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Cambio climático: los verdaderos datos duros

Por: Douglas Pollock V.


Señor Director:

El 4 de enero del presente, El Mostrador publicó un artículo del señor Jaime Hurtubia titulado “Cambio Climático: Los datos duros”, artículo que, estimo, sufre de serias imprecisiones, conduce a la confusión, llama a una infundada alarma y que, en grado mínimo, intentaré aquí aclarar, pues considero que es conveniente, más aún, imprescindible que los chilenos conozcan al menos la punta del iceberg de la verdad sobre cambio climático desde la mirada de los hechos y de la ciencia, y que sepan lo que se viene ahora con las 96 medidas de mitigación y de adaptación (impuestos y regulaciones) —que forman parte del ya publicado “Plan de Acción Nacional de Cambio Climático”— anunciadas por la Presidenta Bachelet en julio pasado (El Mercurio, 13/7/17, p. C11) y que muy probablemente serán aplicados antes del 11 de marzo con el noble propósito de estar adecuadamente preparados y armados para luchar contra un mitológico monstruo enemigo por nosotros creado que se llama cambio climático.

Según el artículo, idéntico a la prédica de Al Gore, del IPCC (ONU) y de los gobiernos cómplices de esa doctrina convertida en religión, el hombre, que llegó a este mundo hace unos 10 minutos en la escala geológica reducida a un año, es capaz de realizar el milagro de cambiar el clima de manera catastrófica si le agrega al aire una cantidad infinitesimal de un gas inodoro, incoloro e inocuo —pero vital para la vida vegetal y animal— en ese cuerpo celeste y que, en sí, es tan sólo una imperceptible traza de gas dentro del océano atmosférico llamado dióxido de carbono.

Partamos viendo entonces de dónde viene ese redundante concepto llamado cambio climático y si somos capaces de hacer tal poderosa magia negra que matará a nuestros nietos en 100 años más.

Asher Minns, comunicador del Tyndall Center for Climate Change Research de la Universidad de East Anglia envió el siguiente e-mail a un grupo de personas: «En mi experiencia, el congelamiento del calentamiento global ya es un enorme problema de relaciones públicas con los medios». Bo Kjeller, Jefe Negociador Climático sueco del IPCC, al leerlo, respondió: “Estoy de acuerdo en que Cambio Climático sería un mejor etiquetado que calentamiento global”. El problema que Minns tenía con los medios era que éstos estaban presionando por la aplicación de regulaciones e impuestos “verdes” para combatir el calentamiento global que se había terminado hacía siete años.

Corría el año 2004 y, desde ahí, el calentamiento pasó a llamarse oficialmente cambio climático. Los chilenos tenemos una pintoresca pero irrepetible frase para describir aquello. Ya han llegado nuevos nombres rimbombantes para mantener la histeria viva y las billeteras de la humanidad bien abiertas, en especial la de los más pobres, tales como “clima extremo” y “disrupción climática global”.

Todos hemos leído alguna vez sobre el satánico número 2°C, temperatura por sobre la cual el clima pasará a una fase de descontrol total en dónde, hagamos lo que hagamos, será muy tarde y nuestros nietos —no nosotros los criminales— quedarán condenados a morir en la hoguera.

El Sr. Hurtubia repite ese número con apasionada frecuencia, por lo que veamos también de dónde provino.

En 1975, William Nordhaus, economista, profesor de la Universidad de Yale, Ph.D. del MIT e integrante del Consejo de Asesores Económicos del gobierno de Jimmy Carter, 1977–1979, expresó la siguiente opinión: “Se me ocurre que dos grados por encima de los niveles preindustriales llevarían el clima fuera de las observaciones habituales en las últimas decenas de miles de años”. Ese valor límite de 2°C lo adoptó oficialmente el IPCC en su cumbre Cancún-2010 y en el año 2012 Nordhaus publicó un documento desde la misma Universidad de Yale que dice: «En términos de costo y beneficio (sobre medidas de mitigación y adaptación al CC), lo mejor es no hacer nada por los próximos 50 años». Nadie consideró las palabras del inventor de ese temible número, ni siquiera por tratarse de un demócrata.

