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Las críticas al rodeo y el cambio de paradigmas

Natalia Duque-Wilckens y William San Martin
Por : Natalia Duque-Wilckens y William San Martin veterinaria de la Universidad de Chile y historiador de la Universidad Católica de Chile
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Los cuestionamientos al rodeo como deporte representativo de la chilenidad y como ejercicio institucionalizado de violencia contra los animales han ido creciendo en los últimos años en Chile. El debate actual es parte de un proceso más profundo de transformación social y cultural en el país y de un cambio de paradigma global en cómo científicos, académicos y sociedades en su conjunto hemos entendido nuestra relación con animales no-humanos y nuestro medio ambiente.

Más allá de revisar la historia del rodeo y los ya reportados maltratos a novillos y caballos, queremos proponer una lectura que profundiza los supuestos culturales e históricos que legitiman esta práctica social como tradición, y lo que realmente sabemos (o asumimos) sobre las capacidades cognitivas y emocionales de estos animales.

Examinar en profundidad ambas dimensiones no solo es importante porque son las que finalmente avalan que usemos estos animales con fines meramente recreativos, sino también porque creemos clave entender las críticas al rodeo como parte de un proceso más profundo de cambio de paradigmas en la sociedad chilena.

De tradición y chilenidad

La idea que el rodeo es un símbolo de la chilenidad y una tradición desde la Colonia, se ha naturalizado en nuestra sociedad. Historiadores han estudiado por décadas el rodeo como parte de los proyectos de construcción nacional y como instancia de diversión de grupos populares y élites. Las preguntas que deberíamos hacernos allí no es solo cómo el rodeo se construye históricamente como práctica recreativa y “símbolo nacional”, sino también si esta actividad representa el Chile actual y el que queremos construir en el futuro.

Aunque el origen del rodeo se remonta al periodo colonial como una actividad agropecuaria, es durante el siglo XIX y como parte de la consolidación de la hacienda como estructura social, cuando este se transforma en una actividad meramente recreacional.

Simultáneamente, y en momentos en que Chile necesita construir símbolos nacionales  y una nueva historia como nación independiente, autoridades, intelectuales y viajeros vieron en la vida hacendal de la Zona Central, y en el rodeo, un ejemplo de los valores más representativos del país de entonces. Es en este doble proceso en que paradójicamente el rodeo se disgrega de la faena agropecuaria y se transforma en espectáculo ecuestre y, al mismo tiempo, es elevado al panteón de símbolos naciones en cuanto costumbre y tradición.

Sin embargo, es durante el siglo XX cuando el rodeo migra a la ciudad y vive un activo proceso de institucionalización, expansión y profesionalización.

En la década de 1920 se crean los “rodeos oficiales’ bajo el control de la Dirección de Fomento Equino y Remonta. Este primer paso es clave en separar los “rodeos oficiales” (donde sOlo pueden correr caballos chilenos de pura sangre e inscritos en el Registro Genealógico de la Sociedad Nacional de Agricultura) de los tradicionales que se habían desarrollado hasta entonces sin mayor participación de organismos oficiales. En las décadas siguientes, los esfuerzos por legitimar los “rodeos oficiales” van a ir de la mano de los intereses por expandir y darle un respaldo oficial a la raza caballar chilena, lo que se consolida con la fundación de la Asociación de Criadores de Caballares Chilenos en 1946.

[cita tipo= «destaque»]Un punto crucial a la hora de considerar el trato hacia los animales tiene que ver con la capacidad de estos para sentir emociones, que no tiene directa relación con la capacidad intelectual (al menos la capacidad intelectual como se considera de forma clásica; se ha propuesto que la capacidad de percibir de forma consciente un cierto estado emocional puede afectar el bienestar). Es difícil saber el estado emocional de otras especies (es difícil saberlo incluso de otros humanos), pero la capacidad de sentir emociones puede ser inferida sobre la base de crecientes conocimientos de anatomía, evolución, neurociencia y psicología.[/cita]

No obstante, es solo tras la década de 1960, con la fundación de la Federación del Rodeo Chileno (1961) y la declaración del rodeo como “deporte nacional” por parte de la Dirección General de Deportes del Estado y del Consejo Nacional de Deportes (1962), cuando el rodeo se profesionaliza, expande su cobertura en medios de comunicación y festivales públicos, y se instaura como icono nacional.

