de contacto con el pasado, pues aquel pasado está contaminado con las impurezas de la transición, del entreguismo, del acomodo y la abdicación a un ideal transformador y revolucionario. El día uno de la historia es hace diez años. Ni un segundo antes.

[cita tipo= «destaque»]El actual movimiento requiere romper con el pasado y esta ruptura discursiva es radical. Al transformarse en protagonistas, rompen no solo con los líderes de la transición sino también con las luchas intestinas contrarias al modelo y que se iniciaron exactamente el mismo día del golpe de Estado. Seguramente no es olvido. Tampoco es ignorancia. Se trata ante todo de un sentido de pertenencia e identidad en torno a un nuevo ethos social por construir.[/cita]

La segunda consideración que capturó mi atención es el llamado casi desesperado a “crear una comunidad para luchar contra el individualismo”.

Es posible graficar esto en las tomas de centros educacionales que adoptan un significado muy distinto a lo vivido en el pasado. Antes era simplemente una manifestación de fuerza para llamar la atención por algunos instantes. Se convocaba a la prensa y se esperaba el posterior desalojo de la policía. Hoy se trata de un momento de construcción de identidad, de búsqueda casi desesperada de crear lazos colectivos no-institucionales que rompan con aquel individualismo.

El drama de todo aquello es que conviven ideales colectivos que se materializan en acción colectiva, con un marcado individualismo que impregna las relaciones sociales entre las propias comunidades de estudiantes, profesores, funcionarios, políticos, empresarios y un largo etcétera.

Porque, además de la demanda estudiantil por una educación gratuita, pública y de calidad, se reclama la generación de un nuevo sentido de comunidad.

Argumentan, los estudiantes, que tal comunidad no puede estar basada en los pilares de la sociedad que tenemos. Se requiere de otras estructuras, una nueva forma de relacionarnos. Por eso se rechazan las estructuras tradicionales de representación (los centros de estudiantes), las formas tradicionales de resolver el conflicto (el voto secreto), las formas tradicionales de autoridad (jerárquicas). Se privilegia el asambleísmo, la mano alzada, la horizontalidad.

La ruptura con la historia y el sueño de una nueva comunidad son recurrentes en cualquier movimiento social o político. Se busca cortar el cordón umbilical que te mantiene atado con un pasado no digno de imitar y se intenta crear un nuevo destino.

La dificultad de todo esto es que ni el cordón umbilical puede cortarse, pues la historia siempre está entrelazada, ni aquella nueva comunidad emergerá de la nada, pues siempre se relaciona con la, a veces, brutal realidad que limita los sentidos de posibilidad.

Y esa es la gran contradicción del momento actual: se demanda la superación del arreglo social y económico actual (la superación del neoliberalismo), pero se convive en un contexto marcadamente neoliberalizado.

Es exactamente el mismo dilema que enfrenta la cuestión constitucional: ¿cómo transformar el presente si las condiciones materiales, legales e institucionales nos mantienen atados a dicho presente?, ¿cómo crear comunidad cuando el individualismo corroe nuestras decisiones?

Propugnar un sentido de comunidad es, sin duda, revolucionario en un contexto donde la fragmentación es la fuerza dominante en la sociedad, fragmentación que incluye incluso a las propias fuerzas que propician ese soñado cambio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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