“Consenso científico” es el otro concepto que el Sr. Hurtubia reitera con ardorosa excitación, por lo que veremos también su origen.

El consenso científico lo instauró John Cook, un alarmista comunicador del Instituto Global Change de la Universidad de Queensland, Brisbane, Australia en el año 2013, basado en una encuesta artificial (no presencial) deducida de 11.944 artículos científicos revisados por pares (peer reviewed papers) en la que trata de determinar estadísticamente tres niveles o definiciones de consenso sobre cambio climático. En ésta, concluyó que el 97.1% de los científicos concuerda con lo que llamó “definición standard de consenso” que establece que el cambio climático es fundamentalmente causado por el hombre. Poco tiempo después, un estudio científico revisado por pares y liderado por Lord Christopher Monckton, Tercer Vizconde de Brenchley, demostró que, para esa misma muestra —una parte infinitesimal del universo de científicos en el mundo— sólo 41 científicos apoyaron la hipótesis de Cook, es decir, el 0.3% de esa muestra. Ese porcentaje (97.1%) falazmente obtenido fue recogido de inmediato por la ONU y hecho conocido urbi et orbi a través de todos los medios y gobiernos del planeta, llegando incluso a ser exagerado por el multimillonario-a-costa-de-los-impuestos-climáticos Al Gore quien decretó que el consenso era unánime.

Ante la negativa de la Universidad de Queensland a excusarse oficialmente (sí lo hizo privadamente), el año pasado se planteó públicamente seguirle un juicio criminal por fraude.

Cambio climático, el temible límite de 2°C y el consenso científico constituyen tres de los pilares fundacionales que han logrado embaucar a la humanidad. Los tres torcidos, ambiguos, engañosos, fraudulentos y dónde la ciencia y el sentido común no se ven por ninguna parte.

Luego de este amargo aperitivo, pasemos a lo otro de similar “dureza”: a la ciencia.

Sin atender que el artículo comienza con una confusión entre Revolución y Era Industrial (las emisiones de CO2 comenzaron en la era industrial y no en la revolución), la esencia de éste está contenido en el primer párrafo en el que asevera que existe un calentamiento global indesmentible, que ese calentamiento es causado por el hombre (antropogénico) y, para todo ello, existe un consenso científico. Termina su introducción con la alarma sobre las consecuencias del cambio climático, derivado del referido calentamiento, señalando que será de proporciones tales que podría poner en peligro la sobrevivencia de la humanidad misma.

Analicemos entonces cada uno de estos preceptos.

Antes deberemos considerar dos elementos fundamentales. Primero, el CO2 jamás ha sido —ni puede serlo— el causante de un calentamiento global. Las emisiones de ese gas son la consecuencia o el efecto originado por el aumento de la temperatura, no su causa en que, en promedio, sucede a ésta en 800 años. Así es como, por ejemplo, hace poco más de 500 millones de años, una concentración de CO2 10 veces superior a la actual no impidió que el planeta entrara en una era glacial y viceversa, una posterior sostenida disminución del CO2 en la atmósfera no impidió que la Tierra entrara en un calentamiento global. El IPCC, en cambio, culpa a ese gas de ser el causante casi único del calentamiento pero sólo a aquella fracción generada por el hombre y no a las emisiones naturales. La evidencia obtenida de mediciones satelitales (REMSS, UAH) nos muestra que en la actualidad no existe tal cosa como un calentamiento global y que la tendencia al alza de la temperatura se detuvo hace 21 años atrás (1996-97), en circunstancias que los niveles de CO2 han seguido subiendo a una tasa constante de 2 ppmv/año. El IPCC no tiene explicación para ello, como tampoco para los dos anteriores calentamientos globales sin la intervención humana, como los ocurridos entre 1860 y 1880 y entre 1910 y 1940. Menos aún puede explicar los enfriamientos globales entre 1975 y 1996 y entre el 2001 y 2015, enfriamientos unidos al aumento del CO2, tendencia esta última (2001-2015) que seguiría a la baja de no ser por la ocurrencia del “Niño Godzilla” del año 2015.

