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Simce 2016: La desigualdad todavía es nuestra lucha pendiente

Nicole Cisternas
Por : Nicole Cisternas Directora de Política Educativa de Educación 2020
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Sabemos que el Simce tiene limitaciones como indicador de calidad educativa: es una evaluación estandarizada, se enfoca sólo en algunas asignaturas y no da cuenta del esfuerzo de los profes que educan en contextos difíciles. Aun así, esta prueba evalúa habilidades como la comprensión lectora y el manejo de operaciones básicas, aspectos esenciales para desenvolverse en el mundo.

En los resultados Simce 2016, probablemente veremos que los aprendizajes —objetivo principal del proceso educativo— se resisten a mejorar, pese a la inversión y las políticas educativas implementadas. La mayoría de los estudiantes no logra los aprendizajes mínimos para su edad, en todos los cursos y asignaturas.

Al revisar los resultados por nivel socioeconómico, se observa que la brecha se mantiene igual hace 10 años. Son 100 puntos, en términos estadísticos corresponde a dos desviaciones estándar, es decir, entre los niños de escuelas más ricas y más pobres existen dos años escolares de distancia. Un escándalo.

Algo similar señala PISA: Chile tiene una de las brechas de desempeño por nivel socioecononómico más amplias de América Latina y de la OCDE. En Chile, un estudiante de bajos recursos tiene seis veces más probabilidades de obtener bajo rendimiento escolar que en otros países.

Como dice Thomas Picketty: “la desigualdad se ha expandido como un virus en todo el sistema”. Nuestra educación conforma guetos por diferencias de género, de modalidades educativas (técnico profesional y científico humanista), comunas, territorialidad rural versus urbana, entre muchas otras injusticias que separan a los estudiantes de verdaderas oportunidades de aprendizaje.

[cita tipo=»destaque»] En los resultados Simce 2016, probablemente veremos que los aprendizajes —objetivo principal del proceso educativo— se resisten a mejorar, pese a la inversión y las políticas educativas implementadas. La mayoría de los estudiantes no logra los aprendizajes mínimos para su edad, en todos los cursos y asignaturas.[/cita]

Los resultados del Simce deben ser una alerta para reconocer aspectos críticos de nuestro sistema educativo y también para iluminar el desafío de lograr que cada estudiante viva experiencias de aprendizaje que les permita desarrollarse, convivir en diversidad y ser felices. Hace unas semanas, como Educación 2020 presentamos la primera parte del “Plan Nacional” —nuestro diagnóstico y propuesta de política educativa más ambicioso—, en el que identificamos varios problemas que producen que los resultados Simce, año a año, no nos sorprendan:

Una sala de clases que no cambia hace siglos: poner foco en los aprendizajes implica generar políticas que impulsen una trasformación radical en la manera en que se enseña y se aprende. Innovar no es un lujo; es una urgencia. Aunque pasan 1200 horas al año en una sala de clases, miles de estudiantes no aprenden, porque se enfrentan a estrategias pedagógicas que no les motivan.

Una jaula burocrática que ahoga a las escuelas: es imposible innovar si docentes y directivos no cuentan con tiempos para planificar, evaluar y trabajar en colaboración, y si además están aplastados por una lápida de normas, rendiciones, inspecciones y sanciones. El exceso de reglamentaciones y la falta de tiempo para la labor propiamente pedagógica estrangulan la innovación educativa.

Una escuela que sufre la ley del garrote: además de la falta de tiempo, las escuelas reciben mensajes contradictorios: por una parte, la necesidad de innovar y de entregar una educación integral (ciencias, deporte, artes). Del otro lado, el garrote: la presión por obtener buenos puntajes en evaluaciones como el Simce, que pesa un 67% en la evaluación de desempeño, y la amenaza de cierre ante bajos resultados. Es urgente que el Simce deje de ser el “conductor supremo” de la medición de la “calidad”.

En resumen, educación de calidad no es sinónimo de memorización y estructura frontal. Al contrario, el aprendizaje significativo implica que los niños, niñas y jóvenes sean protagonistas de su aprendizaje, que desarrollen su creatividad y su autonomía para enfrentarse a desafíos y problemas. Eso se logra con un sistema educativo que en vez de privilegiar los aprendizajes académicos, las mediciones y el control, logra instalar la confianza como principio orientador.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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