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Los Supersónicos o el desembarco de la utopía «full electric»

Patricio Segura
Por : Patricio Segura Periodista. Presidente de la Corporación para el Desarrollo de Aysén.
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Electrificarlo todo presionará por más generación de energía y esta de alguna parte debe salir. Acorde a la paradoja de Jevons, la eficiencia eléctrica no significará necesariamente disminuir el consumo sino que impulsará requerir más y más producción. Y los problemas de una demanda infinita en un planeta con límites biofísicos ya los conocemos.


A riesgo de dejar caer el carné, recordaré uno dibujos animados de mi infancia en los 70: Los Supersónicos (The Jetsons), emitidos en EEUU entre 1962 y 1963, con nuevas ediciones en la década de los 80.

Era plena Guerra Fría. Con Estados Unidos y la Unión Soviética enfrentados por dos modelos de sociedad, decían, divergentes. Uno con preeminencia de la acción individual (libertaria), el otro del Estado (colectiva). Uno donde el mercado y el capital marcaba la pauta (con propiedad privada de los medios de producción), en el otro la sociedad o nomenklatura (con propiedad pública). El individuo versus el big brother. El capital versus el trabajo.

En retrospectiva y a la luz de la crisis ambiental global, ambas ideologías sí coincidían en ciertas visiones. Con modelos de desarrollo extractivistas (sacar lo máximo, al menor costo, en el menor tiempo), amplias zonas de sacrificio industrial, la instalada idea de un planeta infinito. Con un antropocentrismo rampante.

La carrera espacial fue uno de los mejores ejemplos de aquella convergencia. Sustentados en una fe ciega en la tecnología, apelando a que prácticamente la única forma válida de conocimiento es el de corte científico, la humanidad (en promedio) impulsa la artificialización de la naturaleza.

Los Supersónicos nos mostraba la cotidianeidad de una familia en un futuro probable (para nosotros ya pasado: 1995). Donde su principal motor era la electricidad. Estaba en las antípodas de Los Picapiedras (The Flintstones), cuya energía se basaba procesos naturales: mecánicos, animales. Cómo olvidar la cortina de entrada, con vehículos movilizados por la tracción pedestre de sus pasajeros.

La idea de un mundo completamente electrificado no es nueva. Se engarza con la utopía tecno optimista que nos susurra que todo lo que el ser humano se proponga lo logrará con el conocimiento científico y la tecnología. ¿Son un problema los desechos nucleares? En el futuro se encontrará una solución. ¿No conocemos bien los efectos de las modificaciones genéticas que estamos realizando? Llegará el día en que el ser humano controle aquello. ¿Son peligrosas las represas? El ser humano puede dominar todo fenómeno natural.

Tal es el quid del asunto. Estas frases forman parte de una mentalidad. Un paradigma. Uno que se supera a sí mismo hoy con la propuesta “full electric”.

En Chile y Aysén desde hace un tiempo algunos apuestan a ello. En el último tiempo, con redoblado el esfuerzo.

Obviamente, quienes están en el negocio de la generación son sus principales impulsores. Una prioridad estratégica del sector es “la necesidad de avanzar en la electrificación de la matriz energética para un futuro más eficiente energéticamente, competitivo, menos contaminado y que contribuya a nuestro esfuerzo en materia de cambio climático” ha dicho el vicepresidente ejecutivo de Generadoras de Chile, Claudio Seebach. Los controladores del agua ayer nos decían que la principal energía del país debía ser la hidráulica, hoy quienes producen electricidad (los mismos) regresan para confidenciarnos que todo debe ser eléctrico. El dueño de los molinos de harina pidiendo, en pos del bien común, que la dieta de chilenos y chilenas se base en el pan.

No son los únicos. El ministro de Medio Ambiente, Marcelo Mena, ha dicho que “necesitamos de un parque vehicular que no ocupe combustibles fósiles, sino que energías renovables como la eléctrica”, señaló recientemente.

Concordemos, aspectos positivos tiene la electricidad. Es una forma eficiente y dúctil para almacenar y transmitir energía. Pero no es de base, igual se debe recurrir principalmente a fuentes primarias para producirla, con sus correspondientes impactos.

En Aysén también lo hemos escuchado. La contaminación por calefacción a leña ha abierto una oportunidad. El problema es que quienes plantean la rebaja eléctrica para calefacción (con subsidio incluido para las grandes ciudades), obvian de plano el efecto que esto tendría en la economía familiar campesina, aportando a la emigración y, por ende, tendiendo a la concentración urbana, uno de los causantes de que nos sobrepasemos en las capacidades de carga y resiliencia de los ecosistemas, incluidos los atmosféricos.

Electrificarlo todo presionará por más generación de energía y esta de alguna parte debe salir. Acorde a la paradoja de Jevons, la eficiencia eléctrica no significará necesariamente disminuir el consumo sino que impulsará requerir más y más producción. Y los problemas de una demanda infinita en un planeta con límites biofísicos ya los conocemos.

Produce un fuerte impacto cognitivo el alejarse de los procesos naturales, una vivencia artificialmente intermediada con los ecosistemas que permiten la vida. Al no saber de dónde proviene nuestra energía (y cómo se produce) vamos perdiendo el vínculo fundamental con los efectos de nuestros actos, incidiendo en nuestra capacidad de asumir responsabilidades sobre ellos. Más aún, está demostrado que el vínculo cotidiano con la naturaleza nos hace bien.

Profundiza nuestra dependencia. Quienes vivimos en sistema aislados (no como algo negativo sino relacionado con autonomía y generación) sabemos lo que significa no ser afectados por los problemas de la interconexión total. La concentración es un problema, no solo económico sino también político al tener a un grupo de empresas dueñas de un interruptor que todo lo controle.

La electricidad ha sido un aporte a la calidad de vida de la humanidad, eso está claro. Pero debe ser recurrida con responsabilidad. No se trata de demonizar, simplemente de apuntar a ella como la panacea. Más aún cuando la naturaleza sobre la belleza de la diversidad.

Porque en la propuesta “full electric” de los oráculos empresariales –cuyo leit motiv bien conocemos- no se escucha nada sobre ahorro, nada sobre un modelo menos intensivo en consumo de energía, nada sobre hacer la producción de base menos impactante socioambientalmente, nada sobre distribuir la riqueza energética. La premisa es, como siempre, generar, generar que el mundo se va (lo vamos) a acabar. Es decir, seguir haciendo lo mismo pero enchufados.

Eran divertidos Los Supersónicos. Lavarse los dientes sin mover un dedo, levantarse e ir directo a la ducha gracias a un entramado robótico. Dibujos animados que deslumbraron mi infancia, pero cuyo paradigma se cae cuando lo contrastamos con la, a veces, dramática realidad.

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