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Si se pone en una fila, seguro la de al lado va más rápido

Si se pone en una fila, seguro la de al lado va más rápido

Nunca falla: si estamos en una cola, la que se mueve es la otra. Si llevamos paraguas, seguro no llueve. ¿Es que el universo se venga de nosotros o hay una razón para explicar estas situaciones en que la suerte nos abandona?


A veces creo que todo el mundo está en mi contra. En la calle, el carril de al lado siempre avanza más rápido que el mío. Lo mismo ocurre en la fila del supermercado. Y ya que estamos en eso, ¿por qué siempre tiene que llover cuando no llevo paraguas? ¿Y por qué las avispas siempre quieren comer mi sándwich en los picnics y no los de la gente de al lado?

Hay solo dos explicaciones posibles: puede que el universo haya diseñado un plan maestro para vengarse de mí o que una suerte de prejuicio psicológico me esté haciendo sentir -de forma equivocada- que tengo mucha más mala suerte de la que debería.

Sé que la segunda opción parece un poco absurda o tirada de los pelos, pero exploremos esta idea por un momento antes de volver a la teoría que me convierte en una víctima del universo.

Mis impresiones en torno a la victimización están basadas en el juicio de probabilidades. O saco una conclusión basándome en el principio de causalidad (como me olvidé el paraguas, llueve) o lo hago por asociación (las avispas prefieren mis sándwiches a los de los demás).

Afortunadamente, los psicólogos saben mucho de cómo formamos impresiones de causalidad y asociación. Y, lamentablemente, no les tengo buenas noticias.

El mundo de la intuición

Nuestra capacidad para pensar sobre las causas y las asociaciones es muy importante, y siempre lo ha sido para nuestros ancestros. Es fundamental entender si un fruto en particular nos enferma, o si un patrón de nubes específico anuncia mal tiempo.

Si se cambia de carril, no mejorará necesariamente su suerte.

Si se cambia de carril, no mejorará necesariamente su suerte.

Por esta razón no sorprende que automáticamente emitamos juicios de este tipo.

No necesitamos contar mentalmente incidentes o hacer correlaciones y descartar explicaciones alternativas. Tenemos intuiciones claras sobre qué cosas van juntas, intuiciones que surgen en nuestra mente sin – por lo general- gran experiencia previa.

Esto es bueno a la hora de tomar decisiones, en un mundo donde no solemos tener mucho tiempo para pensar antes de actuar.

El problema es que estas intuiciones contienen una serie de errores predecibles.

Uno de esos errores es lo que se conoce como «correlación ilusoria», un fenómeno por el cual asociamos dos cosas que nos llaman la atención pero que no están vinculadas entre sí.

Maquinaria veloz, pero defectuosa

En un clásico experimento se le pidió a un grupo de voluntarios que estudiasen varios casos psiquiátricos inventados de pacientes que habían hecho el test de Rorschach (la prueba de manchas de tinta).

Algunos de los falsos informes indicaban que el paciente era homosexual y otros notaban que habían interpretado las manchas como prendas de vestir de mujer o traseros femeninos.

Los casos estaban construidos de modo tal que no existiese una relación fiable entre las notas sobre el paciente y las respuestas a las manchas de tinta. No obstante, los individuos que participaron en el experimento encontraron (de forma incorrecta) una fuerte asociación entre algunas de las respuestas a las manchas y la homosexualidad del paciente.

Los pacientes proyectan en el test de Rorschach el sentido que encuentran a las figuras.

Los pacientes proyectan en el test de Rorschach el sentido que encuentran a las figuras.

Una explicación es que las cosas que son relativamente poco comunes, como la homosexualidad, en este caso, y las respuestas a las manchas de tinta que contienen una mención a la ropa de mujer, son más vívidas (por su rareza).

Esto, sumado al efecto de los estereotipos existentes, crea la impresión equivocada de que estas dos cosas están asociadas cuando en realidad no lo están.

Se trata de un efecto secundario de una maquinaria mental intuitiva para pensar sobre el mundo. La mayor parte del tiempo es rápida y ofrece respuestas fiables, pero al parecer comete errores cuando le toca lidiar con eventos poco usuales y vívidos, sobre todo en casos en los que entran a funcionar los prejuicios.

La asociación entre tráfico congestionado y conductores de minorías étnicas o ciclistas es un ejemplo donde la gente percibe asociaciones que no hay: «hay un atasco porque hay muchas bicicletas y ciclovías» o «cómo no va a haber demoras en las calles si los … (completar con el nombre de una minoría étnica) manejan mal».

Tanto la minoría (ya sea étnica o los ciclistas) y el mal comportamiento en la carretera sobresalen. Y nuestra rápida pero defectuosa máquina de hacer inferencias se apresura a concluir que estos dos eventos están vinculados, cuando no lo están.

Yo, yo y yo

Así es que tenemos un mecanismo que podría explicar por qué me quejo cada vez que me encuentro en la «fila equivocada».

Las otras colas o carriles que avanzan más rápido son el evento sobresaliente, y mi intuición lo asocia erróneamente con la otra cosa que se destaca en dicha situación: yo. ¿Qué, después de todo, es lo más importante en mi mundo sino yo?

Lo cual me lleva nuevamente a la teoría de la víctima del universo.

Cuando el carril avanza yo me concentro en hacia donde voy, ignorando el tráfico que voy dejando atrás. Cuando mi carril se queda quieto pienso en mí y mi mala suerte, mientras miro el carril de al lado. No es de extrañar entonces que la asociación entre uno mismo y los autos que nos pasan se nos quede grabada en la memoria.

La influencia distorsionada de la memoria sobre nuestros juicios es en gran medida lo que hace que yo me sienta una víctima. En algunas situaciones hay un prejuicio real. Es cierto que uno pasa más tiempo en situaciones donde los otros vehículos lo pasan a uno que en la situación inversa, por ejemplo, porque pasar a otros carros lleva menos tiempo.

Y el humo tiende a seguirlo a uno en una fogata porque, donde quiera que uno se siente, crea una corriente de aire que se eleva dejando lugar para que lo llene el humo.

Pero además de eso está la mente que exagera nuestra propia importancia, dándonos la falsa impresión de que somos más importantes en determinar cómo se desarrollan los eventos de lo que en realidad somos.

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