En segundo lugar, para la ciencia correlación no implica causación o causalidad, por lo que no se puede generalizar en una teoría ni mucho menos extrapolar hacia el futuro el particular y breve periodo entre 1975 y 1996 en que coincidió el aumento de la temperatura con el aumento del CO2. Esto es similar a las rentabilidades futuras de las AFP las que por ley deben indicar aquello en su publicidad.

El artículo del Sr. Hurtubia hace caso omiso de esa elemental consideración de la ciencia.

Ahora bien, la llamada ciencia a la que el señor Hurtubia se refiere sostiene lo contrario y para ello exhibe los mundialmente publicitados gráficos del NCDC y del USHCN, ambos de NOAA y GISS de la NASA que muestran no sólo un aumento de la temperatura global, sino que una aceleración de ésta hasta estos días. Esos gráficos también aparecen en el informe aludido por del columnista de la UNEP el que, básicamente, es un “copy–paste” más breve de los informes AR5 y anteriores del IPCC.

Pero, “¡Houston, we have a problem!” Sucede que los datos de esos gráficos han sido severamente corrompidos con el fin de lograr el máximo impacto al momento de ser exhibidos en la cumbre de París del año 2015. Ello fue descubierto inicialmente por la Universidad de East Anglia en relación a los días más calurosos del siglo seguido de las investigaciones llevadas a cabo por Joseph d’Aleo (Ph.D., Consultor certificado en meteorología y Pdte. de IceCap.US) y por Michael Smith (Consultor certificado en meteorología y programador de computación), cuyos resultados paso a detallar:

1. Los programas computacionales usados han sido severamente alterados y el producto final (temperatura global) no promedia temperaturas reales de lugares reales. En vez, se están introduciendo datos para muchas localidades de otros lugares incluso a miles de kilómetros de distancia. Por ejemplo, la temperatura de La Paz es un promedio entre el Mato Groso y Lima.
2. El número de estaciones de observación disminuyó dramáticamente entre 1989 y 1990 de 6,000 a aprox. 1,000 (a nivel global, de aprox. 12,500 a 6,000 entre 1989 y 1995).
3. La gran mayoría de las estaciones eliminadas fueron de localidades frías siguiendo un patrón no aleatorio lo que en adelante originó un falso aumento de las temperaturas.
4. El proceso de “homogenización” de datos realizado por NCDC-GISS “afina” siempre los resultados a valores de temperatura más altos.
5. NOAA dejó de usar datos de temperatura satelitales reemplazándolos por datos de estaciones terrestres en desuso e intencionadamente de localidades más cálidas.
6. Para la temperatura de la superficie oceánica NOAA dejó de utilizar la red ARGO reemplazándola por datos recogidos desde sus propias naves obteniendo así mediciones sesgadas y no confiables (distribución no uniforme de naves en los mares y datos contaminados por la temperatura de los motores, entre otros errores sistemáticos).
7. Redujo (“enfrió”) los datos de temperatura superficial oceánica anteriores a la pausa (antes de 1998) mediante ajustes subjetivos en su modelo ERSST v4 y no al anterior v3b, para así mostrar un aumento de la temperatura durante esa pausa (desde 1998 en adelante).

Los resultados de estas investigaciones fueron entregados al Senado de EEUU como pruebas de fraude.

Lo anterior tampoco forma parte del artículo del Sr. Hurtubia, quien tanto nos habla de la ciencia.

[*] Esta carta corresponde a una primera parte de la respuesta a la columna de opinión del Sr. Hurtubia.

Douglas Pollock V., Ingeniero Civil Industrial – Universidad de Chile

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