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Clasismo y machismo en las tareas escolares

Alejandra Falabella
Por : Alejandra Falabella Facultad de Educación U. Alberto Hurtado
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Existen diversas razones para fundamentar el término de las tareas escolares bajo un régimen de jornada completa. Pero quisiera plantear un argumento menos desarrollado en el debate actual. Las tareas escolares, especialmente en la educación inicial y básica, tienen un supuesto de familia clasista y machista, que acrecientan la desigualdad socioeducativa.

Quienes defienden el uso de tareas escolares en el hogar usualmente argumentan que estas promueven “el involucramiento y la responsabilidad de la familia en la labor educacional”. Pero este es un cliché poco cuestionado en el contexto chileno.

Es evidente que las familias cumplen un rol primordial en la formación de sus hijos y que la participación de ellos en la escuela es una contribución necesaria y enriquecedora; por ejemplo, en plantear puntos de vistas y aspectos que mejorar, llevar a cabo proyectos colectivos, compartir saberes culturales de la comunidad, entre otros.

El punto crítico es cuando se espera que el hogar sea un espacio donde se le asigne un rol y responsabilidad en la enseñanza y aprendizaje del currículo, como es la realización de tareas.

¿Qué imagen de familia está implícita cuando se demanda su involucramiento en los aprendizajes escolares?

Una madre con tiempo, dedicada abnegadamente a sus hijos, que los recibe de vuelta del colegio con alegría y placidez. Les ofrece probablemente una once y luego los acompaña y supervisa en la realización de sus tareas, enseñándoles buenos hábitos de estudios. Ella además es una madre de clase media, educada, que sabe y entiende los contenidos curriculares. Cuando llega el padre, los niños han terminado sus deberes, y, desde el saber masculino instruido, él les podrá hacer preguntas sobre las materias estudiadas, agregando comentarios que les expandan sus conocimientos.

Sin embargo, como sabemos, la realidad se acerca más bien a la imagen de madres y padres estresados que llegan apenas a comer y acostar a sus hijos; redes familiares con bajos niveles de educación; y niños cuidados por abuelos, vecinos, empleadas domésticas o que asisten a programas de extensión horaria.

[cita tipo= «destaque»]El llamado a que madres y padres inviertan esfuerzos, recursos y tiempo en la educación de sus hijos se basa en valores individualistas y competitivos, alejados de una preocupación colectiva. Un horizonte de justicia e igualdad implica que la educación escolar sea una responsabilidad pública de país, sin delegar esta tarea a la familia.[/cita]

Y, por sobre todo, la realidad nos debe hacer comprender que las familias tienen condiciones, habilidades y capitales culturales desiguales. Mientras en algunas familias los padres pueden ofrecer a sus hijos(as) diversas posibilidades de aprendizaje, a través de la enseñanza directa, ambientes de lectura y de curiosidad intelectual, talleres extraprogramáticos, clases particulares, viajes y paseos culturales, en otras familias tienen estilos de crianza y modos de entretención alejados del conocimiento formal enseñado y evaluado en la educación escolar.

Atendiendo a lo anterior: ¿es justo y deseable esperar que sea el espacio familiar el que apoye la labor educativa? La respuesta es no.

Países europeos, como Francia, Suecia y Finlandia, han debatido fuertemente estos temas. Mientras en Chile es bien visto que una madre guíe a sus hijos en la realización de sus tareas escolares, les enseñe inglés, por ejemplo, o los matricule en un curso de “niños talentosos”, en los países antes mencionados esto ha sido materia de discusión y crítica. Investigaciones evidencian modos en que las familias de clase alta y media, además de hacer a sus hijos asistir al sistema escolar, “invierten” en ellos, intentando asegurar sus futuros, dándoles significativas ventajas en comparación con aquellos niños y jóvenes provenientes de contextos menos favorecidos.

Por otra parte, estudios en contextos de pobreza muestran importantes tensiones al respecto. Madres y padres que viven en condiciones precarias para apoyar los procesos educativos de sus hijos y, a la vez, actores escolares que los critican y culpabilizan por no cumplir “su rol educador”.

En la medida que demandamos el involucramiento de la familia en las tareas escolares, acrecentamos la inequidad y las ventajas y desventajas socioeducativas. Lo que además añade labores tradicionalmente esperadas a ser cumplidas por las mujeres de las familias.

El llamado a que madres y padres inviertan esfuerzos, recursos y tiempo en la educación de sus hijos se basa en valores individualistas y competitivos, alejados de una preocupación colectiva. Un horizonte de justicia e igualdad implica que la educación escolar sea una responsabilidad pública de país, sin delegar esta tarea a la familia.

En lo práctico, como he planteado en otros lugares y en concordancia con otras personas, las tareas escolares en el hogar deben tender a reemplazarse por un tiempo designado en la jornada escolar, donde los alumnos puedan estudiar autónomamente, investigar y preparar trabajos individuales y colectivos. Ello, con el fin de que aprendan a gestionar el tiempo personal y desarrollen habilidades cognitivas superiores (por ejemplo, síntesis, metacognición, pensamiento crítico), circunscritos a la guía y responsabilidad de la escuela.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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