Las habilidades sociales dependen de la función ejecutiva; cuando aparecen problemas de desarrollo, podemos ayudar a los niños a mejorar en ellas.
Pablo tiene 8 años. Sus compañeros de clase, al principio, intentaron incluirlo en la pandilla. Pero al notar que Pablo no seguía las normas en los juegos, comenzaron a alejarse.
En el patio, cuando los niños se dividen en grupos para jugar, Pablo con frecuencia se encuentra solo, sin nadie con quien compartir sus momentos de recreo. A menudo es ignorado en los cumpleaños de sus compañeros, porque en una ocasión rompió la piñata y temen que pueda repetirse.
La falta de habilidades sociales de Pablo también se refleja en su incapacidad para reconocer las señales de otros niños cuando quieren compartir algo o expresar sus emociones.
Tareas cotidianas y tan habituales en el patio de la escuela como, por ejemplo, compartir o turnarse, que dependen de reconocer señales sociales, no son igual de obvias o sencillas para todo el mundo. Hay personas, como Pablo, que fallan en estas interacciones sociales básicas, lo que les puede llevar al aislamiento de sus compañeros, generando dificultades para hacer o conservar amigos y amigas.
Estas dificultades sociales pueden causar dolor y vergüenza. Cuando se trata de niños y adolescentes, sus progenitores se angustian al no saber cómo ayudar. Todos necesitamos sentirnos queridos, amados, respetados y aceptados… Las decepciones sociales pueden hacer que nos sintamos aislados, impotentes, tristes, enojados o rechazados.
Ser socialmente competente requiere una gran variedad de habilidades, y no se limita a un único estilo de personalidad o comportamiento. Un niño o niña socialmente competente puede adoptar diferentes enfoques según la situación y las necesidades del entorno. En la etapa infantil y juvenil, se puede establecer si un niño o joven es socialmente competente. Para ello debe cumplir una serie de requisitos:
Todas estas habilidades se desarrollan de manera progresiva a lo largo de la infancia y la adolescencia. Los niños pequeños, por ejemplo, pueden tener dificultades para controlar impulsos debido a su inmadurez. Si quieren un juguete que no es suyo pueden cogerlo sin pedir permiso al dueño del mismo. A medida que crecen y maduran, mejoran en estas habilidades, y antes de coger un juguete que no es suyo y que les gusta serán capaces de pedirlo por favor.
Llamamos funciones ejecutivas a un conjunto de habilidades cognitivas y neuropsicológicas que son necesarias para planificar, organizar, iniciar, dirigir y controlar comportamientos y tareas con el objetivo de alcanzar metas. Estas habilidades son esenciales para el funcionamiento ejecutivo del cerebro y están involucradas en procesos mentales superiores que nos permiten gestionar nuestra vida diaria de manera eficiente.
Las funciones ejecutivas, que anatómicamente están asociadas principalmente con regiones de la corteza prefrontal del cerebro, incluyen diferentes dimensiones:
Hablamos de que existen disfunciones ejecutivas cuando aparecen dificultades en una o más de estas dimensiones, pudiendo interferir en la capacidad de una persona para funcionar de manera efectiva en la vida diaria.
Estas dificultades pueden manifestarse en diferentes trastornos del neurodesarrollo, entre ellos el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), trastornos del espectro autista (TEA) y lesiones cerebrales.
Las investigaciones muestran que los niños y adolescentes con disfunción ejecutiva tienen más probabilidades de involucrarse en comportamientos socialmente inaceptables.
Pero las habilidades sociales, al igual que las habilidades académicas, pueden enseñarse explícitamente. Estos son algunos consejos, para ayudar a los niños y adolescentes con dificultades.
1. Analizar, conversar y empatizar
Para abordar la resolución de problemas y discusiones, podemos seguir los siguientes pasos:
2. Enseñar usando señales
Podemos diseñar señales simples que les permitan saber que necesitan detener o cambiar su comportamiento en una situación determinada. Por ejemplo, si sabemos cuándo dejar de hablar de un tema porque el oyente muestra desinterés, llamar su atención con cuidado tocándonos la nariz con el dedo índice o cruzando los brazos.
3. Generalizar habilidades
Ampliar las situaciones que requieren una habilidad particular para que sean más aplicables en general. Por ejemplo: “Hiciste un gran trabajo manejando tu enojo cuando tu hermano tomó prestados tus patines sin preguntar”. Esto ayuda a los niños y niñas que luchan con la flexibilidad cognitiva a aprender cómo aplicar comportamientos en diferentes situaciones.
4. Tener la mente abierta, incluso cuando es difícil
Puede resultar complicado permanecer neutrales cuando escuchamos a los niños y niñas quejarse de un trato “injusto”. Sin embargo, es importante abrirse, expresar sus inquietudes y ofrecer ayuda.
Por ejemplo, en lugar de decir “¿Por qué seguiste interrumpiendo?”, podemos preguntar “¿Crees que habría ayudado si le hubieras permitido terminar su historia?”
5. Estar ahí
Quizás lo más importante sea el estímulo y el apoyo constantes y continuos. Reconocer incluso las pequeñas mejoras y fortalecerlas. Los niños y adolescentes con problemas sociales tienden a tener una baja autoestima. Sin embargo, tampoco podemos hacer demasiados elogios, ya que pueden darse cuenta de la falta de sinceridad.
Las habilidades sociales impactan en casi todos los aspectos de la vida (académica, personal o laboral). El tiempo y el esfuerzo que dediquemos a ayudar a nuestros hijos será un regalo que durará toda su vida. Verlos desarrollar mejores habilidades sociales y establecer relacionales exitosas puede ser una de las experiencias más gratificantes en la crianza de los hijos e hijas para los padres y madres.
Esperanza Bausela, Titular de Universidad de Psicología Evolutiva y de la Educación, Universidad Pública de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.