La historiadora Javiera Müller ha estudiado en detalle este proceso entre 1960 y 1980. De acuerdo a Müller, en este periodo aficionados, instituciones y medios de comunicación buscaron consolidar al rodeo como un deporte representativo de la tradición y la cultura chilena. Estos esfuerzos extendieron una imagen de lo nacional centrada en el mundo rural del Chile central y en nociones idealizadas de lo que representa la chilenidad (como el huaso a caballo, a diferencia del huaso-roto).

El apoyo de instituciones del Estado, la expansión de grandes terratenientes y criadores de caballos hacia el sur de Chile, y la formación de asociaciones oficiales que aglutinaban a criadores, aficionados y corredores, fueron claves en este proceso de expansión, oficialización, e institucionalización.

En la actualidad, este apoyo institucional continúa. El Estado de Chile ha activamente subvencionado esta actividad a través de clubes de huasos, municipalidades y otras asociaciones.

A diferencia del argumento generalizado de que el rodeo es una práctica que se remonta a los orígenes de la sociedad chilena en la Colonia y la vida campesina tradicional, la verdad es que el rodeo, como lo conocemos hoy, es principalmente un producto reciente de los proyectos de institucionalización, profesionalización y legitimación cultural desarrollados desde la década de 1920 y, particularmente, desde 1960.

En este proceso, elites políticas y económicas vieron en el rodeo y los valores asociados a la hacienda o al campo chileno un icono de lo tradicional y una herramienta identitaria que podía expandirse al resto del país como representativo de la chilenidad. No es de sorprender entonces que hoy los más fervientes defensores del rodeo y los principales miembros de federaciones pertenezcan a una clase política y económica  con importantes vínculos con instituciones y medios de comunicación. Sin duda, esto ha sido clave en generar un apoyo institucional al rodeo y a su legitimación pública como “deporte nacional”.

Al oficializarse, sin embargo, se legitimaron también (y asumieron como colectivos) jerarquías y dicotomías sociales y simbólicas características del régimen hacendal y del pensamiento conservador aún validado por nuestras elites dirigentes, como hombre-bestia, patrón-peón, hombre-mujer.

Desde una perspectiva histórica y cultural, no solo es importante entender que esta tradición es más bien producto de un proceso tardío en la historia de Chile, sino asimismo que representa una idea de lo nacional que no se corresponde con los desafíos democráticos, ni la diversidad geográfica, cultural y social del Chile actual.

Así, también, las crecientes críticas al rodeo y a otras actividades que involucran el maltrato animal son parte de este proceso más profundo de cambio social y cultural. Aunque ni el Estado ni la sociedad en su conjunto lo cuestionaron en el pasado, hoy en día existe una comunidad civil, científica y académica internacional que está poniendo en la discusión los aspectos éticos y las bases científicas asociadas al uso de animales en actividades recreacionales como el rodeo.

De las capacidades emocionales y cognitivas de los animales  

El cuestionamiento del rodeo en términos de bienestar y derechos animales ha sido analizado de forma excelente en múltiples ocasiones (ver, por ejemplo, artículos en eldesconcierto.cl). La mayoría de estos se enfoca en el potencial daño físico y sicológico al que se ven expuestos tanto novillos como caballos usados en el rodeo. Si bien esta es una crítica muy válida desde nuestro punto de vista, para muchos los “derechos animales” son una idea demasiado vaga y muchas veces hasta inválida o no aplicable.

Un punto crucial a la hora de considerar el trato hacia los animales tiene que ver con la capacidad de estos para sentir emociones, que no tiene directa relación con la capacidad intelectual (al menos la capacidad intelectual como se considera de forma clásica; se ha propuesto que la capacidad de percibir de forma consciente un cierto estado emocional puede afectar el bienestar). Es difícil saber el estado emocional de otras especies (es difícil saberlo incluso de otros humanos), pero la capacidad de sentir emociones puede ser inferida sobre la base de crecientes conocimientos de anatomía, evolución, neurociencia y psicología.

¿Quiénes son los caballos y los novillos que obligamos a participar en nuestro deporte nacional? Distintas disciplinas apoyan la idea de que caballos y vacunos  probablemente son mucho más complejos mentalmente de lo que a primera vista podemos apreciar. Elegimos discutir unos cuantos ejemplos que, esperamos, generarán cuestionamiento de la visión de que hay solo dos categorías: hombre y bestia.

La capacidad de sentir emociones no es exclusivamente humana

Científicos de diversas áreas, incluyendo los renombrados Jaak Panksepp (neurociencia) y Temple Grandin (etología), han llegado a la conclusión de que las emociones son evolutivamente antiguas y, por lo mismo, están representadas en áreas cerebrales muy primitivas y homólogas en todos los mamíferos (cabe destacar que nuevos estudios han señalado que incluso moscas usan las mismas señales químicas cerebrales altamente asociadas a estados anímicos y emociones en mamíferos y aves).

