Opinión
El cambio de paradigma de una economía lineal hacia una economía circular se está dando de forma lenta, pero segura.
Como país tenemos metas establecidas por el Ministerio de Medio Ambiente para el 2030 y 2040, como principios generales centrales para orientar nuestro actuar a nivel individual y colectivo, además de coordinar iniciativas públicas y privadas, que podrían ayudar a reducir la enorme brecha entre lo que sucede hoy y lo que debemos cambiar para sobrevivir.
El cambio climático es una realidad innegable, y el hecho de que cada chileno produzca hoy 1,3 kilos de basura al día hace insostenible nuestra propia existencia a futuro. ¿Quién quiere vivir en un basural o cerca de uno?
Este desafío no es sólo para las personas, que debemos cambiar nuestros hábitos de comprar-usar-botar por un círculo virtuoso de erres: reflexionar, reciclar, reducir, rechazar, reutilizar, reparar, recuperar y redistribuir. También es importante conocer qué están haciendo todas las empresas sobre este tema.
Sabemos que el consumidor tiene un gran poder en el mercado, y en el caso de las empresas, estas pueden cambiar los criterios de compra a sus proveedores, incluyendo algunos requisitos de circularidad, como es el caso de las empresas mineras y la generación de energía eléctrica de fuentes Energías Renovables No Convencionales.
En este sentido, los aportes que pueden entregar la innovación y la tecnología son esenciales para un futuro donde nos relacionemos mejor con nuestro entorno. Lo que, sumado a la educación, desde la pre básica, será esencial para orientar el desarrollo de nuestra sociedad hacia una economía sostenible, circular y adaptable.
La educación ambiental debiera ser uno de los ejes centrales de las nuevas políticas del Ministerio de Educación, el currículo en una herramienta más de cambio cultural.
Es un ejercicio de responsabilidad no quedarnos en las 3 R, de reducir, reutilizar, reciclar. Se requiere mucho más. El medioambiente lo amerita.