Esto se basa en el concepto de que las emociones son el reflejo de estados intrínsecos que informan a los animales en qué posición se encuentran y qué deben hacer, para asegurar supervivencia y reproducción.

En otras palabras, emociones negativas estarían asociadas a situaciones en las que la supervivencia y/o reproducción son amenazadas (miedo, ansiedad), mientras que emociones positivas estarían asociadas a situaciones en las que estas son favorecidas (felicidad de estar en un lugar seguro, en casa; placer de comer comidas altamente nutritivas). Es por esto que las emociones no son solo importantes sino también cruciales para la supervivencia para (al menos) mamíferos y aves.

Entrenadores y dueños de caballos han sospechado por años que el desempeño de estos está altamente influenciado por su estado anímico-emocional, pero hasta hace poco no había muchos estudios científicos que demostraran que los caballos son capaces de experimentar emociones.

Ahora sabemos que los caballos no solo generan fuertes lazos emocionales con otros caballos (y humanos), sino que también son capaces de comunicarse de forma muy similar a como lo hacemos nosotros. Más aún, ahora sabemos que tienen diferentes temperamentos y que estos pueden determinar la afinidad que se genera entre ellos.

Por ejemplo, un estudio hecho en el Instituto de Agronomía de Zúrich hace poco, demostró que no todos los berrinches son iguales; berrinches de distintas frecuencias son capaces de representar valencia (emoción positiva o negativa) e intensidad (cuán fuerte es la emoción). Una serie de estudios, incluyendo uno de la Universidad de Sussex, del Reino Unido, publicado este año, demostró además que los caballos exhiben y son capaces de comprender la compleja gestualidad facial tanto de otros caballos como de humanos (la capacidad de entender gestualidad humana se ha apreciado también en otros animales, como las ovejas).

Esto no solo apoya la idea de que los caballos experimentan una vida emocional compleja, sino que tienen una capacidad cognitiva suficiente para comprender estados emocionales de otros individuos.

En el caso de los vacunos, estudios han demostrado que estos también expresan estados emocionales complejos y que, más aún, estos son comunicados mediante distintas conductas y gestos.

Por ejemplo, vacunos pueden expresar frustración, dolor y estrés con los ojos (cambian cantidad de córnea expuesta), y un estado emocional positivo mediante el movimiento de las orejas. Además, los vacunos tienen una compleja vida social. Otro ejemplo, el de un estudio de la Universidad de Northampton, recientemente demostró que estos pueden generar lazos estrechos de amistad dentro de la manada. Dos “amigos” prefieren pasar mucho más tiempo el uno con el otro que con otros integrantes y si, por alguna razón son separados, ambas partes experimentan mucho estrés. Esto demuestra de forma indirecta que estos animales son capaces de sentir emociones asociadas a vida social y (probablemente) estar conscientes de ello.

Los vacunos también pueden establecer lazos positivos y negativos con humanos: un estudio de la Universidad de Newcastle mostró que vacas que han sido tratadas como individuos y de forma positiva, producen más leche que si son tratadas solo como parte de un grupo. Increíble, ¿no?

Finalmente, además de tener compleja percepción social, los vacunos pueden experimentar una respuesta emocional positiva cuando han aprendido algo nuevo de forma exitosa, y que esta respuesta es independiente de recibir un premio por ello. Esto sugiere que los vacunos pueden tener consciencia de sí mismos y de sus limitaciones.

Estos son solo algunos ejemplos entre muchos más, y eso que esta disciplina está en pañales. Estudios que se acumulan a diario nos enseñan que es altamente posible que los animales tengan una capacidad emocional y cognitiva compleja, y que se parezcan mucho más a los humanos de lo asumido históricamente.

En conjunto, consideramos que el rodeo chileno no es una práctica representativa de los desafíos y realidades del Chile actual, y que el maltrato físico y psicológico al que son sometidos los animales, sumado a la creciente evidencia de que estos tienen capacidades cognitivas y emocionales complejas, cuestionan nuestros supuestos culturales y éticos con los que justificamos una actividad cuyo fin actual es la entretención humana.

Creemos que visualizar las críticas contra el rodeo durante los últimos años, desde esta doble dimensión, es clave para entenderlas como parte de un proceso global de cambio de paradigmas científicos, éticos y socioculturales del que Chile está siendo parte.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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